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El increíble diario de Rutka Laskier, la Ana Frank polaca

El increíble diario de Rutka Laskier, la Ana Frank polaca

Rutka Laskier, la Ana Frank polaca, no pudo sobrevivir al Holocausto, pero su voz, preservada bajo una escalera y rescatada del olvido, sigue gritando por todos los que no pudieron contar su historia.

Un cuaderno contra el olvido: la confesión de una adolescente en el abismo

Imagina tener catorce años, sentir que el mundo se derrumba a tu alrededor y que cada día puede ser el último. Así vivió Rutka Laskier, una joven judía polaca cuya historia, durante décadas, permaneció oculta bajo el polvo y el silencio. Su diario, escrito entre enero y abril de 1943, no es solo un testimonio: es un grito desesperado, un acto de rebeldía y memoria en medio del horror nazi. Rutka, apodada la “Ana Frank polaca”, dejó en sesenta páginas la radiografía de una adolescencia asfixiada por el miedo, la incertidumbre y la brutalidad del Holocausto.

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La vida antes del horror: Rutka Laskier y su familia

Rutka nació el 12 de junio de 1929 en Danzig (hoy Gdańsk, Polonia), en el seno de una familia acomodada. Su padre, Jakub, era banquero; su madre, Dwojra, provenía de una familia de empresarios. Tras la invasión nazi de Polonia en 1939, los Laskier huyeron a Będzin, donde residían los abuelos paternos. Pero la pesadilla no tardó en alcanzarlos: en 1942, los nazis obligaron a la familia a instalarse en el gueto judío de la ciudad, una prisión sin barrotes donde la vida se reducía a sobrevivir un día más.

En esa jaula de ladrillos y alambre, Rutka compartía una pequeña habitación con sus padres y su hermano menor, Henius. La convivencia forzada, la escasez de alimentos y la amenaza constante de las deportaciones hacían que hasta los problemas típicos de la adolescencia —los amigos, los primeros amores, los sueños— se volvieran un lujo peligroso.

El diario: una voz adolescente en el infierno

El 19 de enero de 1943, Rutka abrió su cuaderno escolar y escribió: “No puedo creer que ya estemos en 1943, cuatro años desde que comenzó este infierno”. En esas líneas, Rutka no solo relató la rutina del gueto, sino que desnudó su alma. Alternaba confesiones sobre sus miedos y el horror cotidiano con pensamientos sobre el amor y la curiosidad sexual, en un intento desesperado de aferrarse a la normalidad.

“La fe en cosas que están más allá de este mundo es para mí la roca a la que puedo aferrarme en los momentos de mayor ansiedad”, escribió. Pero esa fe se quebraba ante la brutalidad nazi: “Si Dios existiera, no permitiría que seres humanos fuesen arrojados vivos a los hornos crematorios”.

Rutka era consciente de la inminencia del exterminio. “El lazo alrededor nuestro se aprieta cada vez más. El mes que viene habrá un gueto real, rodeado de muros. En verano será insoportable, sentarse en una jaula gris, sin poder ver campos ni flores”, anotó en febrero de 1943. Su angustia era la de miles de jóvenes judíos atrapados en una trampa mortal, esperando el golpe en la puerta que podía significar la deportación y la muerte.

Entre el horror y el primer amor: la doble vida de Rutka

Lo más estremecedor del diario es la capacidad de Rutka para separar —o intentar separar— su vida de prisionera y su vida de adolescente. A pesar del miedo, hablaba de sus amigos, de los chicos que le gustaban, de la curiosidad por el primer beso. “Solo dejaría que me besara alguien que yo amo. Janek, uno de mis amigos más cercanos, me acompañó a la escalera y le pregunté si creía que besar era tan placentero. Le confesé que tenía curiosidad por saber cómo era el sabor que tenía.”

Pero la realidad se imponía de forma brutal. Rutka fue testigo de atrocidades imposibles de imaginar: “Vi con mis propios ojos cómo un soldado arrancaba a un bebé de las manos de la madre y le abría la cabeza a golpes contra un poste. Los sesos de la criatura volaron por la acera”. El contraste entre sus pensamientos adolescentes y el horror absoluto convierte su diario en un documento único, tan crudo como conmovedor.

El secreto bajo la escalera: cómo sobrevivió el diario

Rutka sabía que sus días estaban contados. Por eso, confió su cuaderno a Stanisława Sapińska, una joven polaca católica cuya familia había sido obligada a compartir la casa con los Laskier tras la confiscación nazi. Juntas, Rutka y Stanisława escondieron el diario bajo el doble piso de una escalera, con la esperanza de que algún día alguien lo encontrara y supiera la verdad.

Tras la liquidación del gueto de Będzin y la deportación de los judíos a Auschwitz, Stanisława recuperó el diario y lo guardó en secreto durante más de sesenta años. No fue hasta el año 2005 que la sobrina de Stanisława informó a Adam Szydłowski, del Centro de Cultura Judía, sobre la existencia del cuaderno. Así comenzó el rescate de la voz de Rutka.

Lo mantuvo oculto Stanislawa Sapinska, una polaca mayor que Rutka que era la única que sabía su ubicación -bajo el peldaño de una escalera-y logró rescatarlo de la guerra.

El destino de Rutka: Auschwitz y el silencio

En agosto de 1943, Rutka, su madre y su hermano fueron deportados a Auschwitz. Durante mucho tiempo se creyó que Rutka murió en la cámara de gas junto a su familia, pero testimonios posteriores revelaron que sobrevivió unos meses más, víctima de una epidemia de cólera en el campo. Tenía solo catorce años. Su padre, Jakub, fue el único sobreviviente de la familia; tras la guerra, emigró a Israel y formó una nueva familia. Su hija Zahava Scherz, hermanastra de Rutka, solo supo de la existencia de su media hermana y del diario décadas después, al descubrir un álbum de fotos familiar.

El redescubrimiento: del sótano de Będzin al Museo del Holocausto

En 2006, el diario fue publicado en polaco y, un año después, traducido al inglés y al hebreo por Yad Vashem, la autoridad israelí para la memoria del Holocausto. El 4 de junio de 2007, Stanisława Sapińska donó el original al museo en una ceremonia cargada de emoción. El manuscrito fue autenticado y hoy es considerado uno de los testimonios más impactantes del Holocausto, comparable al diario de Ana Frank no solo por la edad y el destino de sus autoras, sino por la profundidad y honestidad de sus palabras.

“Si tan solo pudiera decir: se acabó, solo se muere una vez… Pero no puedo, porque a pesar de todas estas atrocidades, quiero vivir y esperar el día siguiente”, escribió Rutka en una de sus últimas entradas. Su deseo de vida, su rebeldía y su lucidez resuenan aún hoy, más de ochenta años después.

El legado de Rutka: memoria, resistencia y humanidad

El diario de Rutka Laskier es mucho más que un documento histórico. Es la prueba de que, incluso en los momentos más oscuros, la voz de una adolescente puede desafiar el olvido y la barbarie. Sus palabras, rescatadas del silencio y la muerte, nos obligan a mirar de frente el horror, pero también a reconocer la fuerza de la memoria y la esperanza.

Hoy, el cuaderno de Rutka descansa en el Museo del Holocausto Jad Vashem en Jerusalén, junto a otros testimonios de la Shoá. Su historia ha inspirado documentales, libros y hasta un musical. Pero, sobre todo, ha devuelto a Rutka el lugar que los nazis intentaron arrebatarle: el de una joven con sueños, miedos y una voz imposible de callar.

Con información de PlayBuzz

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