Ya hemos superado el ecuador del mes de marzo. ¿Podríamos decir también que se inicia ahora un nuevo año? La pregunta no es tan absurda. Hay indicios en nuestro calendario que parecen invitarnos a planteárnosla: el equinoccio de primavera es el primer cambio estacional del año, y el zodiaco comienza con Aries, signo de los nacidos entre marzo y abril.
¿Por qué, en los años bisiestos, añadimos un día a febrero y no a diciembre? ¿Por qué, si septiembre, octubre, noviembre y diciembre vienen del latín séptimo, octavo, noveno y décimo, son nuestros meses noveno, décimo, undécimo y duodécimo?
El origen del calendario moderno
El año empieza hoy en enero, pero no siempre fue así. En el primer calendario romano, de diez meses, atribuido al mítico rey Rómulo, legendario fundador de Roma allá por el 753 a. e. c., el primer mes del año era marzo. Más tarde aquel cómputo anual de 304 días, que tantos problemas daba al querer integrarlo en el año solar, sería modificado en doce meses por el rey Numa Pompilio, añadiéndose dos al final de la lista.
Fue en el año 153 a. e. c., según informa el historiador Tito Livio, cuando por una necesidad política, la toma de posesión de los nuevos cónsules, que hasta entonces se llevaba a cabo en marzo, se realizó el 1 de enero.
Pero aquello fue quizás más un cambio administrativo, político y práctico que un sentimiento popular. Todavía en la iconografía, en un mosaico del siglo IV conservado en el Museo de Soussa (Túnez), podemos comprobar que el primer cuadro está dedicado a Martius y el mosaico concluye con Februarius.
Meses y dioses
Los primeros meses del calendario estaban dedicados a dioses. Así, marzo a Marte, dios de la guerra y de los campos, por el inicio de algunas labores agrícolas; abril a Venus, cuyo nombre en etrusco era Apru; mayo a la diosa Maya, madre de Mercurio; y junio a la diosa Juno, diosa del matrimonio.
A partir de ahí se seguía una correlación numérica: Quintilis, cambiado en el año 45 a. e. c. en Iulius en honor de Julio César. Fue él quien ordenó la renovación del calendario, llamado desde entonces juliano. Es prácticamente similar al vigente hoy, el gregoriano, con unas pocas modificaciones del papa Gregorio XIII en 1582.
Sextilis cambió en el año 8 a.e.c. a Augustus, en honor de Augusto, hijo adoptivo de César. Le seguían September, October, November y December, por su número. Los dos últimos eran Ianuarius, en honor de Jano, y Februarius, mes dedicado a las ceremonias de purificación (februa). Estos son los que fueron adelantados, como dijimos, poniéndose en cabecera del calendario.
Del calendario lunar al solar
¿Y por qué ese capricho de alternar los meses con 31 y 30 días? Al establecerse según el calendario lunar, y ser el ciclo lunar de 29 días y medio (29,53 días exactamente), esto habría obligado a cambiar de mes a mediodía del trigésimo día, por lo que se estableció una alternancia de meses de 30 y otros de 29, completando de ese modo cada dos meses un ciclo de dos meses lunares.
Esto suponía un total de 354 días. Cuando se quiso adaptar el calendario lunar al solar, hubo que añadir 1 día a cada mes, quedando el último (febrero) sin añadido, en 28.
Pero aún hubo otra reforma, y es que el mes Sextilis, al pasar a Augustus, quedaba en 30, pero Augusto no podía permitir que su mes tuviera un día menos que el dedicado a su padre adoptivo Julio César, por lo que se amplió a 31. ¡Hay que ver adónde llegan los egos!
Y para que no hubiera tres meses seguidos con 31 días, se modificaron todos los meses desde agosto. Es decir, que aquel juego de los nudillos para saber qué meses tienen 30 y cuáles 31, no es nada académico.
¿Verano, estío o primavera?
Una última curiosidad sobre el nombre de las estaciones. En latín se llamaban ver, aestas, autumnus e hiems. La segunda es la que derivó en nuestro estío. ¿De dónde procede, entonces, verano? En los meses de mayo y junio había un tiempo primaveral (tempus veranum). De aquí quedó el verano como estación de dos meses y, al confundirse el nombre con la que era propiamente la primera estación, hubo que anteponer a ver el prefijo prima (la prima-vera).
Todavía en el siglo XVII nos habla Cervantes de cinco estaciones: primavera, verano, estío (de dos meses cada una), otoño e invierno (de tres meses), cuya disimetría fue regularizada en el siglo XVIII en cuatro estaciones de tres meses cada una.
Javier del Hoyo Calleja, Catedrático de Universidad (área de Filología Latina), Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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