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Inés de Castro, la reina coronada después de muerta

Inés de Castro, la reina coronada después de muerta

En el corazón del Portugal medieval, Inés de Castro vivió un amor prohibido que desafió a reyes y dinastías. Su muerte no fue el final, sino el comienzo de una leyenda que marcó la historia para siempre.

La historia de amor entre Inés de Castro y Pedro I de Portugal ha inspirado innumerables novelas y relatos en la tradición ibérica. Este relato combina elementos como guerras, pasiones prohibidas, intrigas políticas y un desenlace trágico que lo convierten en una de las historias más fascinantes de la Edad Media.

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Inés de Castro nació en 1320 en la provincia de Orense, Galicia, España. Era bisnieta del rey Sancho IV de Castilla. Tras la muerte de su madre cuando era aún una niña, fue enviada al castillo de Peñafiel, en Valladolid, para servir como dama de compañía de Doña Constanza Manuel, una noble castellana e hija del Infante Don Juan Manuel.

El Infante Don Juan Manuel, movido por ambiciones políticas, organizó el matrimonio de su hija Constanza con Don Pedro, conocido como «El Justiciero», hijo del rey Alfonso IV de Portugal y heredero al trono portugués.

En 1340, Doña Constanza contrajo matrimonio por poderes con Don Pedro y, cuatro años después, se trasladó a Lisboa para vivir junto a su esposo. Entre su séquito llevó consigo a Inés de Castro. La Corte portuguesa recibió a Constanza con grandes celebraciones para oficializar la unión en la Catedral de Lisboa. Sin embargo, durante estos eventos Pedro quedó profundamente enamorado de Inés. Según se dice, describió a la joven como «bellísima, de esbelto cuerpo, ojos claros y cuello de garza».

Aunque el matrimonio entre Pedro y Constanza se consumó, Inés y Pedro iniciaron una relación amorosa clandestina.

El rey Alfonso IV no estaba dispuesto a tolerar este escándalo en su reino. Por ello, ordenó el destierro de Inés al castillo de Alburquerque, cerca de la frontera con Portugal. Sin embargo, tras la muerte de Constanza en 1345 durante el parto de su tercer hijo, Pedro aprovechó su viudez para traer a Inés desde el exilio y vivir con ella como pareja en el norte de Portugal. Juntos tuvieron cuatro hijos.

La relación entre Pedro e Inés provocó tensiones políticas y familiares. El príncipe descuidó sus deberes reales mientras vivía con Inés, lo que preocupaba profundamente a Alfonso IV. En un contexto marcado por la inestabilidad política y las preocupaciones sobre la sucesión al trono portugués, el rey decidió poner fin a esta situación ordenando el asesinato de Inés.

En 1355, mientras Pedro se encontraba cazando, Inés fue capturada y ejecutada en los jardines de su residencia en Coimbra. Fue degollada frente a sus propios hijos.

Cuando Pedro se enteró del crimen, enfrentó a su padre lleno de ira. Aunque inicialmente aceptó las órdenes paternas y accedió a casarse nuevamente para asegurar un heredero legítimo al trono, nunca perdonó el asesinato de Inés. En 1357, tras la muerte del rey Alfonso IV, Pedro ascendió al trono como Pedro I y desató toda su venganza contra los responsables del asesinato. Ordenó capturar a los culpables directos; estos fueron torturados brutalmente y ejecutados arrancándoles el corazón.

Pedro también tomó medidas para honrar la memoria de Inés. Declaró públicamente que se había casado con ella en secreto antes de su muerte, lo que le otorgaba el título póstumo de reina y legitimaba a sus hijos como herederos reales. Además, mandó construir dos majestuosos mausoleos en el monasterio cisterciense de Alcobaça.

En un acto sin precedentes, ordenó exhumar el cuerpo de Inés para trasladarlo al monasterio con todos los honores reales. Durante este cortejo fúnebre simbólico, vistió al cadáver con ropajes reales y lo colocó en un trono. Los nobles portugueses fueron obligados a rendirle pleitesía besando su mano como si estuviera viva. Finalmente, los restos mortales fueron sepultados en uno de los mausoleos construidos por orden del monarca.

Los sepulcros diseñados por Pedro I reflejan su amor eterno por Inés: están colocados uno frente al otro para que ambos puedan encontrarse «cara a cara» en el día del Juicio Final según la tradición cristiana medieval. Este gesto perpetúa una historia que ha trascendido los siglos como símbolo del amor inmortal y la tragedia romántica.

Pedro I, mandó esculpir otro mausoleo similar y situarlo de frente al de Inés para, según dijo “fuese lo primero que viese cuando resucitase en el Juicio Final».

Con información de Playbuzz

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