Desde La estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn resulta evidente la importancia de los factores extracientíficos en la construcción del conocimiento. La ciencia no surge en el vacío sino en un contexto sociohistórico concreto. Como la profesora de Historia de la Ciencia de la Universidad de Stanford Londa Schiebinger nos recuerda, los valores, intereses y sesgos de estos contextos condicionan cómo leemos los datos empíricos.
En este artículo partimos de un caso en concreto para mostrar cómo la ciencia ha sido también transmisora de sesgos de género que han tenido consecuencias sobre las mujeres y sus derechos.
En el Timeo, Platón presenta al útero como un animal deseoso de procrear sobre el que la mujer no tiene ninguna autoridad. Cuando el útero no es fertilizado en un periodo largo de tiempo, enloquecido y “errante”, se mueve por el cuerpo causando a las mujeres todo tipo de males. Dependiendo hacia qué lugar se desplace las enfermedades serán unas u otras.
Ideas muy similares habían aparecido en los Tratados Hipocráticos y en tratados médicos egipcios.
En busca de una cura para la histeria femenina
Aunque el útero deje de ser visto como un animal, la sofocación uterina provocada por él nos seguirá acompañando. “Útero” en griego es ὑστέρα. Sí. Ha acertado. Nos referimos la histeria.
En el siglo XIX la histeria deja de localizarse en el útero para situarse de forma difusa en el sistema nervioso femenino. La exploración resulta así más difícil. La histeria se presenta con un sinfín de síntomas que pueden ir desde dolor en el abdomen o exceso de sensibilidad hasta espasmos y convulsiones.
Fueron famosas las sesiones del neurólogo francés Jean-Martin Charcot en el Hôpital de la Salpêtrière a mujeres marginadas y de clase trabajadora de las que queda una nutrida colección fotográfica.
La histeria tuvo una gran importancia en las teorías de Freud y del psicoanálisis. Una mujer podía sufrir histeria por motivos de lo más variados, que van desde el adulterio hasta el feminismo.
Muchas de las mujeres que fueron clasificadas como histéricas fueron las que no encajaban en los roles de género impuestos. Enfermedades inventadas han servido, en muchas ocasiones, como eficaz dispositivo de control para limitar la libertad de las mujeres y obligarlas a amoldarse a lo que la sociedad esperaba de ellas.
La película Hysteria relata la invención del vibrador por el ginecólogo Mortimer Granville. Si Charcot trataba a mujeres marginadas, ahora nos movemos entre la clase acomodada. Según la película, el vibrador se creó para que los médicos trataran la histeria. Esta fue la tesis defendida por Rachel Maines en La tecnología del orgasmo (1998).
A pesar de la fortuna que tuvo durante años la tesis de Maines y lo divertida que pueda ser la película, investigaciones posteriores han puesto en cuestión su validez.
Es cierto que los vibradores se usaban como tratamiento médico para muchas enfermedades y en los anuncios se presentaban como producto medicinal, pero no parece que los médicos los emplearan para provocar orgasmos. Los tratamientos que recibían eran muy diferentes a los que se muestran en la película. Se llegaba a extirpar los ovarios a una mujer que se masturbaba para “curarla”.
Una excusa para prohibir el voto a las mujeres
Saltemos ahora al debate acerca del derecho al voto femenino que tiene lugar en la II República en España. Roberto Nóvoa Santos, diputado de la Federación Republicana gallega, se posiciona en contra. Las mujeres carecen de espíritu crítico y están dominadas por la emoción. “El histerismo –llega a decir– no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer”. En 1908 Nóvoa Santos escribió La indigencia espiritual del sexo femenino. Las pruebas anatómicas, fisiológicas y psicológicas de la pobreza mental de la mujer. Su explicación biológica.
La asociación de la mujer a la debilidad y al nerviosismo servía como argumento para impedir su acceso a la vida política. Nos interesa especialmente la posición de Nóvoa Santos porque dice hablar como médico, no solo como diputado. Por fortuna, sus argumentos médicos no convencieron.
Este viaje desde el útero “errante” hasta la Segunda República tiene como finalidad mostrar hasta qué punto la ciencia no solo se ha hecho de espaldas a las mujeres sino incluso en contra de ellas. Conocemos a Freud, pero no tanto a Karen Horney, que puso en cuestión la mirada freudiana sobre la sexualidad femenina.
Conocer la historia de las disciplinas y ver de qué forma el pasado ha pesado en los procesos de construcción del conocimiento y cómo sigue pesando hoy es necesario para entender cómo se ha construido la ciencia y para denunciar los contenidos sesgados que son dañinos para una parte de la población.
Los conceptos heredados
En ocasiones ese pasado sigue vivo en la forma de concebir los problemas y en los conceptos heredados. Muchos ejemplos de la actualidad en esta línea los encontrarán en La mujer invisible, de Caroline Criado. En el ámbito de la medicina, por ejemplo, denuncia que en las investigaciones médicas no se recopile información sobre los cuerpos femeninos a pesar de que las desemejanzas entre los sexos pueden ser sustanciales. Las mujeres tienen tres veces más probabilidades de contraer una enfermedad autoinmune o un 70 % más de probabilidades que los hombres de caer en una depresión. Mientras que sigamos pensando que los cuerpos masculinos representan a la humanidad en su conjunto, la brecha de datos sobre las mujeres seguirá creciendo.
Como se señala en Las mentiras científicas sobre las mujeres, “(…) cuando se investiga desde puntos de vista tradicionalmente excluidos de la comunidad científica se identifican muchos campos de ignorancia, se desvelan secretos, se visibilizan otras prioridades, se formulan nuevas preguntas y se critican los valores hegemónicos”.
Desvelar campos de ignorancia permite construir una ciencia más responsable y mejor. Y para terminar por donde empezamos, qué mejor que despedirnos escuchando a la argentina Liliana Felipe cantando “Las histéricas”.
Marian Pérez Bernal, Profesora de Filosofía, Universidad Pablo de Olavide
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
--
--