‘El aquelarre’, también conocido como ‘El sabbat’ o ‘El macho cabrío’, es una pintura elaborada en óleo sobre lienzo, en 1798 por Francisco de Goya, y forma parte de la serie de seis pinturas «Asuntos de brujas», dedicadas exclusivamente a temáticas demoníacas y brujería, en el marco de la Inquisición.
El aquelarre, entre la súplica y el éxtasis
Basándose en las creencias populares, que aseguraban que en las reuniones de brujas eran devorados los niños robados, el artista de origen español Francisco de Goya (1746-1828) muestra el momento de la elección del niño sacrificado.
Entre las pretensiones del rococó y el declive del movimiento neoclásico en España, Francisco de Goya, decidió alejarse y pintar en soledad, en la Quinta del Sordo. Fue quizás ese distanciamiento, con respecto a las tendencias pictóricas, aquello que lo condujo a concebir una serie de pinturas que retratarían el cataclismo de una razón que se ha desvanecido.
Bajo la estética de «lo sublime terrible», Goya expone su visión sobre el preludio del camino que tomarán las nuevas corrientes artísticas, cada vez más sensibles, más oscuras, y más cercanas al inconsciente y a la individualidad del ser humano.
La elección del satanismo como tema principal, para una de las obras que conformaría la serie «Asuntos de brujas» (1797–1798), es solo el resultado de la popularidad que tenía en algunos sectores, por la realización de ritos paganos perseguidos por la Inquisición.
De hecho, algunos investigadores sostienen que Goya se inspiraría en un hecho de la vida real para concebir El aquelarre, específicamente, el de un caso ocurrido en Logroño, al norte de España, y llevado a un tribunal de la Inquisición, donde dos hermanas envenenaron a sus hijos para ofrecerlos al demonio, como sacrificio para compensar alguna falta de devoción.
El aquelarre supone la escena de un ritual, presidido por el macho cabrío, en representación del demonio. Esta figura, donde predomina la expresividad y el dramatismo, se encuentra al centro de la composición, y es quien divide el resto de la pintura en dos triángulos, uno superior, donde se distingue el paisaje nocturno y los cachos del animal; y uno inferior, conformado por la ofrenda de los niños, y las mujeres, divididas en dos grupos importantes, aquellas cargadas de emoción, éxtasis y súplica, y un trío de monocromáticas e inexpresivas figuras fantasmales, al fondo de la pintura.
Como demuestra la extremidad del macho cabrío, erguido y orgulloso, el elegido para convertirse en ofrenda es el niño con aspecto más saludable, llevado en los brazos de una mujer, cuyo rostro se desdibuja entre la incredulidad y la euforia.
Con información de: Historia Arte! / Museo Del Prado / Grandes maestros de la pintura, Editorial Sol90. / Foto: Wikimedia
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