El movimiento espacial de nuestro cuerpo lo percibimos gracias a un sistema orgánico, en el que participan simultáneamente estímulos aferentes de tres fuentes: la visión, el órgano vestibular del oído interno y los sensores musculares, articulares y cutáneos que nos aportan una información somatosensorial o propioceptiva sobre el desplazamiento de nuestros cuerpos, y sobre el contacto físico de estos con la materia que nos rodea.
La combinación de toda esa información se integra en el sistema nervioso central, desde donde se emiten las órdenes adecuadas para llevar a cabo las acciones de corrección para mantener y/o restablecer el equilibrio corporal, la coordinación y el bienestar general.
El sistema vestibular registra directamente la orientación y el movimiento de la cabeza. El laberinto vestibular es una estructura ósea minúscula localizada en el oído interno que comprende los canales semicirculares llenos de líquido (endolinfa), el utrículo y el sáculo.
Cada uno de los tres conductos semicirculares se encuentra contenido aproximadamente en un plano, y resulta que el plano de cada uno de los conductos es casi perpendicular al plano de los otros dos. Estos planos son: uno horizontal y otros dos verticales.
Si ocurre un giro alrededor de un eje vertical, el conducto semicircular horizontal es el que detecta el movimiento; si el giro ocurre alrededor del eje horizontal entonces es un conducto semicircular vertical el que registrará el movimiento.
Pero, de producirse cualquier otro giro sobre un eje arbitrario que no sea exactamente vertical u horizontal, cada uno de los tres conductos semicirculares acusará parte de dicho giro con lo que consecuentemente se podrá calcular su componente o dirección. Así es como el cerebro calcula la ubicación espacial del el giro completo.
Pero ¿qué tiene esto que ver con la rotación de la Tierra?
Como sabemos nuestro planeta realiza movimientos de traslación y rotación. Respecto al de traslación, sabemos por la relatividad especial de Einstein, que no somos capaces de distinguirlo (ya estemos nosotros mismos en reposo o en movimiento) por ser éste un desplazamiento lineal y uniforme. Así, cuando viajamos a lomos de nuestro planeta, en línea recta (o casi), a una velocidad cualquiera, por muy alta que esta sea (108.000 Km/h al rededor del Sol) no podemos detectar dicho movimiento.
Pero ¿y el movimiento de rotación, a 1600Km/h, por qué tampoco lo notamos? Pues bien, hay que tener en cuenta que la Tierra es extremadamente grande y, por tanto, la ruta que seguimos sobre ella por el espacio tiene una curvatura muy pequeña, es decir, supone también para nosotros «»casi»» una línea recta.
Por eso, el sistema vestibular no es capaz de acusar el movimiento de rotación a lo largo de los 40.000 kilómetros que mide la circunferencia de la Tierra en la superficie terrestre sobre el ecuador, ya que este giro completo tarda 1.440 minutos en completarse. Y aunque que suponga una velocidad absoluta de vértigo (casi 28 kilómetros por segundo), al fin y al cabo se trata, en realidad, de una rotación a velocidad de 360º cada 24 horas, es decir, una velocidad de giro a 0,25 grados por minuto o, lo que es lo mismo, 0,0042º por segundo. Y ese desplazamiento no es detectable por nuestro sistema vestibular, porque nuestro oído interno, el encargado de detectar los giros en el cuerpo, tiene un umbral de detección en torno a 2º por segundo, a partir del cual detecta el movimiento y por debajo del cual no lo detecta.
Por tanto, al igual que sentados en una silla de ruedas con los ojos vendados tampoco notaríamos nada si alguien nos hiciera girar hasta dar una vuelta completa, siempre que emplee algo más de tres minutos en completarla. Y mucho menos entonces notamos la rotación completa del planeta en 24 horas.
Por tanto: el giro del planeta no se manifiesta para nuestro oído interno y es imperceptible a nuestros sentidos.
Por Dimas Berzosa Guillén @almocaden | Foto: Planeta tierra / Shutterstock
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