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Joyas del TIFF: 'Solo fue un accidente'

Joyas del TIFF: ‘Solo fue un accidente’

En un país donde el silencio ha sido impuesto con brutalidad, Jafar Panahi levanta una vez más su voz desde la sombra. It Was Just An Accident (en español Solo fue un accidente), su nueva obra rodada de forma clandestina en Irán, no es solo una película: es una declaración de existencia, una reafirmación del cine como acto de resistencia y como archivo de la memoria. Tras más de una década de arresto domiciliario, persecuciones y censura, Panahi vuelve con una obra feroz, emocional y menos contenida que en sus propuestas anteriores. Pero el cambio no es solo formal: es político, visceral, una respuesta directa al miedo que durante años intentó inmovilizarlo.

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En las propias palabras de Panahi, «el acto de filmar se ha convertido en mi única forma de respirar libremente». Y eso se siente en cada plano, cada grito, cada decisión narrativa de esta cinta. Si Taxi Teherán se sostenía sobre la sutileza y la ironía para retratar la vida bajo vigilancia, It Was Just An Accident se entrega al caos emocional de una sociedad atrapada entre la necesidad de justicia y la incertidumbre moral.

La premisa es tan simple como poderosa: un hombre, Vahid, cree reconocer en otro —un padre de familia cualquiera— al agente que lo torturó años atrás. Sin certeza absoluta, guiado apenas por el sonido de una prótesis que chirría, decide secuestrarlo y buscar confirmación en otros sobrevivientes. Lo que sigue es una odisea desquiciada por las calles de Teherán y el desierto iraní, donde víctimas y victimarios intercambian lugares, donde la memoria se debate con la rabia, y donde el espectador se ve arrastrado a preguntarse si es posible hacer justicia sin repetir los métodos del verdugo.

Panahi reconoce que su paso por la prisión de Evin alimentó esta historia. Aunque no detalla en las entrevistas las torturas que pudo haber sufrido, sí admite que la experiencia lo transformó y que la violencia institucional dejó una huella difícil de traducir en imágenes sin caer en el panfleto. En esta película, sin embargo, asume conscientemente un tono más frontal, incluso con momentos de comedia absurda que, lejos de restar seriedad, refuerzan el carácter trágico de lo narrado.

Uno de los momentos más reveladores ocurre cuando el grupo de supuestas víctimas —entre ellos una fotógrafa, un librero, una pareja de recién casados y un obrero— discute si seguir adelante con su plan. El secuestro, inicialmente cargado de sed de justicia, se convierte en una farsa que nadie parece poder controlar. «Me interesa explorar cómo el dolor colectivo puede mutar en espectáculo, cómo la violencia deja de ser personal para convertirse en ritual», explica Panahi.

La película se detiene también en los dispositivos burocráticos del Estado iraní: hospitales donde las enfermeras piden sobornos con terminales de tarjeta de crédito, policías que negocian su silencio a cambio de dulces, estructuras corrompidas hasta el absurdo. Todo esto es observado por la hija del presunto torturador, una niña que llama por teléfono a su padre sin saber que está secuestrado por un grupo de extraños. Es en estos gestos —una llamada, una lágrima, un parto inesperado— donde Panahi encuentra la verdadera resistencia: en los vínculos humanos que sobreviven a pesar del horror.

Uno de los logros más sutiles de la película es su tratamiento del tiempo. Si bien la acción transcurre en el presente, los personajes están marcados por un pasado que no logran superar. Y esa imposibilidad se convierte en condena. Al hablar de la estructura narrativa, Panahi afirma: «Cada escena fue pensada como una habitación cerrada, un espacio donde los personajes confrontan no solo al otro, sino a su propio reflejo».

En lo visual, la película también representa un cambio. El director se aleja de sus puestas en escena minimalistas y apuesta por una cámara en movimiento constante, que registra con nervio documental la deriva emocional del grupo. Las locaciones son espacios reales, rodados sin permisos, con luz natural. «Rodar así no fue solo una necesidad logística, sino una decisión ética. No quería distanciarme de los personajes ni protegerme con la ficción. Quería estar ahí, en el centro del conflicto, con ellos», comenta Panahi.

El resultado es una película incómoda, por momentos excesiva, pero siempre honesta. Una obra que plantea preguntas difíciles sobre la venganza, la justicia y la memoria. ¿Qué hacemos con nuestro dolor cuando el sistema que debería repararlo es el mismo que lo causó? ¿Es lícito tomar la justicia por las manos si las instituciones han fallado? ¿Y qué lugar queda para la empatía cuando todos cargamos heridas abiertas?

El film tampoco se escapa de autorreflexión. Vahid y sus compañeros improvisan juicios, discuten sobre métodos, incluso teatralizan sus acciones en una puesta en escena grotesca. Panahi, en declaraciones recogidas por el equipo de prensa, lo resume así: «Quise retratar cómo incluso los más oprimidos pueden reproducir las estructuras de poder que los dañaron».

La película fue recibida con ovaciones en festivales internacionales, aunque también con incomodidad por parte de quienes esperaban una fábula más contenida. Algunos críticos han señalado que el tono cambia abruptamente entre lo trágico y lo ridículo, y que la narrativa pierde fuerza hacia el final. Pero en un contexto donde hacer cine ya es un acto de insurrección, estos desvíos se sienten más como signos de libertad que como defectos estructurales.

Panahi continúa siendo, junto a Mohammad Rasoulof, uno de los cineastas más valientes del Irán contemporáneo. Y It Was Just An Accident es quizás su film más emocionalmente explícito. Un canto de ira, sí, pero también una elegía por todo lo que se ha perdido: la verdad, la justicia, la dignidad. Frente a un régimen que niega la historia, él la pone en pantalla. Frente al olvido impuesto, él responde con cine.

Con esta obra, Panahi nos recuerda que el cine no está hecho solo de imágenes, sino de convicciones. Y que en tiempos oscuros, la cámara no es solo un artefacto estético: es una linterna, un espejo, un arma.

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