Miguel Otero Silva fue un escritor, poeta, periodista y político venezolano. A través de la literatura y el periodismo, relató numerosas páginas de la historia venezolana del siglo XX.
Nació el 26 de octubre de 1908 en el estado Anzoátegui en Venezuela. Su padre fue Enrique Otero Vizcarrondo y su madre, quien murió cuando Miguel Otero Silva aún era pequeño, fue Mercedes Silva Pérez.
Formó parte de la Generación del 28, fue crítico de arte y un acalorado seguidor del béisbol. Poseía un fino humor y se autoproclamaba gran amigo del merengue, pero confesó en una oportunidad que no era muy diestro a la hora de conseguir pareja. Sin embargo, se casó después de haber cumplido los 40 años con María Teresa Castillo, con quien tuvo dos hijos.
Cambió la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad Central de Venezuela por las letras al verse sumamente interesado por el periodismo. Llegó a ser director del diario El Nacional (Venezuela), fundado por su padre, y se fue haciendo un extenso repertorio de entrevistas, noticias, reportajes y crónicas e impulsó el género de la mancheta en Venezuela.
En 1979, recibió el Premio Lenin de la Paz, equivalente soviético del Premio Nobel de la Paz, siendo el único venezolano en haberlo recibido.
Miguel Otero Silva murió en Caracas el 28 de agosto de 1985. Dejó a su muerte un amplio legado literario que abarca desde obras de teatro hasta poemas, legado que ha merecido la admiración de autores de la talla de Gabriel García Márquez.
Para recordar a este ilustre venezolano te traemos uno de sus más hermosos poemas:
Poema Siembra
Cuando de mí no quede sino un árbol,
cuando mis huesos se hayan esparcido
bajo la tierra madre;
cuando de ti no quede sino una rosa blanca
que se nutrió de aquello que tú fuiste
y haya zarpado ya con mil brisas distintas
el aliento del beso que hoy bebemos;
cuando ya nuestros nombres
sean sonidos sin eco
dormidos en la sombra de un olvido insondable;
tú seguirás viviendo en la belleza de la rosa,
como yo en el follaje del árbol
y nuestro amor en el murmullo de la brisa.
¡Escúchame!
Yo aspiro a que vivamos
en las vibrantes voces de la mañana.
Yo quiero perdurar junto contigo
en la savia profunda de la humanidad:
en la risa del niño,
en la paz de los hombres,
en el amor sin lágrimas.
Por eso,
como habremos de darnos a la rosa y al árbol,
a la tierra y al viento,
te pido que nos demos al futuro del mundo…
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