En una tumba anónima, en el maletero de un auto, en una pequeña caja, debajo de un altar en un convento desconocido, en un armario… Estos fueron los destinos del cadáver de Benito Mussolini después de que fuera descubierto y fusilado por un grupo de partisanos en Dongo, el 28 de abril de 1945.
El Duce no descansó en paz ni aquel día, ni al día siguiente, cuando su cuerpo y el de su amante Clara Petacci fueron colgados cabeza abajo y golpeados, escupidos, orinados e, incluso, mutilados públicamente en una plaza céntrica de Milán. Pero tampoco lo hizo en los 12 años que estuvo el dictador muerto en paradero desconocido, escondido por los rincones más insospechados de Italia.
Sobre los verdaderos autores de su ejecución y las circunstancias en que se produjo existen aún muchas incógnitas. Algunos de sus descendientes incluso ha solicitado recientemente la exhumación de sus restos para tratar de identificar a los asesinos. Pero sí se conocen bien las andanzas del «Duce» una vez muerto, por lo menos ahora, porque el secretismo que rodeó a este asunto durante años dio para llenar de rumores muchas páginas de periódicos. «Roma estaba de nuevo alerta (…), porque existía la confidencia de que un camión, con matrícula de Milán número 22457, transportaba el cuerpo de Mussolini rodeado de varios “jeeps” como escolta», podía leerse, por ejemplo, en ABC en mayo de 1946. «Ni ha aparecido el camión, ni los “jeeps”, ni como es consiguiente el cuerpo de Mussolini, que otras noticias lo señalan escondido en Florencia», aclaraba después.
Sabemos que después del escarnio público sufrido en Milán, el cuerpo de Mussolini fue colocado por miembros del Comité de Liberación Nacional (CLN) en un cajón de madera con paja y enterrado en una tumba sin nombre en el cementerio Mayor, identificada con el número 384. El objetivo era impedir el peregrinaje de nostálgicos.
La noche del 23 de abril de 1946, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, un grupo de simpatizantes fascistas robaron los restos del Duce sin saber muy bien qué hacer con ellos. Hasta dos semanas estuvo el cadáver peregrinando por las calles de Milán en el maletero de un coche. El venerado y poderoso aliado de Hitler, símbolo de fortaleza en toda Europa, daba vueltas, muerto, escondido y olvidado, en el maletero de un vehículo. Finalmente, uno de sus ladrones decidió entregárselo a un sacerdote milanés del convento de SantŽAngelo.
Los rumores crecían: «Se afirma que el general Enzo Galviati dirigió la operación del cementerio de Milán y que posee los restos mortales del Duce, enterrados en el jardín de una casa de Milán». «El cadáver de Mussolini está oculto en la isla de Brissago, en el lago suizo», podía leerse en ABC, en agosto del 46. Pero nada. Las noticias eran cada vez más rocambolescas, como aquella que informaba de que un grupo de «carabinieri» llegó a abrir el ataúd de otro muerto, en medio de un funeral, pensando que allí se encontraba el dictador. O aquella otra que aseguraba que uno de los detenidos había contraído «infección cadavérica» al tocar el cuerpo «parcialmente descompuesto» Mussolini, relataba este periódico.
Los restos del ex dictador, sin embargo, estuvieron desaparecidos varios meses, hasta que el sacerdote de SantŽAngelo informó al arzobispo de Milán, Ildefonso Schuster, de que él tenía el cuerpo de el «Duce», y éste a su vez al Gobierno.
Las autoridades eclesiásticas y el Gobierno decidieron esconder el cadáver en el convento de Cerro Maggiore, provincia de Milán. O por lo menos, lo que quedaba de él, a causa de las mutilaciones y el avanzado estado de descomposición. Estuvo oculto debajo de altar hasta que el mal olor obligó al superior a trasladarlo a un pequeño armario, donde permaneció muchos años. El Gobierno italiano no quería devolver el cuerpo a la viuda de Mussolini, ni contemplaba la posibilidad de brindarle un funeral público.
Así permaneció, en el más absoluto secreto, mientras los diarios seguían llenándose con extrañas especulaciones acerca de su paradero.
En 1957, el Gobierno consideró que había llegado la hora de devolver los restos a la familia, que decidió darles por fin sepultura en la capilla familiar de San Cassiano. «Soy un hombre acabado, mi estrella se ha eclipsado», dijo Mussolini cuatro días antes de morir. «Sólo me apetece leer y esperar a que se cumpla mi destino». Y se cumplió, pero más de una década después.
Con información de: ABC
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