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Si el primer trasplante de ojo completo fue un éxito, ¿por qué el paciente aún no puede ver?

Si el primer trasplante de ojo completo fue un éxito, ¿por qué el paciente aún no puede ver?

Un año y medio después, se confirma que la complejísima operación fue un éxito a nivel de la viabilidad de los tejidos, pero recuperar la visión con un procedimiento de este tipo sigue constituyendo un formidable desafío.

En mayo de 2023 se anunció el primer trasplante de ojo completo, un verdadero hito en la historia de la medicina. La intervención, que en 2002 vimos como una fantasía cinematográfica en la película Minority Report, tuvo lugar en el hospital de Langone Health de la Universidad de Nueva York.

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Sin embargo, la realidad no superó esta vez a la ficción: a pesar de que la operación fue un éxito rotundo a nivel tisular, el paciente –Aaron James, un hombre estadounidense de 47 años– no recuperó la visión. Más de un año después, el hospital ha hecho público que el ojo trasplantado mantiene su integridad y experimenta avances, aunque Aaron sigue sin ver.

Esto nos invita a profundizar en las complejidades que aún afronta la medicina en el ámbito de la restauración visual.

Toda una proeza médica

Un equipo de más de 140 profesionales, encabezado por el cirujano plástico Daniel Ceradini, logró llevar a cabo de manera exitosa esta complejísima intervención. El procedimiento, que duró más de 21 horas, incluyó el trasplante del ojo izquierdo en su totalidad, junto con su cuenca ósea, la nariz, parte del hueso del mentón y los músculos, nervios y vasos sanguíneos que se conectan a estas estructuras.

Uno de los principales desafíos era asegurar que el ojo injertado se mantuviera saludable para preservar la función de la retina. Esta delicada capa de tejido, sensible a la luz y ubicada en el fondo del globo ocular, desempeña un papel fundamental en nuestra capacidad visual.

Para ello, el Dr. Ceradini y su equipo desarrollaron un procedimiento quirúrgico pionero que pudiera garantizar un flujo sanguíneo continuo al órgano trasplantado. Este flujo es vital porque proporciona el oxígeno y los nutrientes necesarios para la supervivencia de las células de la retina. Cualquier alteración en su entorno podría desencadenar la muerte de las células y el consiguiente fracaso del trasplante.

El pasado mes de septiembre se confirmó que el ojo trasplantado tiene buen aspecto y presenta unos parámetros de presión ocular e irrigación sanguínea dentro de la normalidad. Incluso se ha observado que la retina responde a la luz, indicativo de que preserva su función. Sin embargo, Aaron no puede ver y el ojo no ha recuperado la movilidad. ¿Por qué?

El viaje desde la retina a la corteza visual

Para dar una respuesta, antes explicaremos sucintamente cómo funciona el sistema visual. Todo comienza en el interior del ojo, donde la retina actúa como una pantalla sensible a la luz. Allí, unas células especializadas llamadas fotorreceptores traducen la intensidad de la luz, los colores y las formas a un lenguaje que el cerebro puede entender. En este proceso, conocido como fototransducción, la información visual es transformada en impulsos eléctricos.

A continuación, la señal eléctrica atraviesa las células bipolares para llegar a las células ganglionares, encargadas de enviar lo que vemos desde la retina al cerebro a través de prolongaciones en forma de filamento denominadas axones. Estos conforman, como si de un gran cable se tratase, lo que conocemos como nervio óptico.

Estos cables (uno por cada ojo) se cruzan en el quiasma óptico y entran al cerebro. Allí, gran parte de los axones llegan al cuerpo geniculado lateral del tálamo, que actúa como un centro de procesamiento de datos desde donde se transmite la señal eléctrica a nuevas neuronas, cuyos axones se prolongan a su vez hasta la corteza visual.

Es en esta área donde el cerebro integra, procesa e interpreta los impulsos eléctricos procedentes de las retinas para crear una percepción visual, es decir, una recreación de la realidad exterior que estamos observando.

Además, otro grupo de axones del nervio óptico se dirigen al colículo superior, donde se conectan con los cables que controlan los músculos que mueven los ojos. De esta manera, gracias a nuestra visión binocular, somos capaces tanto de visualizar un entorno muy extenso como de enfocar la mirada en un lugar concreto o seguir un objeto en movimiento.

Finalmente, el resto de axones se dirige al núcleo pretectal, encargado de controlar la apertura de la pupila y regular así la cantidad de luz que entra en el ojo. Este proceso nos permite ver, parafraseando al superhéroe Linterna Verde, en el día más brillante (cerrando la pupila) y en la noche más oscura (abriéndola).

Uno de los mayores desafíos para la ciencia

En esta intervención, el nervio óptico del donante fue completamente injertado, pero no logró conectarse correctamente con el cerebro del receptor. Por lo tanto, aunque la retina responde a la luz, esta información visual no llega al cerebro y el paciente no puede ver. Tampoco puede mover el ojo, y su pupila no reacciona a la luz.

Los cirujanos siempre fueron conscientes de esta limitación, ya que, por el momento, la regeneración del sistema nervioso central no es posible. Reconstruir circuitos neuronales funcionales sigue siendo uno de los mayores desafíos de la ciencia, pues implica no solo el crecimiento de las neuronas, sino también su correcta conexión.

Hoy en día, investigadoras e investigadores de todo el mundo dirigen sus esfuerzos a desentrañar los complejos mecanismos que permiten el desarrollo y la reconexión de los nervios. A medida que avanzamos en esta área, la esperanza de que la realidad supere a la ficción y podamos mejorar la calidad de vida de los pacientes con lesiones neurológicas es una aspiración compartida.

Ariadna Díaz-Tahoces, Investigadora postdoctoral en neurobiología ocular, Universidad Miguel Hernández; Almudena Íñigo Portugués, Especialista en Microscopía y Análisis de Imagen en el Instituto de Neurociencias (UMH-CSIC). Investigadora colaboradora en el Grupo de Neurobiología Ocular., Universidad Miguel Hernández y Laura Frutos Rincón, Investigadora postdoctoral en Neurobiología Ocular , Universidad Miguel Hernández

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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