La curiosidad innata que tenemos los seres humanos nos lleva a hacernos preguntas sobre cuanto nos rodea: ¿Por qué se ha formado esto que veo? ¿Cómo ha evolucionado? ¿Qué pasará en el futuro?
Las dos disciplinas que más esfuerzo han puesto en clasificar nuestro entorno son la biología y la geología, pero no son las únicas. Si miramos algo más lejos, más allá de especies y rocas, podemos encontrar un entorno lejano marcado por la presencia de las nubes. Sus caprichosas y, en ocasiones, pareidólicas formas han servido de inspiración para artistas que, al menos desde el siglo XV, les han dado un marcado protagonismo en sus obras.
En el contexto de la llamada «revolución científica», cuando el conocimiento se creaba de forma sistemática y a velocidad cada vez mayor, se establecieron sistemas de nomenclatura. Estos permitieron evitar cualquier ambigüedad a la hora de referirse a un ser vivo o a un mineral. Y, lo más sorprendente, también a una nube.
Pero ¿qué define a una nube? Escoja el lector entre las siguientes opciones:
- Están formadas por vapor de agua.
- Están formadas por agua líquida.
- Están formadas por agua sólida.
La respuesta que más recibo es que las nubes están compuestas por vapor de agua, pero lo cierto es que las respuestas correctas son las otras dos: están formadas por agua en estado líquido o en forma de hielo. Si recuperamos lo que sabemos sobre el ciclo del agua vemos que la nube se forma cuando el vapor de agua se condensa. Esto es, cuando pasa de vapor a estado líquido.
Si este cambio de fase se produjese más allá de unos 4 500 metros de altitud, el vapor de agua se sublimaría y pasaría directamente a ser hielo.
Las nubes también tienen especies y géneros
Fue a principios del siglo XIX cuando, de forma paralela e independiente, Luke Howard y Jean-Baptiste Lamarck realizaron sus propuestas para clasificar las nubes.
El siglo XIX fue realmente fértil en la definición de nuevos tipos de nubes. El proceso acabó desembocando, ya en el siglo XX, en la primera edición del Atlas Internacional de Nubes en 1939. Hubo varias ediciones posteriores hasta alcanzar la actual, vigente desde 2017, en la que todavía se siguen incorporado nuevas variedades de nubes.
Las categorías que se recogen actualmente en el Atlas Internacional de Nubes son las siguientes: género (existen 10), especie (15), variedades (9), rasgos suplementarios (11) y nubes accesorias (4).
¿Quiere decir esto que son posibles todas las combinaciones entre las diferentes categorías? Sería lo más deseable para los aficionados por el altísimo contraste de nubes que aparecerían, pero en la naturaleza no se dan todas las combinaciones.
Por ejemplo, el género Cumulonimbus, posiblemente la nube más espectacular, solo va a dar lugar a las especies calvus y capillatus. Además, no tiene variedades, pero sí ocho rasgos suplementarios y las cuatro nubes accesorias. Por tanto, al observar un Cumulonimbus se puede dar una descripción muy extensa sobre la propia nube más allá de destacar que se trata de la nube de tormenta por excelencia.
La altura importa
Conviene destacar que solo hacemos referencia a nubes que se producen en la capa baja de la atmósfera, en la troposfera, que ocupa aproximadamente los primeros entre 12 y 14 kilómetros. Más allá existen las nubes «nacaradas» o las «noctilucentes», pero en este caso no son relevantes porque no forman parte del ciclo del agua.
La propia Organización Meteorológica Mundial (OMM) nos ofrece una guía para dar los primeros pasos en la observación e identificación de nubes. Esta nos permite conocerlas, como mínimo, a nivel de género: cúmulos, estratos, estratocúmulos, altocúmulos, altostratos, cirros, cirrocúmulos, cirrostratos, nimbostratos y las mencionadas cumulonimbos.
A partir de ahí, poco a poco se puede desarrollar la destreza y el ansia de saber más. En ese momento, de forma natural, surgirían preguntas que conducirían al conocimiento de las variedades, rasgos suplementarios y nubes accesorias.
Ya solo nos falta encontrar un lugar con buenas vistas, ponernos cómodos y mirar arriba. Tenemos todo un cielo esperando a ser descubierto. Si por alguna circunstancia esto no fuese posible, siempre tenemos el buscador del propio Atlas Internacional de Nubes, que nos da la posibilidad de mirar por géneros y nos ofrece toda la información adicional de la nube.
Quién sabe si algún día seremos los próximos descubridores de alguna nueva variedad de nube. Todo es cuestión de curiosidad.
Francisco José Machín Jiménez, Profesor Titular de Universidad. Oceanógrafo Físico, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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