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La crisis de los misiles: El mundo al borde de la hecatombe

La crisis de los misiles: El mundo al borde de la hecatombe

Por Crónicas de Ares | En octubre de 1962, el mundo y la civilización estuvieron a punto de sucumbir ante una guerra nuclear. La isla de Cuba fue protagonista de uno de los episodios más dramáticos de la Guerra Fría, cuando sirvió de base para la instalación de misiles nucleares de la Unión Soviética. Estados Unidos, que descubrió la instalación secreta de las armas, impuso inmediatamente un bloqueo a Cuba y amenazó en atacar los buques soviéticos que trasladaban los misiles a la isla. Por primera vez, el mundo estaba a las puertas de una tercera guerra mundial de carácter nuclear. El planeta estaba en vilo. Así fue la crisis de los misiles en Cuba.

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En 1958 y 1959, y bajo el gobierno de Dwight D. Eisenhower y en plena Guerra Fría, Washington desplegó misiles balísticos con ojivas nucleares en Italia y Turquía, países miembros de la OTAN que buscaba detener la expansión soviética. Este despliegue ponía a las principales ciudades soviéticas, incluyendo Moscú y San Petersburgo, al alcance de misiles nucleares capaces de destruirlas. Eisenhower ya había reconocido que instalar misiles con el rango suficiente para impactar Moscú podría llevar a la Unión Soviética a hacer lo mismo en Cuba o México como respuesta

Tras el éxito de la Revolución cubana y el ascenso al poder de los revolucionarios en Cuba, la actitud retadora de estos últimos, especialmente la de Fidel Castro, hacia los Estados Unidos provocó que el presidente Eisenhower, redujese al mínimo la cuota azucarera que se importaba antiguamente desde Cuba, asestando con ello un duro golpe a la economía de la isla.

La administración de Eisenhower inició una agenda política dirigida a derrocar el régimen socialista recién instaurado. Esta comprendía el bloqueo económico, propaganda contrarrevolucionaria, fomento y apoyo de grupos armados dentro de Cuba contrarios al nuevo gobierno de Fidel Castro, sabotajes a instalaciones económicas y civiles, filtración de espías; ataques piratas, quemas de campos de caña de azúcar, intentos de asesinato a sus principales líderes; violaciones del espacio aéreo y naval por aviones y navíos de guerra estadounidenses. Y, finalmente, poner en marcha un plan para invadir militarmente la isla utilizando exiliados cubanos y mercenarios latinoamericanos, que fracasó en 1961, en la conocida invasión fallida de Bahía de Cochinos.

A sabiendas de las nefastas consecuencias económicas que acarrearía la ruptura de relaciones con los Estados Unidos, Fidel Castro se dispuso a encontrar un sustituto, un nuevo aliado comercial en la Unión Soviética.

Nikita Kruschov estaba dispuesto a ofrecer una suerte de padrinazgo económico, militar, político e ideológico al gobierno revolucionario de Cuba, claro está, a cambio de algunos beneficios, como, por ejemplo, precios preferenciales respecto a la compra y venta de determinados bienes.

Lejos de sentirse ofendido por la oferta de Kruschev, Castro aceptó sin rechistar la alianza ofrecida por el Kremlin. Gracias a esto último, Castro pudo derrotar con éxito el intento de invasión de la isla por parte de disidentes cubanos a través de un desembarco en Bahía de Cochinos, en abril de 1961, y, meses más tarde, obtener información respecto a la Operación Mangosta (una operación militar estadounidense que tenía como objetivo la intervención militar directa de Cuba).

Valiéndose de las bondades ofrecidas por su padrinazgo económico, militar, político e ideológico, la Unión Soviética convirtió a Cuba en una especie de protectorado militar. Sin duda, una posición sumamente ventajosa dada la cercanía de la isla con los Estados Unidos.

El líder soviético Nikita Kruschev aprovechó la coyuntura para proponer a La Habana la instalación en Cuba del Misil balístico de alcance medio R-12 como medida disuasiva contra los planes del gobierno estadounidense. Fidel Castro entra en desacuerdo y le dice que con ese propósito, es preferible un acuerdo militar entre Cuba y la Unión Soviética. En dicho tratado se establecería que una invasión a Cuba sería equivalente a un ataque directo a la Unión Soviética, pero Kruschev no estuvo de acuerdo e insiste en que la instalación de los misiles no solo serviría para proteger a Cuba, sino también para aumentar la capacidad defensiva de todo el bloque socialista. El líder cubano acepta, pero sugiere que el traslado y la instalación de los cohetes se realicen de forma pública. Sin embargo, los soviéticos se niegan a hacerlo antes de que los cohetes queden totalmente operativos.

La «Operación Anádir» fue el código utilizado por la Unión Soviética para una operación secreta destinada a desplegar misiles balísticos de alcance medio, aviones caza, bombarderos y una división de infantería mecanizada en Cuba y crear una fuerza capaz de prevenir o defender de una invasión a la isla por parte de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos.

En el marco de Anádir, entre el 17 de junio y el 22 de octubre de 1962 el gobierno de la Unión Soviética remitió a Cuba 24 plataformas de lanzamiento, 42 cohetes R-12 (incluyendo seis destinados a realizar tareas de entrenamiento), unas 45 ojivas nucleares, 42 bombarderos Ilyushin Il-28, un regimiento de aviones de caza que incluía a 40 aeronaves MiG-21, dos divisiones de defensa antiaérea soviéticas, cuatro regimientos de infantería mecanizada, y otras unidades militares, alcanzando a unos 47.000 soldados en total, establecidos en Cuba. Nikita Kruschev ordenó que el despliegue bélico se realizara de modo discreto.

Luego de que agentes estadounidenses infiltrados en la isla y disidentes exiliados informasen al gobierno de los Estados Unidos sobre la presencia de agentes soviéticos en Cuba, y tras la confirmación de dicha información por parte de la CIA, el domingo 14 de octubre de 1962 un avión espía U-2 sobrevoló sobre San Cristóbal, provincia de Pinar del Rio, en Cuba, y tomó varias fotografías sobre una especie de base militar sospechosa.

Tras finalizar su vuelo y regresar a la base, las fotografías tomadas por el avión espía U-2 fueron reveladas y debidamente analizadas.

El resultado fue rotundo: a solo 90 millas del suelo estadounidense, el gobierno revolucionario de Cuba había erigido una instalación militar con rampas de lanzamiento para misiles balísticos nucleares de fabricación soviética.

La mañana del 16 de octubre de 1962, el consejero de seguridad estadounidense McGeorge Bundy informó, con el sigilo y la prudencia correspondiente, al presidente John F. Kennedy sobre la presencia de emplazamientos de misiles balísticos nucleares de origen soviético y con alcance suficiente como para impactar en cualquier punto de los Estados Unidos.

Inmediatamente después de escuchar tan alarmante informe, el presidente Kennedy recabó la opinión de lo más selecto del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (un equipo especial compuesto por una docena de personas, algunos civiles y otros militares).

Los oficiales de las Fuerzas Armadas del Consejo de Seguridad Nacional propusieron al presidente Kennedy emprender inmediatamente una acción militar contra Cuba. Sin embargo, los miembros civiles de dicho consejo, más conocidos como los Jóvenes Caballeros de Camelot, se opusieron rotundamente al empleo de la fuerza militar.

Ningún otro miembro de los Jóvenes Caballeros de Camelot se opuso con mayor vehemencia a la de Bobby Kennedy, quien era hermano del presidente Kennedy y fiscal general del Estado. La solución propuesta por él era principalmente diplomática, aunque no descartaba por completo el uso de la fuerza militar.

Según Bobby Kennedy, mediante un extenso bloqueo marítimo se debía evitar a toda costa que nuevos buques soviéticos cargados de efectivos y armamentos militares arribasen a Cuba; asimismo, se debía presionar diplomáticamente al gobierno soviético para que detuviese el inminente ataque, pues de hacerlo desencadenaría, sin duda alguna, una colosal guerra nuclear.

Con cada día que pasaba, la tensión aumentaba cada vez más en la alta esfera política del gobierno estadounidense y, con ello, la posibilidad de que se filtrase información sobre la crisis de los misiles de Cuba a los medios de comunicación. Mientras tanto, el presidente Kennedy, quien tenía una reunión programada para tratar algunos puntos sobre Berlín con el ministro de asuntos exteriores de la URSS, Andréi Gromiko, aprovechó la oportunidad para analizar el lenguaje no verbal del diplomático ruso. Sin embargo, este mantuvo una postura serena y prudente durante toda la entrevista.

A pesar de los intentos del gobierno estadounidense por mantener el asunto de los misiles en secreto, los directores del Washington Post y del New York Times se enteraron de la crítica situación. Al percatarse de ello, el presidente Kennedy se comunicó con ambos directores, solicitándoles encarecidamente que se guardasen sus exclusivas, pues lo que menos necesitaba el país era que el pánico cundiera entre la población.

Si bien el presidente Kennedy intentó mantener la crisis de los misiles en secreto, con el pasar de los días se percató de que tarde o temprano los estadounidenses descubrirían la verdad. Por tal motivo, el lunes 22 de octubre de 1962, el presidente Kennedy se dirigió por radio y televisión a la nación y al mundo entero.

En su discurso, Kennedy presentó la crisis de los misiles como un conflicto global e ideológico. Desde su perspectiva, no solo los países de América, los firmantes de la OTAN o los del Pacto de Varsovia se verían involucrados en la contienda, sino el mundo en su totalidad; sin duda alguna, un ataque con misiles balísticos nucleares desataría una devastadora guerra nuclear.

Asimismo, el mandatario estadounidense advirtió que toda agresión de la Unión Soviética hacia cualquier país del hemisferio occidental sería considerada una declaración de guerra a los Estados Unidos, pues no solo su país se encontraba dentro del radio de acción de los misiles soviéticos, sino también gran parte de los países latinoamericanos. Manifestó su decisión de imponer un cerco naval alrededor de la isla y puso en marcha la operación que se denominó Cuarentena y que tuvo como objetivo principal impedir la llegada por vía marítima de los elementos necesarios para proseguir el desarrollo de las bases mencionadas.

Por su parte, Bobby Kennedy emprendió una loable campaña diplomática para poner fin a la crisis. Para lograr tal proeza, se reunió con el embajador de la Unión Soviética en Washington D. C., Anatoly Dobrynin.

Sin perder tiempo, Bobby le pregunto al embajador ruso si podía confirmarle si Nikita Kruschev había dado órdenes de detener o variar el rumbo a los capitanes de sus buques con destino a Cuba. Dobrynin respondió con un rotundo ¡no!; además, aprovechó la oportunidad para señalar el hecho de que los estadounidenses ni son ni deben creerse los dueños de los mares.

La noche del miércoles de 24 de octubre de 1962, a través de un mensaje retransmitido por radio y televisión, el máximo dirigente de la Unión Soviética, Nikita Kruschev, rechazó todas las exigencias de John F. Kennedy, descartando la vía diplomática de forma tajante. A pesar de señalar que «La URSS ve el bloqueo como una agresión y no instruirá a los barcos que se desvíen” a primeras horas de la mañana, los buques soviéticos disminuyeron la velocidad en sus desplazamientos hacia Cuba, con el fin de evitar algún conflicto mayor, mientras se abrían las posibilidades de una negociación entre las partes.

Las declaraciones del Kremlin causaron un gran impacto en el Pentágono, que, por primera vez, se vio forzado a activar el DEFCON 2 (la fase de alerta previa a una guerra nuclear).

El jueves 25, la OEA impuso sanciones al gobierno cubano y estableció un bloqueo naval para impedir la llegada de buques soviéticos a la isla. De ese bloqueo participaron dos destructores argentinos, dos venezolanos y uno estadounidense, además de dos fragatas dominicanas.

Los buques estadounidenses continuaban buscando navíos soviéticos en ruta hacia Cuba, ordenando por radio y comunicaciones navales su desvío en caso de hallarlos, pero ninguno de ambos bandos se atrevía a usar la fuerza para lograr sus fines, por temor a las repercusiones en otras partes del mundo, una respuesta militar en Europa o un ataque en Alemania.

El viernes 26 de octubre de 1962, Nikita Kruschev se comunicó con el presidente Kennedy para ofrecerle una valiosa propuesta, según la cual él se comprometía a retirar los misiles de Cuba, siempre y cuando el gobierno de los Estados Unidos se comprometiese a no invadir Cuba.

Al día siguiente, antes de que el presidente Kennedy tuviese tiempo de analizar y responder a la propuesta de Kruschev, este aprovechó para añadir otra condición a la propuesta anterior.

Ahora, si el presidente Kennedy quería que el Kremlin retirase los misiles de Cuba, él también debería retirar los misiles Júpiter que los Estados Unidos habían instalado en Turquía, cuyo rango de acción alcanzaba a la URSS.

La propuesta de Kruschev no llegaría a buen puerto, pues, poco tiempo después de realizarla, llegó a oídos del presidente Kennedy la noticia de que un avión U-2 de los Estados Unidos había sido derribado mientras sobrevolaba Cuba. El sábado 27 de octubre de 1962, la defensa antiaérea soviética estacionada en suelo cubano activó por primera vez sus sistema de radares y bajo la presión del gobierno cubano un grupo antiéreo de la Agrupación de Tropas Soviéticas en Cuba bajo el mando del mayor Iván Mironovich Guerchenov decide derribar el avión espía estadounidense​ tipo U-2, por un misil tierra-aire cuando espiaba el oriente de la isla de Cuba, aumentando aún más la tensión. Rudolph Anderson, piloto del U-2 sería el único fallecido de la crisis de los misiles.

En este punto de la historia, la guerra parecía inminente. Sin embargo, gracias a la gran labor diplomática realizada por Bobby Kennedy y Anatoly Dobrynin, en una reunión de urgencia, se logró conciliar una solución pacífica. Los diplomáticos soviéticos y estadounidenses realizaron negociaciones secretas durante todo el día 27. De esas negociaciones, Kruschev excluyó al gobierno cubano, que tenía una posición muy belicista. Kennedy y su gabinete aceptaron la oferta soviética el domingo 28, con lo que se llegó a un acuerdo y se logró superar la crisis.

El viernes 28 de octubre de 1962, Nikita Kruschov ordenó el desmantelamiento de los emplazamientos de misiles balísticos en Cuba, así como su traslado de vuelta a la Unión Soviética.

Por su parte, John F. Kennedy levantó el bloqueo marítimo preventivo, que había situado en el perímetro de Cuba, y ordenó el cese inmediato de vuelos sobre la isla y el desmantelamiento y retirada de las bases, rampas de lanzamiento y misiles de alcance medio Júpiter de origen estadounidense emplazados en Turquía. De esta manera, la crisis de los misiles llegó a su fin.

En ese momento se creó el llamado teléfono rojo, una línea de comunicaciones directa entre la Casa Blanca y el Kremlin, con el fin de agilizar las conversaciones entre ambas potencias durante períodos de crisis, evitando las demoras diplomáticas, y tratando de subsanar posibles malentendidos sobre la cuestión nuclear.

Imagen portada: Shutterstock

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