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Reflexión: Soltaré tu mano, para que puedas caminar

Reflexión: Soltaré tu mano, para que puedas caminar

A veces parece que hemos tomado un curso de conducta general antes de llegar a la tierra, y lo aprendimos muy bien, tanto, que entre unos y otros cometemos los mismos errores.

En este post voy a hablar del proceso que ha representado para mí aprender que la mejor forma de proteger es dejar que el otro cometa y asuma sus errores.

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Desde siempre tengo tendencia a ser protectora con las persona a quienes me unen lazos afectivos (amigos, familiares, compañeros de estudio/trabajo) y yo pensaba que era lo correcto, que lo estaba haciendo bien. Acomodar y ayudar tanto a las personas al punto que inconscientemente les hacía daño, limitaba el desarrollo de sus capacidades sacrificando las mías. sacrificio que no sentía como tal porque me complacía en hacer bien, no me habían explicado todavía que «hacer bien» también implica que cada uno cargue con su cruz y desarrolle sus habilidades ordenando su propio rompe cabezas. Los expertos le llaman Síndrome de Wendy, en lenguaje popular es descrito como «buena con P» ;). Pero en mi segundo semestre de universidad, llegó el momento de aprender la lección.

Estábamos en una clase de desarrollo organizacional, con uno de los mejores profesores que tuve en toda la carrera, de la participación en clase dependía un porcentaje importante de la nota y yo como siempre estaba animando a mi amiga María a levantar la mano y opinar en los temas que yo sabía ella dominaba – ella era sumamente tímida y el semestre anterior se sentó en medio de su participación en una exposición por una especie de ataque de pánico escénico -. Al ver que todo el mundo había participado menos ella, el profesor le dirigió la última pregunta del cuestionario de ese día. Ella bajó la cabeza y contestó que no sabía la respuesta, en ese momento, yo, con la autoridad que no sé quién me había dado, le dije: Sí profesor ella se la sabe, Vamos María responde! Acto seguido me dieron el regaño inolvidable que hizo que aprendiera una lección de vida.

El profesor, en tono molesto, me preguntó ¿Llevarás su mochila para que el peso de los libros no lastime su espalda mientras baja las escaleras? ¿La tomarás de la mano para cruzar la calle? ¿Te examinarás por ella? entre otras cosas que no recuerdo con exactitud, lo que no se me olvida es la venguenza que sentí mientras la clase entera me miraba sin saber si condenarme por lo que había hecho o verme como la mártir que fue condenada por ayudar a su amiga. Al día siguiente mi amiga participó en clases sin que nadie tuviera que empujarla para que lo hiciera y al final el profesor se disculpó por la forma en que había hablado el día anterior, en ese momento todavía estaba muy molesta y apenada como para entender lo que había sucedido, pero el tiempo, ese gran experto en poner las cosas claras, me permitió reconocer mi error vestido de buena voluntad.

A veces creemos que nos vamos a ganar el amor de los otros haciéndonos imprescindibles en sus vidas, haciendo cosas por ellos, pero eso no es más que convertirlos en parásitos que nos consumen con autorización de nosotros. Los limita y nos limita.

Padres haciendo los deberes escolares de sus hijos que luego se quejan de tener que cargar con sus responsabilidades de adultos. Amigos que dejan el forro por el otro y que el día que no pueden hacerlo se coronan con el título de desgraciados (la gente se acomoda mucho en lo fácil). Hermanos que se sienten con el derecho de vivir del otro… entre otros parásitos sociales fruto de la buena voluntad. Esta vida es para desarrollarla en cooperación, no para que unos sean recostados y otros grandes sacrificados.

Hay que soltar la mano del otro para que pueda a caminar solo, no arrastras nuestras.

Su hijo, amigo, hermano… No se va a morir! Simplemente aprenderá cómo vivir, y será lo mejor que le haya pasado en la vida.

Una colaboración de @fioresita para @Culturizando

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