En uno de los momentos más surrealistas de la Guerra Fría, el líder soviético Nikita Kruschev estalló de rabia cuando se enteró que no podía visitar Disneylandia. El incidente sacó a relucir una actitud un tanto infantil y poco diplomática del líder soviético, durante su visita a los Estados Unidos.
Kruschev llegó a los Estados Unidos el 15 de septiembre de 1959, aceptando la invitación y devolviendo la visita que le hizo Richard Nixon a Moscú, donde protagonizaron aquel famoso «Debate de la cocina». Era una visita de buena voluntad cuyo principal objetivo era sostener una cumbre con el presidente Eisenhower.
Dentro de los círculos diplomáticos Kruschev tenía la fama de terco y malcriado. Era conocido por sus ‘escasas habilidades sociales y por incomodar a sus anfitriones’, y eso fue exactamente lo que hizo en los Estados Unidos. Para colmo, unos días antes de su llegada, los rusos lanzaron un misil que logró aterrizar en la luna. Era el más exitoso paso soviético en la carrera espacial, por lo que se esperaba a un Kruschev petulante y jactancioso, agrandado como se dice por acá.
Al día siguiente de su llegada visitó una granja de Maryland, donde acarició un cerdo frente a las cámaras y se quejó de que estaba demasiado gordo. Luego cogió un pavo y se quejó de que era demasiado pequeño en comparación a los pavos soviéticos. También fue llevado a visitar al Senado donde aconsejó a sus miembros que vayan acostumbrándose al comunismo. Todo esto, claro, lo hacía en son de broma, tratando de parecer simpático, pero lo cierto es que a la opinión pública le cayó como un pelmazo, sumamente arrogante y antipático.
Otro día lo llevaron a Nueva York, donde después de visitar el Empire State dijo: “Si ya conoces un rascacielos, el resto no es novedad”.
A su llegada a los Estados Unidos, el líder soviético había manifestado a quienes manejaban su agenda, que le gustaría conocer Hollywood. Los encargados de su seguridad enseguida le organizaron una visita a Los Ángeles.
El 19 de septiembre, Kruschev y su esposa llegaron a Los Ángeles. Frank Sinatra fue contratado por el Departamento de Estado para servirles como acompañante durante la visita. El día empezó con un sol espléndido y un recorrido por los estudios de la Twenty Century Fox en Hollywood. El Primer Ministro Soviético llegó justamente cuando se filmaba una escena de la película «Can-Can», y de inmediato estuvo rodeado por todo el elenco, entre ellos Shirley MacLaine y Juliet Prowse.
Shirley MacLaine le dio la bienvenida a Kruschev con un pésimo ruso y luego intentó hacerlo bailar improvisadamente involucrándolo en la coreografía. Kruschev se excusó jovialmente y se hizo a un lado, mientras los actores seguían trabajando en la escena.
Salieron de los estudios de la Twenty Century Fox y se trasladaron hacia el centro de Los Ángeles, donde estaba previsto ofrecer un gran banquete en su honor.
Parece que el tráfico de Los Ángeles en su hora pico lo empezó a irritar, porque durante el trayecto hacia el Paris Café (donde sería el banquete), el líder soviético no dejó de quejarse de la cantidad de autos ocupados «por una sola persona» y del despilfarro que esto suponía. En contraste, no tuvo reparos ante la exquisita y abundante comida del derrochador banquete al que asistió.
Sólo 400 famosos e invitados especiales tuvieron el privilegio de compartir la mesa con el dictador soviético, pero el deseo y la novelería -entre los actores- de ser invitados fue tal, que poco les importó declararse fans de Kruschev y su gobierno, aún con el riesgo de pasar a formar parte de la famosa lista negra, en la que estaban todos a quienes se consideraba antiestadounidenses, y como consecuencia, se les cerraba las puertas en Hollywood.
De todas formas estuvieron presente personajes como Marylin Monroe, Dean Martin, Elizabeth Taylor, Arthur Miller, Tony Curtis y Janet Leigh; es decir asistió la «crème de la crème» de Hollywood. Y también hay que decirlo, los actores Bing Crosby y Ronald Reagan estuvieron en la selecta lista, pero rechazaron la invitación debido a sus tendencias políticas.
Bueno, volviendo al banquete, poco después de los postres, Kruschev conversaba con el actor David Niven. Le contaba de sus andanzas durante la Guerra Civil Rusa y la Segunda Guerra Mundial. También se dio tiempo para bromear con Gary Cooper y Charlton Heston.
El momento cumbre y cuando terminó robándose el show de forma lamentable, fue cuando le comunicaron en privado que su visita a Disneylandia no podría llevarse a cabo, ya que sin tiempo de anticipación, la policía no podía garantizar su seguridad en el inmenso complejo.
El plan de conocer Disney había sido un capricho de última hora, y parece que en verdad era imposible organizar ese momento el perímetro de seguridad que su importancia ameritaba. Kruschev explotó y su iracundo discurso fue conmovedor:
«Hemos llegado a esta ciudad donde vive la flor y nata del arte americano…Y yo digo, me gustaría mucho ir a conocer Disneylandia, pero me dicen que no pueden garantizar mi seguridad. Les pregunté «¿Por qué no? ¿Es que tienen plataformas de lanzamiento de cohetes ahí?» No sé. Basta con escuchar la razón que me dieron: «Nosotros», o sea las autoridades estadounidenses, «no le podemos garantizar su seguridad si va para allá».»
«¿Qué sucede? ¿Hay alguna epidemia de cólera allí o algo parecido? ¿O es que el lugar está tomado por delincuentes que pueden atacarme? Entonces, ¿qué debo hacer? ¿suicidarme? Soy su huésped, ¡esto es inconcebible!. ¿Cómo le explico esto a mi pueblo?»
Todos los presentes se quedaron mudos y desconcertados. Estaban frente al líder del país más grande del mundo, un hombre de 65 años de edad, que exteriorizaba una rabieta porque no podía ir a Disneylandia.
Esa reacción, como es normal, creó muchas especulaciones y rumores que -cuando no- fueron alimentados por la misma prensa. Se decía que después de la infantil rabieta fue llevado a sobrevolar Disneylandia en un helicóptero militar, lo cual era falso. También corrió el rumor de que el mismo Walt Disney, acérrimo anticomunista, le había prohibido la entrada, pero esa teoría era más improbable. Es más, el egocéntrico Walt Disney no hubiese desperdiciado la oportunidad de mostrar su paraíso privado a los rusos.
Kruschev dejó Los Ángeles la mañana siguiente y regresó a Washington para su encuentro con Eisenhower.
Con información de: Sentado frente al mundo
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