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La magia de NO negociar con sus 'toddlers'

La magia de NO negociar con sus ‘toddlers’

Por Alexandra Lombardo | Quiero contarles sobre un pacientico que llegó a mi terapia porque su mamá reportaba que hacía demasiados berrinches. Desde el primer momento que entró se portó muy bien, seguía instrucciones, era simpático, etc. Un día esta mamá me escribe que el niño no quiere ir a terapia, a lo que yo veo el reloj y le respondo “tranquila, aún tienes media hora para convencerlo”.

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El niño no fue a terapia; grave error. La semana siguiente desde el primer momento en que me vio empezó a gritar y llorar a todo pulmón. Me lo llevé al consultorio, cerré y empecé a jugar yo. Como el berrinche era cada vez más fuerte y nunca había llorado conmigo, invité a la mamá a pasar para que viera cómo intervenir en estas situaciones. Le dije que íbamos a ignorarlo hasta que se calmara. Al fin y al cabo, no le estaba pasando nada y él iba a mi consultorio básicamente a jugar. Le fui hablando y diciéndole que mantuviera la calma y no lo mirara. Él le gritaba a su mamá que le recogiera el cereal que se le había caído y ella me decía nerviosa: “¡si se los recojo se va a calmar!”. Y le resalté que ese era justamente el problema, que no podía responder de forma inmediata a sus demandas y menos si eran por medio de gritos y llanto. Intenté recogerlos yo negociando que luego se levantara del piso. Inmediatamente al agacharme para recoger me saltó encima y me empujó contra la puerta. Le probé mi punto a la mamá. O eso pensaba yo…

Luego empezó a gritarle a su mama para que lo cargara y le di la instrucción de no hacer nada de lo que él pidiera gritando. Su mamá no me escuchó e intentó cargarlo desde donde estaba sentada. ¡Oh sorpresa! El niño empezó a gritarle que se levantara de la silla, cosa que por supuesto ella no podía hacer porque tenía sentada a la hermana pequeña en una de sus piernas. Le di la instrucción de no levantarse, pero ella de todas formas puso a la hermanita en otra silla y se levantó. Cuando intentó cargarlo empezó a patear a la hermana. Una vez ya sentado en las piernas de su mamá, comenzó a calmarse (pues claro, había obtenido lo que quería). 

Cuando se acercó la hora de terminar la terapia le dije a mi paciente: “te felicito porque pudiste calmarte, me gusta más cuando pides las cosas sin gritar y llorar. Ahora sí puedes irte a tu casa”. La mamá tenía dos bolsos y los dos termos de agua de los niños; por supuesto, tenía que levantarse para poder agarrar todo y salir. Apenas lo intentó, mi paciente empezó a gritar otra vez que lo cargara. Evidentemente no iba a poder cargarlos a ambos, más todas las cosas que tenía. Le dije que agarrara las cosas y saliera, que él iba a ir detrás de ella. Ella me miraba llena de terror. Le dije que confiara en mí y saliera. Yo dejé la puerta abierta y por supuesto, tal como le había dicho, apenas la mamá salió, el niño fue detrás de ella.

Durante mi siguiente terapia se siguieron oyendo gritos en la sala de espera y yo no entendía por qué. Luego una de mis colegas me contó que hasta que esta mamá no cargó a ambos niños y todo el perolero que tenía encima, no se fue. En la primera sesión, ella manifestó que su hijo lloraba cada vez que quería o se le negaba algo. Que era un desastre para comer porque siempre quería las galletas, y que si no se las daban, no dejaba de gritar. Y yo le pregunté qué hacía ella cuando eso ocurría… Me respondió: “A veces le ofrezco una galleta con la condición de que tiene que comerse la comida”. Le pregunté si eso le funcionaba y me dijo que no comía… y agregó: “¡Hasta que no se sube en los gabinetes y agarra las galletas, no se queda tranquilo! Pero no almuerza”. 

Con el tiempo me dijo que “ya no lloraba tanto en la casa” y entendí que esta era una mamá que respondía inmediatamente a los berrinches de su hijo, o se encontraba en una constante “negociación” con él; pues este niño, había aprendido que esa era la forma más efectiva de obtener lo que quería rápidamente, o de evitar hacer cosas que no fueran de su agrado… Y por supuesto, cuando las cosas no ocurrían como él esperaba, todo se salía de control.

En otra situación diferente, una mamá de trillizos estaba en el supermercado, cuando uno de sus hijos empezó a pedir una galleta. Ella para que los otros dos -que eran alérgicos al gluten- no oyeran, decidió darle la galleta. “Shhh, pero una sola!”, le dijo.

Esta era una mamá que se encontraba constantemente negociando con sus trillizos. “Quédate unos minutos más mientras me duermo!”; “pero solo un cuento más”; “pero esta sí es la última galleta”… eran las frases a las que terminaba cediendo para evitar berrinches que igual aparecían cuando efectivamente las galletas o los cuentos se terminaban. Se acostaba tardísimo, agotada y sin haber tenido tiempo para dedicarle a su esposo y a sí misma.

Ese día en el supermercado, cuando se terminó la galleta, el niño empezó a gritar que quería más y que ¡la quería ahora! Pero esta mamá recordó un artículo que había leído de un psicólogo que decía que “ignorara” ese tipo de conductas. Entonces le dijo a su hijo: “te dije que era una sola y ya se terminaron”. Se volteó y siguió haciendo las compras. Respiró profundo y continuó entre gritos y patadas, como si nada pasara. Todos en el supermercado la miraban, e incluso la cajera le ofreció una galleta al niño, pero con firmeza pidió que no interviniera.

Se montaron en el carro entre llantos y gritos. Ella aún sin decirle nada puso música y cantó. A los pocos minutos el niño dejó de llorar y se le acercó pidiéndole perdón. Todo el resto del día su comportamiento fue impecable y esta mamá no podía creerlo. Le hablaba bajito en el oído, pedía las cosas por favor, etc., cosas que ella reforzó muchísimo e incluso premió con una galleta extra. Cuando llegó la hora de dormir, ocurrió lo mismo de siempre. Gritos para que fuera a leer otro cuento, o a quedarse más rato. Ella le recordó que ya era hora de dormir y ya habían leído los dos cuentos acordados. Su hijo gritó durante unos pocos segundos más, e inmediatamente se quedó tranquilo en su habitación hasta dormirse.

Esa noche esta mamá llegó triunfal a su habitación, mucho más temprano de lo acostumbrado y fue la noche que por fin vieron aquella película que tanto habían postergado. Fue el momento en que ella comprendió que no podía vivir en un constante intento de negociar con sus toddlers.

El secreto está en anticipar bastante, no entrar en negociaciones cuando se presentan los berrinches, y reforzar muchísimo cuando aparecen las conductas adecuadas, que al fin y al cabo, es el mejor momento para validar sus emociones y enseñarlos a solucionar problemas. Ellos terminan aprendiendo que estas otras conductas adecuadas son las que realmente funcionan para obtener lo que desean e incluso captar más atención.

Como papás es importante que entiendan que a partir del año y medio aproximadamente, los niños ya tienen muchísimas otras estrategias para comunicarse que no son el llanto y mucho menos los gritos. Cuando los dejamos llorar en este tipo de situaciones no estamos haciéndoles ningún daño, sino dándoles la oportunidad de que aprendan a manejar sus emociones, de que solucionen problemas por sí mismos y utilicen estrategias socialmente adecuadas para comunicarse. Por supuesto, lo más importante es reforzar todas estas cosas de forma inmediata y constante, para que ocurran con mayor frecuencia, mientras van disminuyendo los gritos y berrinches.

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