Raquel Liceras Garrido, Universidad de Salamanca
Denominamos Edad de Hierro a los siglos que abarcan el primer milenio a.e.c. hasta la conquista de Roma. Simplemente el nombre del periodo histórico ya evoca espadas, puñales, escudos con motivos celtas, ganchos para asar carne y calderos de bronce. Una época plagada de guerras, banquetes e incursiones violentas, protagonizadas por hombres jóvenes guerreros.
Pero, ¿qué sabemos del resto de la población? ¿Qué sabemos de los niños y niñas, los mayores o los hombres no guerreros? ¿Existen datos con los que podamos conocer cuál era el papel de la otra parte de la población, especialmente de las mujeres?
El área de la Meseta Norte (aproximadamente Castilla y León) cuenta con una larga tradición investigadora. Sin embargo, las mujeres son casi invisibles en las investigaciones de la Edad de Hierro. Esto es consecuencia del interés de la investigación más que una realidad histórica.
En este artículo vamos a ver una serie de fragmentos textuales y evidencias arqueológicas que nos ayuden a entender una Edad del Hierro en la que haya mujeres, así como el imprescindible lugar que ocuparon en las sociedades del primer milenio a.e.c.
Mujeres en los textos clásicos
La introducción de la escritura en la región es una de las innovaciones fruto de la interacción con Roma durante el siglo II a.e.c. Los habitantes de la Meseta adaptaron la escritura ibérica a las particularidades de su lengua local, creando el “celtibérico”.
La escritura celtibérica se conserva en palabras grabadas o pintadas en vasijas cerámicas, útiles textiles, monedas o tablas de bronce como las de Botorrita. Su traducción continúa planteando retos a los especialistas, ya que solo se han traducido algunas palabras y fragmentos.
Las comunidades de la Edad del Hierro nunca produjeron documentos escritos que nos permitan conocer de primera mano sus tradiciones y forma de pensar. Sin embargo, los autores griegos y romanos han dejado numerosos testimonios sobre ellos.
La mayoría de los escritos se centran en la guerra colonial romana, pero existen algunas referencias a las mujeres, relacionadas con su aspecto, actividades y prácticas colectivas. Se las menciona como guardianas de la memoria, responsables de transferir la sabiduría y la historia de la comunidad a través de las generaciones. También hacen referencia a costumbres matrimoniales donde las mujeres podían elegir a sus maridos entre los considerados más valientes.
Nos dicen que ellas gestionaban las casas y cultivaban las tierras. Además, actuaron como instigadoras a favor de continuar la guerra contra Roma, luchando junto a los hombres cuando el enfrentamiento llegaba a las puertas de sus casas.
Mujeres en la evidencia arqueológica
Las casas, o unidades domésticas, fueron clave en la organización económica, social y política de estas comunidades. Mediante los materiales arqueológicos, sabemos que ellas eran las encargadas de los cuidados, los mantenimientos, la economía doméstica y algunas actividades productoras.
Por ejemplo, la producción textil era crucial. No solo para cubrir las necesidades de los miembros de la casa, sino también para crear un excedente con el que intercambiar. Las evidencias sugieren que, en la mayoría de sociedades, el hilado y el tejido eran principalmente llevados a cabo por mujeres.
Entre las gentes de la meseta Norte son famosos los saga, capas o mantas de lana usadas como moneda en los intercambios comerciales y políticos, como las negociaciones de paz firmadas con Roma. Por ejemplo, ciudades como Numancia o Tiermes tuvieron que entregar 9 000 saga cada una en el año 141 a.e.c. para conseguir una tregua con Roma.
Las mujeres también eran las encargadas de la elaboración de comida y bebidas alcohólicas como la caelia, una cerveza de trigo. En la Edad del Hierro, uno no se tomaba una cerveza en solitario para relajarse o por ocio, sino que el consumo de alcohol era colectivo y uno de los principales escenarios para llevar a cabo las negociaciones entre los poderosos. De modo que, en la mesa y regadas por alcohol, se creaban, mantenían o fortalecían relaciones políticas y sociales que contribuían al prestigio de la casa.
Sin embargo, la mejor evidencia de la relevancia del papel de las mujeres se encuentra en los cementerios. En este periodo, los cadáveres se cremaban en piras funerarias. Posteriormente, los restos se depositaban en una tumba junto a un ajuar compuesto por cerámicas, armas, ornamentos, etc.
Las armas son objetos que generalmente se han asociado a jóvenes guerreros. No obstante, a partir de la década de 1980, cuando se comenzaron a estudiar los restos óseos de las tumbas para determinar el sexo y la edad de los individuos, surgieron sorpresas. En muchos casos, las armas no solo acompañaban a los hombres jóvenes, sino también a niños y niñas y a mujeres de avanzada edad (¡para la época!) de 50-60 años.
Eso se debe a que los rituales funerarios eran espacios en los que se exhibía el poderío de la familia. Por ello, las armas no solo acompañaban a aquellos que las empuñaban, sino que eran también un objeto de prestigio para el resto de los integrantes, algo parecido a lo que hoy pueden ser un Rolex o un Ferrari. Su presencia nos dice que allí se enterraba una persona importante, más allá de su género o su edad.
Una Edad del Hierro con mujeres
Podemos ver cómo en los estudios del pasado las jerarquías sociales se han equiparado a valores masculinos, sin tener en cuenta los mecanismos operados por las mujeres u otros posibles géneros. De ese modo, las actividades de mantenimiento (comida, cuidados, etc.) y las actividades productivas conducidas por mujeres se relegaron a un segundo plano.
Estas referencias demuestran que, aunque centradas en sostener los vínculos familiares y cuidar el hogar, el papel social de las mujeres no se limitaba a ello. Ellas eran fundamentales en la configuración social de las comunidades como gestoras de las casas, garantes de la memoria, transmisoras de conocimiento y reproductoras de la sociedad y sus valores.
Raquel Liceras Garrido, Investigadora Postdoctoral María Zambrano en Prehistoria, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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