Una sombra mortífera acechaba los pasillos de dos hospitales en el norte de Alemania. Durante años, pacientes que habían sobrevivido a cirugías complejas y luchaban por recuperarse sufrían colapsos cardíacos repentinos y misteriosos. Los médicos se preguntaban qué estaba ocurriendo. Las familias lloraban muertes inexplicables. Y en medio del caos, un enfermero corría hacia las camas de los moribundos, intentando reanimarlos con desesperación. Sus colegas lo apodaron «Resucitación Rambo» por la manera en que apartaba a todos cuando había una emergencia. Lo que nadie imaginaba es que ese mismo hombre era quien provocaba esas crisis. Su nombre: Niels Högel, el asesino en serie más prolífico en la historia moderna de Alemania y posiblemente del mundo.
El salvador que creaba víctimas
Niels Högel nació el 30 de diciembre de 1976 en Wilhelmshaven, una ciudad costera de la Baja Sajonia. Su historia no tiene el origen violento que esperaríamos de un asesino serial. Según sus propias declaraciones, tuvo una infancia «protegida», sin exposición a la violencia doméstica. Su padre trabajaba como enfermero en el hospital Sankt-Willehad de Wilhelmshaven, y su abuela también ejercía la profesión. Quizás fue ese entorno familiar lo que lo llevó a elegir el mismo camino, completando su formación vocacional en 1997 en ese mismo hospital.
Pero algo falló en el proceso. Högel desarrolló una adicción perversa: necesitaba ser admirado, sentirse poderoso, experimentar la euforia de traer a alguien de vuelta de las puertas de la muerte. Y para lograrlo, primero tenía que enviarlos allí.
La pesadilla comienza en Oldenburg
En 1999, Högel comenzó a trabajar en la Clínica de Oldenburg, en la unidad de cuidados intensivos de cirugía cardíaca, sala 211. Al principio, nadie sospechaba nada. Era un profesional más, dedicado aparentemente a su labor. Pero en agosto de 2001, algo alarmante llamó la atención del personal médico: había un pico inusual tanto en las resucitaciones como en las muertes. Durante una reunión a la que asistió el propio Högel, se descubrió que el 58% de estos incidentes habían ocurrido durante sus turnos.
La reacción de Högel fue reveladora. Después de esa reunión, llamó por enfermedad durante tres semanas. Durante ese período, solo dos pacientes de la sala 211 fallecieron, significativamente menos que antes de su licencia. Años después, cuando fue capturado, Högel admitió que en ese momento pensó que lo habían descubierto.
¿Y qué hicieron las autoridades del hospital? En lugar de alertar a la policía, simplemente lo trasladaron al pabellón de anestesiología en 2001. Además, cuando finalmente lo obligaron a marcharse, le dieron una carta de recomendación impecable que lo describía como alguien que operaba «de manera autónoma y diligente», y que en emergencias respondía «reflexivamente» y realizaba las tareas «con precisión técnica». Lo que esa carta no mencionaba era que el personal de Oldenburg había desarrollado serias dudas sobre el número de muertes durante sus turnos y que incluso habían restringido sus interacciones con pacientes.
Delmenhorst: donde la masacre se intensifica
Armado con esa brillante referencia, Högel consiguió trabajo en 2003 en el hospital de Delmenhorst, cerca de Bremen. Y allí, el horror continuó, incluso se intensificó. En cuestión de solo cuatro meses, varios pacientes bajo su cuidado murieron: Brigitte A., Hans S., Christoph K., Josef Z., todos referenciados solo con sus iniciales según las regulaciones de privacidad alemanas.
El método de Högel era terriblemente simple pero efectivo. Inyectaba a sus pacientes con dosis letales de medicamentos cardiovasculares: ajmalina, sotalol, amiodarona, lidocaína y cloruro de potasio. Estos fármacos, en sobredosis, provocaban arritmias cardíacas potencialmente mortales, fibrilación ventricular o hipotensión severa. Luego, cuando el paciente entraba en paro cardíaco, Högel aparecía heroicamente para intentar reanimarlos y «salvarles la vida».
A veces tenía éxito en revivir a sus víctimas. Muchas veces, no. Y el hecho es que a él no parecía importarle demasiado el resultado final, lo que le interesaba era la adrenalina del momento, la atención de sus colegas, la admiración por sus habilidades de resucitación.
Una antigua colega del hospital de Delmenhorst, identificada solo como Susanna K., testificó en el tribunal: «Al principio, simplemente piensas que es el destino. Pero en algún momento empiezas a desconfiar». La gente notaba que cuando Högel estaba de guardia, era más común que los pacientes necesitaran repentinamente ser reanimados. Los registros del hospital de Delmenhorst mostraban algo escalofriante: de las 411 muertes que ocurrieron durante el tiempo que Högel trabajó allí, 321 sucedieron durante o justo después de sus turnos.
Capturado en el acto, pero demasiado tarde
El 22 de junio de 2005, un colega finalmente atrapó a Högel en flagrante delito mientras inyectaba ajmalina no prescrita a un paciente en Delmenhorst. Ese paciente murió un día después. Pero lo verdaderamente indignante fue que ningún superior, colega o miembro del personal alertó a la policía durante dos días completos. Esa demora le dio a Högel tiempo suficiente para matar a otro paciente el 24 de junio de 2005, su última víctima.
En 2008, fue sentenciado a siete años y medio de prisión por intento de asesinato. Pero las familias de otras víctimas sospechosas presionaron para una investigación más profunda. Durante un segundo juicio que terminó en 2015, fue condenado a cadena perpetua por dos asesinatos y dos intentos de asesinato. Sin embargo, en ese proceso, confesó a un psiquiatra que había matado hasta 30 personas.
Esa confesión desencadenó una investigación masiva. Las autoridades exhumaron 130 cuerpos de antiguos pacientes y buscaron evidencia de la medicación que podría haber provocado paros cardíacos. También revisaron exhaustivamente los registros de los hospitales donde trabajó.
El juicio final y una cifra que horroriza
El 6 de junio de 2019, un tribunal en Oldenburg dictó sentencia en lo que se convertiría en el veredicto definitivo contra Niels Högel. Fue declarado culpable de asesinar a 85 pacientes, con edades entre 34 y 96 años. Se le sentenció a cadena perpetua con la anotación de «gravedad particular» de los crímenes, lo que prácticamente garantiza que nunca será liberado.
Inicialmente había sido acusado de 100 asesinatos, pero los fiscales no pudieron probar que fue responsable de 15 de esas muertes debido a que los cuerpos ya habían sido cremados antes de que se pudieran realizar autopsias.
El juez Sebastian Bührmann describió la culpabilidad de Högel como «incomprensible» y declaró: «Me sentí como un contador de la muerte. El hecho es que a veces ni la peor imaginación es suficiente para describir la verdad». Añadió que la mente humana lucha por comprender la magnitud de estos crímenes.
Pero la verdadera cifra podría ser mucho peor. La policía cree que Högel pudo haber matado hasta 300 personas en poco más de cinco años. Muchos cuerpos fueron cremados, destruyendo cualquier evidencia física. Johann Kühme, jefe de policía de Oldenburg, admitió: «Y como si todo eso no fuera suficiente, debemos darnos cuenta de que la dimensión real de los asesinatos de Högel probablemente sea muchas veces peor».
Un ángel de la muerte: Las disculpas huecas y el dolor permanente
¿Por qué lo hizo? Högel confesó haber actuado «por aburrimiento» y por experimentar una sensación eufórica al traer de vuelta a la vida a alguien. Cuando tenía éxito en la reanimación, se sentía exultante. Cuando fallaba, caía en una profunda desolación.
En el último día de su juicio, Högel pidió perdón a las familias de sus víctimas por sus «actos horribles». «Me gustaría disculparme sinceramente por todo lo que les hice a lo largo de los años», declaró.
Alrededor de 126 familiares fueron codemandantes en el juicio que comenzó en octubre de 2018. Para muchos, el proceso no trajo el cierre que esperaban. Christian Marbach, cuyo abuelo fue víctima de Högel y quien ha representado a otras familias, dijo: «Esperábamos que este juicio trajera transparencia sobre lo que pasó con nuestros seres queridos. No puede satisfacernos por completo, pero es lo que legalmente se puede alcanzar».
Frank Brinkers expresó su amargura porque la causa de muerte de su padre sigue sin confirmarse, aunque se sospecha que Högel tuvo un papel. «Eso es muy, muy amargo», dijo. «He pasado por el infierno, y eso es difícil de soportar».
La culpabilidad institucional
Uno de los aspectos más indignantes del caso de Högel es cómo los hospitales permitieron que continuara matando. Los colegas en Oldenburg notaron anomalías, pero no actuaron decisivamente. Cuando finalmente lo trasladaron, le dieron una referencia impecable para que pudiera conseguir trabajo en otro lugar.
En Delmenhorst, cuando fue atrapado inyectando medicación no prescrita a un paciente, la administración no hizo nada durante dos días, tiempo durante el cual mató a otra persona.
Seis empleados del hospital de Delmenhorst fueron acusados de homicidio involuntario por negligencia por su fracaso en actuar. Una investigación sobre negligencia en Oldenburg también estuvo en curso. Kühme, el jefe de policía, declaró: «Los asesinatos podrían haberse evitado. La gente en la clínica de Oldenburg conocía las anomalías».
El juez Bührmann criticó duramente a los compañeros de trabajo de Högel por hacer la vista gorda ante actividades sospechosas, calificándolo como una «amnesia colectiva».
Un legado de horror y lecciones no aprendidas
Niels Högel permanece encarcelado, cumpliendo múltiples cadenas perpetuas. En 2020, perdió su apelación respecto a su sentencia, confirmando su prisión de por vida. Aunque el sistema legal alemán no permite sentencias consecutivas, la designación de «gravedad particular» de sus crímenes significa que es posible que nunca sea liberado.
Su caso representa un fallo sistémico masivo. Hospitales que priorizaron su reputación sobre la vida de los pacientes. Colegas que observaron pero permanecieron en silencio. Administradores que trasladaron el problema en lugar de resolverlo. Y el hecho es que todo esto permitió que un solo hombre se convirtiera potencialmente en el asesino en serie más prolífico del mundo en tiempos de paz.
La historia de Niels Högel nos obliga a confrontar una verdad incómoda: confiamos en los profesionales de la salud con nuestras vidas, con las vidas de nuestros padres, abuelos, hijos. Pero esa confianza puede ser traicionada de las maneras más inimaginables. Y cuando las instituciones priorizan la imagen sobre la verdad, cuando los testigos eligen el silencio sobre la acción, los monstruos pueden operar libremente bajo la máscara de un sanador.
Hoy, las salas de los hospitales de Oldenburg y Delmenhorst están marcadas para siempre por la sombra de lo que ocurrió allí. Cientos de familias cargan con el peso de muertes que nunca debieron ocurrir. Y en alguna celda de una prisión alemana, el hombre que alguna vez fue llamado «Resucitación Rambo» vive con el conocimiento de que su búsqueda de admiración y poder le costó la vida a cientos de personas inocentes que solo buscaban sanar.
Con información de: DW news / NPR / NYT / BBC / euronews
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