Para un cortesano del siglo XVII, la memoria era un elemento básico de supervivencia. Alonso Núñez de Castro, cronista real de Felipe IV, se dio cuenta de ello en una época en la que las acciones del hombre de corte estaban orientadas hacia el mero triunfo individual.
En su obra titulada Libro histórico político: Solo Madrid es Corte y el cortesano en Madrid (1658) dedica el libro cuarto y último a las perfecciones de la memoria, pues es tan útil que “todas las demás prendas, o faltan si ella falta, o si no les falta el ser, les falta el lucir”.
Hablar de la importancia que tuvo la memoria como herramienta en la vida del cortesano requiere retrotraernos en el tiempo y recordar primero cómo se llega a una situación histórica y social en la que la existencia del hombre que vive en la corte prácticamente se convierte en una continua representación o actuación que oscila entre lo que se debe recordar y lo que debe olvidarse.
Tengamos en cuenta que el proceso de configuración de la Monarquía hispana culmina con el reinado de Felipe II (1527-1598). Madrid será el lugar donde se establezca la corte y, en este contexto, se llevará a cabo la centralización de instituciones y la consolidación ideológica del territorio.
En este proceso, tal y como señala Torres Corominas, hay un factor clave que desencadena el cambio de equilibrio en la relación entre nobleza y monarquía: la acumulación de los recursos económicos y militares del reino en manos de la Corona y, en consecuencia, el surgimiento de una “nobleza de servicio”.
Estos nobles tienen ahora la posibilidad de obtener gran parte de sus recursos a través de las relaciones de servicio que mantienen con el propio rey. Se desarrolla así un sistema de la gracia mediante el cual el monarca distribuye mercedes a los cortesanos a cambio de sus servicios personales.
Surge la competencia
En este nuevo contexto de corte se originan serias relaciones de competencia entre aquellos que se encuentran enredados en este entramado social.
El palacio, tal y como se apuntaba, se convierte en el nuevo campo de batalla que presenciará enfrentamientos entre hombres que deben adoptar un nuevo código de conducta marcado, principalmente, por dos conceptos clave puestos sobre el tapete por Baldassare Castiglione en su Il Cortegiano (1528): gracia como justo medio virtuoso y sprezzatura –desprecio o descuido– como naturalidad en la actuación o “arte que no parece arte” para adecuarse a cada situación.
¿Y dónde queda la memoria?
La importancia de la memoria
Todo el trabajo intelectual del cortesano por asimilar estos nuevos códigos resultará vano si no existe una buena memoria que conserve hoy lo que estudió y meditó ayer. No existe hombre ventajoso que no junte los cuidados del entendimiento y la memoria y, de no ser así, de nada servirá entender para luego no recordar, y es que “lo mismo es no tener que no poder gozar de lo que se tiene”.
Por otro lado, dado que el cortesano debía actuar delante del resto con el fin de ganarse el favor de sus iguales, ¿qué sería de él si no fuese capaz de adornar y llenar sus discursos con los brillos de la memoria? Estamos hablando, pues, del mejor sustituto del ingenio que formará parte de esa máscara que esconde la realidad del hombre que vive en la corte.
Medios para adquirir o perfeccionar la memoria
Para Núñez de Castro la memoria era un instrumento que podía mejorarse con trabajo y, por este motivo, señala algunos medios de adquisición y perfeccionamiento cuyo conocimiento podría resultarle útil al cortesano en su florecimiento personal.
El primero de ellos, bien conocido por todos, consistía en “ejercitarla en la repetición de pocas cláusulas u de breve catálogo de nombres”. Más original resulta la segunda receta, en la que propone utilizar señales exteriores que tengan algún tipo de relación con aquello que se quería recordar. Para ello, será de gran utilidad usar objetos que, como los anillos o las sortijas, permanezcan siempre en las manos de su propietario.
En esta misma línea, Quintiliano ya proponía asignar a cada dedo de la mano un concepto o discurso que se quiere memorizar, teniendo en cuenta la familiaridad de cada uno con esta parte del cuerpo.
Debe también tenerse en cuenta esa inercia propia de la memoria a colocar primero los hechos más recientes y dejar escondidos lo más remotos. Resulta curioso, pues se entiende aquí la memoria como un recipiente que, una vez lleno, no deja espacio para lo demás. No hay más que atender al remedio: no cargar la memoria en exceso con muchas noticias para no obligarla a desprenderse de otras.
¿Y en qué debe emplearse?
Una vez definida y perfeccionada, queda aclarar en qué debe emplear la memoria el cortesano. Bien, como no podía ser de otro modo, deberá utilizarla principalmente como medio para medrar en la corte, recordando y celebrando los hechos gloriosos de los príncipes, pero también de aquellos con los que convive.
Resulta así de vital importancia que el hombre de corte haga memoria de las perfecciones y evite recordar las ofensas y vicios ajenos, tratando, pues, no solo de memorizar, sino también de olvidar.
Es justamente en esa dicotomía entre olvido y “desolvido” donde debía habitar el cortesano y el punto en el que, sin lugar a dudas, permanecerían textos como el de Alonso Núñez de Castro.
Pedro Fresno Chamorro, Doctorando en Literatura Española, Universidad de Jaén
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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