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¿Es tan importante aparentar hoy como lo era para la alta sociedad en el Siglo de Oro?

¿Es tan importante aparentar hoy como lo era para la alta sociedad en el Siglo de Oro?

El sentido de las cosas, ya lo decía José Ortega y Gasset, es la forma suprema de su coexistencia con las demás. A este respecto, la literatura, en ninguno de los casos, puede verse desvinculada de otras ramas del conocimiento como pueden ser la historia o la sociología.

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Querer entender la producción literaria del Siglo de Oro español –así como de cualquier otro periodo o movimiento cultural en el seno de la historia– precisa primero la comprensión de la forma en que los hombres y mujeres de ese tiempo se relacionaban entre sí, sometidos siempre a las tensiones ocasionadas por las diferentes formaciones sociales y sus correspondientes actitudes valorativas.

Un concepto clave de larga tradición filosófica, la apariencia, que es, naturalmente, objeto de estudio de la sociología, conforma también uno de los pilares básicos sobre los que se sustenta gran parte de la producción literaria de los siglos XVI y XVII en España.

Ahora bien, para el lector de hoy, ese que mira e intenta comprender, ¿cuál es la profundidad del término aparentar? ¿Está acaso sometido a una necesidad de representación similar a la sufrida por la minoría privilegiada de nuestro Siglo de Oro? En esta nueva sociedad de consumo también estamos sometidos a una clara necesidad de representación. Pero lejos de aquí, ¿qué obligaba a aquellos viejos poderosos a consumir y exhibirse ante los demás?

Ethos del consumo de estatus

Como bien señala Norbert Elias en su obra La sociedad cortesana refiriéndose a las peculiaridades del entramado cortesano-aristocrático francés en el Antiguo Régimen, la actitud de la clase privilegiada frente al dinero era muy diferente de la profesional-burguesa. Esto perfectamente puede trasladarse al caso español, donde la sociedad cortesana estaba dominada por el ethos del consumo de estatus o, dicho de otra forma, el consumo al que obliga el prestigio.

Ya señalábamos en otro artículo anterior que realmente eran los reyes y sus representantes los que redistribuían, según su propio criterio e interés, el poder a través del llamado “sistema de gracia”.

Pero estos privilegios no eran en absoluto asumidos en balde. Un ascenso en la escala de poder necesariamente significaba gastar el capital, asumiendo el riesgo de posible ruina, según la posición social que se ocupaba. Aquel que, beneficiado del poder real, no era capaz de consumir sin atender a la posibilidad de ahorro o perjuicio, se arriesgaba a perder el respeto de sus iguales y, consecuentemente, a naufragar en la lucha por un poder mayor. Ya lo refería Baltasar Gracián en su Discreto: “¿De qué sirviera la realidad sin la apariencia?”.

Con todo, no debe uno contentarse con entender esta situación como una mera manifestación del poder descontrolado. La cosa adquiere una mayor profundidad si, en lugar de eso, asociamos el desbocado consumo a la grave consecuencia de la inmersión en un sistema social que oprime y busca necesariamente vencedores y vencidos en beneficio del poder real.

Apariencias en el habitar y el vestir

Por poner dos ejemplos de lo mismo en dos ámbitos distintos de la vida diaria de estos hombres y mujeres, veamos qué relación guarda ese aparentar del que hablamos con dos acciones de primera magnitud: habitar y vestir.

Detalle del Retrato de la archiduquesa María de Magdalena de Austria de Frans Pourbus el joven (1603). Wikimedia Commons

En la vida de los cortesanos, la vivienda, al igual que la vestimenta, no eran elementos que dependiesen de su riqueza, sino de la propia situación social de cada uno. La belleza que requería la conformación habitacional y ceremonial de esta clase privilegiada era percibida por ellos mismos como una obligación más de su función social. Se trataba de un elemento diferenciador; un consumismo entendido como necesidad de representar un rango.

De esta forma, si un gran señor no dispusiera del dinero suficiente para que su apariencia fuera, efectivamente, la de un gran señor, estaría poniendo en grave peligro su existencia social. Bien consciente de ello es Gracián Dantisco cuando refiere en su Galateo español lo siguiente: “Tus vestidos, pues, conviene que sean según la costumbre de los de tu tiempo, manera y condición”.

Y para nosotros ¿es tan importante aparentar?

Llegados a este punto, faltaríamos a la verdad si dijéramos que las altas capas de la sociedad actual no sienten también una cierta presión social por destacar y diferenciarse. No obstante, se ha de tener en cuenta que esta no pelea, tal y como lo hacía la cortesana absolutista, por el poder a través de luchas de representación, así como tampoco siente la imperiosa obligación de consumir como parte de su compromiso y función social.

Hoy, hasta los más ricos ahorran e invierten en nuevos negocios para ganar más dinero y crecer en la escala de poder. Para aquellos viejos poderosos del Siglo de Oro era impensable ahorrar o invertir, pues se trataba de acciones cargadas de connotaciones negativas para gente de su clase. Trabajar no era precisamente para ellos.

En palabras del sociólogo Norbert Elias y en relación con lo que todo esto significa para la propia liberación del individuo: “Los ricos viven hoy como los pobres de épocas anteriores y los pobres como los ricos de esas mismas épocas”.

Pedro Fresno Chamorro, Doctorando en Literatura Española, Universidad de Jaén

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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