Agosto 23, 2018

Por qué los personajes excéntricos son una bendición para la música

Por qué los personajes excéntricos son una bendición para la música

Mark Goodall, University of Bradford

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“La excentricidad es un rasgo notable de los ingleses”, escribió una vez la poeta Edith Sitwell, famosa precisamente por su carácter excéntrico, y ella debía saberlo mejor que nadie. En sus últimos años, Sitwell exigía a quienes iban a visitarla que rellenaran un formulario en el que se incluía la siguiente pregunta: “¿Tiene algún pariente que haya estado confinado en un centro psiquiátrico?”, que se complementaba con esta otra: “En caso negativo, ¿por qué no?”.

También son muy comunes las historias de excentricidad en el mundo de la música: el compositor vanguardista francés Erik Satie era conocido tanto por su comportamiento extravagante como por sus destacables partituras de cámara, y se le atribuye la invención de la “música de mobiliario”, precursora de la música ambiental. Satie se vestía todos los días con un traje blanco, y, cuando murió, sus amigos descubrieron que tenía varios atuendos idénticos en su armario. El rito diario de Satie consistía en ir paseando desde su casa en las afueras de París hasta el centro de la ciudad con un maletín en el que solo llevaba unas hojas manuscritas y un martillo.

Más recientemente, no han sido los músicos vanguardistas sino los de pop los que han puesto a prueba los límites de lo que se considera normal. El productor Phil Spector era conocido por llevar pistola en el estudio, y Joe Meek, autor del tema revolucionario Telstar, grababa sus éxitos en un cuarto de baño situado encima de una tienda del norte de Londres y usaba el sonido de la cisterna para sus efectos especiales. Louis Thomas Hardin, también llamado Moondog, se vestía con capas y un casco de cuernos, y se le conocía como el Vikingo de la Sexta Avenida.

Moondog, padre de todas las vanguardias y raro por excelencia.

Brian Wilson, genio responsable de los éxitos de los Beach Boys, era toxicómano y sufría crisis nerviosas que hacían que organizara complicadísimas sesiones de grabación e impusiera exigencias impredecibles, como llenar de arena la sala donde tocaba el piano para poder sentir la playa bajo sus pies. El LP de los Beach Boys titulado Smile, que no se llegó a editar, se convirtió en un símbolo legendario del trastorno de Wilson.

La grabación de Smile, uno de los grandes enigmas de la música pop.

Lee Scratch Perry, productor de dub reggae, redujo su estudio Black Ark a cenizas en un ataque de ira. Y coronando la lista, aunque no era en absoluto una figura del pop, Sun Ra, compositor de orquesta perteneciente a la vanguardia jazzística, se ha ganado el derecho a figurar en ella por haber nacido en Saturno.

Lee Scratch Perry, un cantante de reggae con muchos humos.

En este artículo no repasamos el clásico mal comportamiento de algunas celebridades arruinadas y egoístas. Nos referimos a verdaderos excéntricos del pop que, o bien han nacido así y han encontrado una salida en la música, o bien se han “vuelto locos” debido al carácter destructivo de la propia industria musical. Las empresas discográficas toleran extravagancias mientras los artistas siguen el juego, pero, cuando estos se cansan de ser marionetas y quieren apartarse de ese camino, se les da de lado. El ejemplo más infame de este comportamiento es el asesino de culto Charles Manson, al que los Beach Boys y su productor Terry Melcher (hijo de Doris Day) cortejaron con la posibilidad de impulsar su carrera como cantante de acid folk, pero no dudaron en darle de lado rápidamente. Manson salió de aquella experiencia herido y resentido. Llegó a matar a cinco personas.

Reyes del rock and roll

Uno de los excéntricos del pop más fascinantes de la época actual es Paddy McAloon, cerebro de Prefab Sprout, banda de música pop de los años ochenta, cuya obra relata John Birch en un nuevo estudio de tres volúmenes.
El primer tomo, The Early Years (los primeros años), explica los orígenes de la banda, que surgió de Witton Gilbert, pueblo nada prometedor del condado rural de Durham, en la región nororiental de Inglaterra. Prefab Sprout conoció el éxito a mediados de los ochenta con canciones como When Love Breaks Down, Cars and Girls y, sobre todo, The King of Rock’n’Roll, en una época que también tuvo a sus inconformistas.

Prefab Sprout, delicias pop.

Algunos magnates de la música —visionarios singulares como Tony Wilson, de Factory Records, Alan McGee, de Creation Records, o Keith Armstrong, de Kitchenware (sello de Prefab Sprout)— fueron personajes épicos, y Alan Horne (fundador de Postcard Records en Glasgow, que lanzó las carreras de Orange Juice y Aztec Camera) e Ivo Watts-Russell (fundador de 4AD Records) se alzaron como sumos sacerdotes de la locura postpunk.

McAloon impregnó sus canciones con su extraño y variopinto cóctel personal de influencias, combinando al autor de canciones estadounidense Irving Berlin con el compositor contemporáneo Karlheinz Stockhausen y con los Beatles. También estuvo inspirado por la excentricidad de una generación anterior, en particular el compositor Jimmy Webb y el grupo de jazz-rock Steely Dan. Webb compuso sugerentes canciones sobre el paisaje real e imaginario de Norteamérica, entre ellas By the Time I Get to Phoenix y Wichita Lineman, interpretadas de forma memorable por el difunto Glen Campbell.

Glen Campbell, camino de Phoenix.

De estos ejemplos McAloon aprendió que un compositor pop podía evocar de forma inmediata lugares y tiempos ocultos y transportar a un oyente a mundos ajenos pero familiares. McAloon rinde tributo al “brujo de Wichita” en una de sus canciones con la siguiente estrofa: “In words he paints a vivid scene/ Of places you have never been/ But listen and you are moved to swear/ I know that house, I’ve climbed that stair” (“Pinta con sus palabras una escena evocadora/ de lugares en los que nunca has estado./ Pero, si escuchas, sentirás el impulso de jurar:/ ‘Yo conozco esa casa, he subido esa escalera’”). Una vez McAloon me dijo en una entrevista: “Me interesaba la idea de perderse en el mundo de otra persona… de quedar hechizado. Bastaba con la idea de quedar hechizado”. La música, al igual que la poesía, se convierte en la expresión de lo desconocido.

El excéntrico carácter del grupo Steely Dan —formado por Donald Fagen y Walter Becker, recientemente fallecido— queda patente en sus técnicas de grabación, que eran perfeccionistas y obsesivas. Llegaron a hacer una prueba de audición a ocho guitarristas para el solo de una de sus canciones (Peg), y alguna vez sustituyeron a toda una banda de acompañamiento por otra para obtener la “vibración” adecuada. Aunque procedían de Nueva Jersey y Queens (estado de Nueva York), eran capaces de invocar complejas imágenes exóticas con el fresco “sonido de la costa este”.

“Peg”, ocho guitarristas para un solo solo.

Es evidente que los proscritos del pop, vengan de donde vengan, interpretan el mundo de otro modo. Tal vez debido a su trivial lugar de origen, las canciones de McAloon sugieren lugares y personas de diversos ámbitos, y hasta de diferentes planetas. En un ensayo incluido en Let’s Change the World with Music, el LP perdido de Prefab Sprout, McAloon reflexiona sobre esta búsqueda de las “cuevas que bostezan azul” (yawning caves of blue), la fragilidad de la perfección del pop y la “trascendencia por medio de la música”.

“Cuando escuchas a Mozart o a Bach o a Brian Wilson, o al que sea tu dios en ese mundo, hay algo ahí que trasciende esa movida de la carne y la sangre, ocurre algo escalofriante”, me dijo (tema que también trato en mi libro, Gathering of the Tribe: music and heavy conscious creation).


The Conversation

En la industria musical actual hay muy poca excentricidad o bien se fabrica a través de las redes sociales, donde posar desnudo o grabar una crisis psicológica se convierte en una herramienta más con la que aumentar las ventas. Prefab Sprout tuvo su éxito y la industria musical siguió avanzando, como hace siempre. Hoy, Paddy McAloon luce una barba blanca y larga como la de Moondog. Y, al igual que otros maestros de lo excéntrico, sigue componiendo música en un idioma construido según sus propias reglas.

Mark Goodall, Head of Film and Media, University of Bradford

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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