Leonardo da Vinci fue un artista extremadamente talentoso y un investigador brillante. Una de las cosas que lo caracterizaba, era su sinceridad y lo demuestra cuando en uno de sus libros más famosos, explica por qué desprecia a los escultores. ¿Será por rivalidad? ¿Los pintores son más inteligentes que los escultores? ¿Qué dijo en su libro? Aquí te contamos todo.
Leonardo da Vinci, un maestro que despreciaba las esculturas
Da Vinci es conocido por su brillantez. Además de ser un artista excepcional, era un genio inventor. Su personalidad era tan deslumbrante, que él mismo se encargaba de promocionarla. Era un hombre educado, inteligente, muy diplomático y sobre todo: extremadamente honesto.
Su honestidad, lo llevaba a expresarse sin ningún tipo de filtros, es por esto que todo lo que disfrutaba lo exaltaba hasta el cansancio y lo que despreciaba, lo criticaba hasta el punto del hastío. Una demostración máxima de esto, es su opinión sobre la pintura y la escultura.
El David de Miguel Ángel, la escultura más famosa de la historia
Sus alumnos y discípulos, se encargaron de reunir las enseñanzas de su maestro –traduciendo sus cuadernos, diarios y las clases personalizadas que recibían-, para organizar uno de los libros más famosos de la historia de Da Vinci: El tratado de la pintura, que se publicó en 1680.
En ese libro, Leonardo se encargó de dar su expresa opinión sobre cómo –según su percepción-, la escultura es infinitamente inferior a la pintura y cómo los pintores son maestros de la mente y los escultores son simplemente “mecánicos de mármol”.
¿Por qué despreciaba las esculturas, o en su defecto, a los escultores?
Según cuenta la historia, Leonardo era un hombre extremadamente elegante. Disfrutaba vestirse con los mejores atuendos, confeccionados a la perfección con las más costosas telas. Gozaba de los perfumes más exclusivos y siempre lucía esplendoroso. Para él, la imagen personal de un artista, era extremadamente importante.
Él, como pintor, siempre lucía impecable, pero los escultores, vivían llenos de polvo y esta era una de las cosas que más lo molestaba. En su confesión, lo dijo así:
“El escultor, a fuerza de brazo, va haciendo saltar a golpes en el bloque de mármol u otra piedra dura, materia de la obra que realiza, todo lo que excede a la figura encerrada en él. Su ejercicio mecánico en alto grado, va frecuentemente acompañado de un copioso sudor, que se mezcla con el polvo y se convierte en un fango nauseabundo. Con rostro enharinado como el de un panadero y todo el cuerpo cubierto de menudas escamas de mármol, como si le hubiera nevado encima.
Todo lo contrario ocurre con el pintor. Bien vestido, cómodamente sentado frente a su obra, mueve sobre tela su livianísimo pincel embebido en finos colores. Sus ropas son elegantes y a su gusto. Su habitación es limpia, y pinturas exquisitas le sirven de ornato. Se hace acompañar a veces de músicos y lectores, que le hacen oír bellas y variadas producciones, las cuales –lejos de todo ruido de martillos o cualquier otro bullicio-, son escuchadas con deleite”.
Para él, el hecho de que los talleres de los escultores estuviesen llenos de restos de mármol y polvo, era una completa y absoluta falta de respeto para las artes.
¿Los pintores son más inteligentes que los escultores?
Eso pensaba Leonardo. Al ser un hombre vanidoso, se vanagloriaba de sus logros. Sus pinturas son trabajos excepcionales y todas las técnicas que promovió, enseñó y aplicó, eran consideradas genialidades para su época. Si bien fue inventor e investigador, se dice que lo que más disfrutaba hacer, era pintar.
¿Humanos monstruosos? Los dibujos de Leonardo da Vinci que retratan la fealdad
Para Leonardo, un pintor debería ser una persona con conocimientos de arquitectura, anatomía, biología y matemática. Un maestro de la perspectiva, el manejo de los colores y la luz. Era una lista bastante extensa de habilidades, cosa que no necesitaban –según su visión-, los escultores. En su libro citó:
«La escultura no es ciencia, sino arte muy mecánico. Produce sudor y fatiga corporal al que la realiza. Bastan al escultor las simples medidas de los miembros y el conocimiento de los movimientos y actitudes y ahí termina su dominio; mostrando al ojo cada objeto como es, sin provocar la admiración del espectador, mientras que la pintura la conquista, exhibiendo, a fuerza de la ciencia, en una superficie plana, las vastísimas campiñas con sus lejanos horizontes».
También explicó, que caracteres esenciales de la pintura como la textura, los colores y la perspectiva, no tienen cabida en la escultura, enumerándolos así:
• El escultor obtiene ayuda natural del relieve, que por sí solo genera sombras y texturas. El pintor, con la oportuna aplicación de su arte, las crea a partir de su imaginación, donde razonablemente lo haría la naturaleza.
• El escultor no puede diversificar los caracteres variados de los colores; el pintor dispone de todos los colores que desee.
• Sus perspectivas de los escultores carecen de toda verdad, la del pintor puede alcanzar hasta cien millas de distancia.
• Como corriente artística, la escultura no sabe figurar ni los cuerpos transparentes, ni los luminosos, ni las formas reflejadas, ni los cuerpos lúcidos, ni las nubes, ni la niebla, ni la oscuridad, ni muchísimas otras cosas que no mencionaré para no aburrir.
• La escultura con poco trabajo, muestra lo que en la pintura parece cosa de milagro: dar una apariencia palpable a los objetos impalpables, relieve a lo que es plano, lejanía a lo que está cerca. En efecto, la pintura está ordenada de infinitas especulaciones que la escultura desconoce.
¿Por qué los despreciaba tanto?
Nadie conoce las razones exactas, puesto que él mismo trabajó en más de una oportunidad siendo escultor. Incluso, al momento de diseñar sus grandes máquinas y armas de guerra, disfrutaba tallar y armar cada una de las piezas por sí mismo. Pero, según cuentan algunas versiones, todo se trataba de una terrible rivalidad con Michelangelo, quien se destacaba por sus esculturas hiperrealistas.
¿Será que las esculturas no tienen ni un solo beneficio?
En términos de durabilidad, son prácticamente indestructibles –o lo eran, cuando el material más común era el mármol-. Las pinturas por otro lado, son muy fáciles de deteriorar. El ambiente, los cambios climáticos, el entorno e incluso, la calidad de los pigmentos, podría arruinar completamente una obra de arte –como está sucediendo actualmente con la famosa La última cena, que perdió casi por completo el color-, pero Leonardo refutaba incluso hasta ese beneficio diciendo:
“Al escultor que afirma que su obra es más permanente que la pintura, basta responder que tal permanencia es virtud de la materia esculpida y no del escultor, el cual no debe atribuirse la gloria de dicha virtud, sino dejarla a la naturaleza, creadora de la materia”.
¿Quién tendrá más mérito, el pintor o el escultor?
Con información de: ‘El tratado de la pintura’ de Leonardo da Vinci. | Foto: Shutterstock
--
--