Son las nueve de la mañana; somnolientos, niños y niñas entran en su aula y sus ojos se abren un poco más al encontrarse los muebles dispuestos de manera inesperada: mesas apiladas, sillas en diferentes alturas o incluso volteadas en el suelo. Al principio, esta escena les parecerá extraña, pero rápidamente se convertirá en un estímulo maravilloso para que comiencen a explorar nuevas formas de relacionarse con el espacio. ¿Qué mundos y posibilidades se abren ante su imaginario infantil?
Esta transformación de su espacio busca potenciar nuevos descubrimientos a través de los elementos del entorno: su peso, su olor, su textura o las huellas que dejan. Objetos tan comunes como un vaso, una piedra o una puerta pueden ser puntos de partida para despertar la curiosidad y plantear preguntas que inicien el juego y el aprendizaje. ¿Cuál es su propósito? ¿Para qué más podrían servir? ¿De qué materiales están hechos? Estas propuestas abren la puerta a un mundo de posibilidades creativas que invitan a sentir e investigar el entorno desde nuevas perspectivas.
¿Se sorprendería si le digo que estamos en clase de arte? Tradicionalmente, el arte sus diversas formas ha sido considerado un ámbito exclusivo para quienes poseen un talento innato. Sin embargo, en las últimas décadas, esta percepción ha cambiado, reconociendo la importancia del arte no solo en el área de plástica, sino también, desde su multidisciplinariedad, en la educación transversal y la investigación.
El arte y la infancia
El arte, en su esencia, nos invita a explorar lo desconocido. Nos permite aventurarnos por caminos no trazados, donde la lógica a menudo es desafiada y la intuición nos guía hacia nuevas e inesperadas posibilidades. Nos enseña que no hay una única manera correcta de ver o hacer las cosas, y que en la diversidad de miradas, contextos y capacidades, reside la riqueza de la experiencia humana.
En el aula, por ejemplo, la maestra podría experimentar métodos de indagación y juego cambiando su postura corporal y colocándose en lugares inusuales del aula, como por ejemplo en cuclillas mirando hacia una esquina. ¿Cómo reaccionará el alumnado encontrándose con la docente en esa posición? También podría iniciar una actividad donde los estudiantes tuvieran que buscar la manera de hacer el espacio más ligero, más pesado o maximizar y minimizar su ocupación, expresando conceptos abstractos con sus cuerpos y voces.
Podemos imaginar al alumnado formando una fila con la disposición de sus cuerpos, imaginándola como una serpiente que se mueve a vista de pájaro, desplazándose lentamente mientras explora el terreno. A partir de esta propuesta lúdica, podremos establecer un orden diferente que fomente la colectividad y al descubrimiento compartido, rompiendo con la rigidez del orden militar y orientándolo hacia una experiencia de aventura y trabajo en equipo.
Una herramienta más para desarrollarnos
Hoy en día, el arte contemporáneo se valora como una herramienta esencial para el desarrollo integral, capaz de fomentar la reflexión crítica, la expresión emocional y la intervención consciente con el entorno. Además, enriquece el aprendizaje en todas las asignaturas en la etapa escolar.
El propósito de la educación artística no es necesariamente formar artistas, sino desarrollar en los estudiantes una sensibilidad que les permita percibir, pensar y sentir su realidad de manera más profunda. Lejos de ser un lujo, el arte actúa como una fuerza transformadora que nos invita a observar y a comprender el mundo desde diferentes perspectivas. El arte nos incita a redescubrir lo cotidiano como fuente clave de inspiración para la acción y la reflexión.
Creatividad e intuición: más allá de la lógica
La creatividad artística no está sujeta a reglas rígidas: se adapta cada situación particular y se nutre de la intuición y confianza del docente, permitiendo que cada estudiante se sienta libre de explorar sin miedo al error, ya que este es parte esencial del proceso creativo.
Una de las lecciones más importantes que el arte nos enseña es que el proceso es más valioso que el resultado final. La experiencia artística se convierte en una ventana hacia lo incierto y lo desconocido, comprendiendo que el camino recorrido es la base del aprendizaje. Lo verdaderamente significativo es la experiencia de creación: el tiempo dedicado a observar, experimentar, fallar y volver a intentarlo.
A través de este proceso, los participantes desarrollan una sensibilidad estética e intelectual que no solo los convierte en mejores creadores, sino también en mejores observadores y ciudadanos conscientes del mundo que los rodea.
El proceso creativo como fin en sí mismo
En mi libro de acceso abierto Percibir y transformar lo cotidiano: parámetros artístico-performativos para trabajar con la infancia presento una nueva forma de conectar con el mundo de los niños y las niñas y fomentar aprendizajes significativos a través del arte contemporáneo. Incluye ejemplos, vivencias y herramientas que nos ayudan a revitalizar nuestra creatividad y a aplicar nuestra singularidad en nuestro trabajo como docentes; a la hora de idear, hacer, interpretar y comunicarnos.
.
A través de la experimentación con nuestros cuerpos, el espacio, los materiales y los objetos que nos rodean, la experiencia artística nos invita a ver lo cotidiano de una manera nueva y sorprendente. Nos anima a dejar de lado las ideas fijas que nos limitan y que nos llevan siempre a los mismos lugares y formas de pensar.
Alba Soto Gutiérrez, Profesora investigadora especializada en arte y educación, Universidad de Cádiz
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
--
--