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Horrores Humanos: El Petiso Orejudo, el más temible infanticida argentino

Cayetano Santos Godino cometió su primer delito cuando tenía apenas siete años. Llevó a un terreno baldío a Miguel de Paoli, un niño de 21 meses de edad, allí lo arrojó encima de unos arbustos llenos de espinas y luego lo golpeó con un ladrillo hasta que fue sorprendido por un policía. El pequeño Miguel sobrevivió y Cayetano se libró de la situación alegándole a su madre que simplemente se estaba defendiendo. Este sería tan solo el inicio de una ola criminal y despiadada de uno de los psicópatas más aterradores de Argentina.

Cayetano Santos Godino nació en Buenos Aires, Argentina, el 31 de octubre de 1896. Era hijo de dos inmigrantes calabreses, Fiore Godino y Lucia Ruffo, y tenía siete hermanos. Su padre era un alcohólico abusivo, enfermo de sífilis.

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El niño vino al mundo con graves problemas de salud. De hecho, durante sus primeros años de vida estuvo varias veces al borde de la muerte a causa de una enteritis. Durante toda su niñez Cayetano fue víctima de fuertes golpes y maltratos realizados por su padre.

Su madre, también enferma de sífilis, se caracterizó por ser excesivamente sobreprotectora con el pequeño Cayetano con quien durmió en la misma cama, hasta que el chico tenía diez años.

La niñez de Cayetano Godino transcurrió en la calle, vagando. A partir de los cinco años concurrió a varias escuelas, de donde siempre fue expulsado por su falta de interés en los estudios y su comportamiento rebelde. El escenario de sus correrías y carrera criminal serían los terrenos baldíos y conventillos de los barrios de Almagro y Parque Patricios, por entonces todavía al borde de la pampa.

En 1905, y con el mismo modus operandi de su primer ataque, Cayetano llevó a su vecina Ana Neri, de 18 meses de edad, a un baldío donde comenzó a golpearle la cabeza con una piedra. Un policía lo vio y volvió a detenerlo, pero fue liberado esa misma noche por ser un niño de solo ocho años.

Los crímenes

El 29 de marzo de 1906, el Petiso Orejudo (como era conocido entre los habitantes de la zona) cometería su primer asesinato, este pasaría desapercibido y solamente sería descubierto años después cuando él mismo lo confesó ante la policía.

Según contó, en 1906 tomó a una niña de aproximadamente dos años y la llevó hasta un terreno baldío sobre la calle Río de Janeiro, donde intentó estrangularla. Después la enterró viva en una zanja, que cubrió con latas. Las autoridades, al conocer este crimen, se trasladaron hasta el lugar pero encontraron que se había edificado una casa de dos pisos. Sin embargo, en la comisaría 10.ª quedó registrada una denuncia por desaparición con fecha 29 de marzo de 1906, de una niña de tres años de nombre María Roca Face. La niña desaparecida nunca fue encontrada.

A los diez años Cayetano pasaba el tiempo torturando animales; perros, gatos y pollos fueron víctimas de su saña, hasta que fue descubierto por su padre. Este hecho ocasionó que fuera recluido en la Alcaldía Segunda División más de dos meses.

El 9 de septiembre de 1908, “El Petiso Orejudo” intentó ahogar a Severino González Caló, de 22 meses de edad, pero nuevamente fue detenido a tiempo y liberado al otro día.

Apenas seis días después, el 15 de septiembre, quemó con un cigarrillo encendido los párpados y los ojos de Julio Botte, de 20 meses de edad, pero esta vez consiguió huir.

El 6 de diciembre, sus propios padres volvieron a llevarlo a la Comisaría. Esta vez permaneció encerrado tres años en la Colonia de Menores de Marcos Paz.

A petición de sus padres fue liberado el 23 de diciembre de 1911 pero, a diferencia de lo que se esperaba, su violencia empeoró. Los padres le habían conseguido un trabajo, pero sólo duró tres meses en él. Ya desempleado, volvió a vagar por las calles: tenía quince años de edad y un expediente criminal tan ancho como el de algunos de los peores delincuentes argentinos de la época.

El 26 de enero, Arturo Laurona, de trece años de edad, fue encontrado muerto a golpes en una casa desocupada.

El 7 de marzo de ese mismo año, “El Petiso Orejudo” incendió el vestido de Reyna Bonilla Vainicoff, de 5 años, quien sufrió terribles quemaduras y murió días después. Alegó que había sido un accidente y la policía le creyó.

A finales de septiembre el niño asesino incendió una estación de tranvías, el incendio que fue controlado por los bomberos.

El 8 de noviembre intentó estrangular al pequeño Roberto Russo, pero fue detenido. Esta vez fue procesado por intento de homicidio, pero lo liberaron por “falta de méritos”.

El 16 de noviembre golpeó a la bebé Carmen Ghittoni, quien sólo recibió heridas leves, ya que Cayetano nuevamente fue detenido por un policía.

El 20 de noviembre raptó a Catalina Neolener, quien comenzó a gritar cuando Cayetano le propinó las primeras patadas en el rostro y la cabeza; esto alertó a un vecino de la zona, que la rescató.

A finales de noviembre incendió dos galpones (especie de habitáculos para animales), que fueron rápidamente apagados.

El último crimen del Orejudo es probablemente el mejor documentado de su carrera. El 3 de diciembre de 1912, su víctima ―de apenas tres años― salió como todas las mañanas después de desayunar con sus padres, de su casa ubicada en la calle Progreso 2185 para reunirse con sus amiguitos a jugar. Esa misma mañana ―a pesar de los acostumbrados gritos de su padre―, Cayetano Godino sale de su casa ubicada en General Urquiza 1970.

Después de vagabundear un rato por las calles, Santos Godino encontró en la calle Progreso al grupo de chicos jugando. Se les sumó sin despertar ninguna sospecha porque su aspecto de tonto siempre le permitió ganar la confianza de sus víctimas. Poco después consiguió convencer a Gesualdo para que lo acompañe a comprar unos caramelos.

Un rato antes y sin éxito, invitó a Marta Pelossi, de 2 años de edad, pero la menor, asustada, se refugió en su domicilio. Así pues, víctima y homicida se encaminaron sin apuro hacia el almacén ubicado en Progreso 2599 en donde compraron dos centavos de caramelos de chocolate. Enseguida el pequeño le pidió más, pero Godino, imperturbable, resolvió dosificarlos: le permitió algunos, y le prometió los demás si aceptaba acompañarlo hasta cierto lugar alejado, la Quinta Moreno (donde actualmente se levanta el Instituto Bernasconi).

En la entrada, el chico lloró y se resistió a entrar. El joven asesino lo agarró por los brazos con violencia, y lo obligó a entrar en la quinta; una vez allí lo arrinconó cerca de un horno de ladrillos. Lo derribó con fuerza y lo sometió poniéndole la rodilla derecha sobre el pecho. Intentó estrangularlo con la soga que llevaba como cinturón, pero como se resistía, cortó la soga y la usó para atarle las piernas y las manos.

Comenzó a golpearlo hasta que tuvo la idea de introducirle un clavo en el cráneo. Comenzó a buscar un clavo o alguna herramienta que le sirviera para tan macabro objetivo. Su búsqueda lo llevó al exterior del local en donde se topó con el padre de Gesualdo, quien le preguntó por el paradero del niño. Imperturbable, Godino le respondió no haberlo visto y sugirió dirigirse a la comisaría más próxima a levantar una denuncia.

Mientras tanto el Orejudo encontró un viejo clavo de 4 pulgadas (10 cm), regresó con él junto a su víctima, y usando una piedra como martillo lo hundió en la sien del niño moribundo. Después de cubrirlo con una vieja lámina de zinc, huyó de la escena del crimen. El niño asesinado fue encontrado minutos después por su padre.

A las 20:00 horas de ese mismo día, Cayetano fue al velorio de su víctima para presentarle sus respetos a la familia; al acercarse al ataúd, decidió tocarle la cabeza al cadáver para comprobar los efectos del clavo. Ese movimiento fue notado por el padre de la víctima, que lo denunció a la policía. A las 5:30 de la mañana del 4 de diciembre fue detenido, confesando finalmente todos sus crímenes durante el duro interrogatorio.

Captura y confesión

En estas declaraciones, se pudo establecer por fin la lista total de sus víctimas y los actos cometidos contra cada una de ellas. Todos eran niños pequeños.

Confesó además haber torturado y matado a innumerables animales, y provocado siete incendios.

Asesino, infanticida, sádico, torturador, pirómano, incendiario, era un psicópata desde su infancia. El 4 de enero de 1913, “El Petiso Orejudo” ingresó preventivamente al Hospicio de las Mercedes, donde su violencia estalló peor que antes: intentó asesinar a varios internos, pero lo detuvieron antes de que pudiera hacerlo.

En los informes médicos que constan en el Archivo General de los Tribunales de Buenos Aires, dice sobre él:

“Cayetano Santos Godino no sabe leer, escribe tan solo su firma y conoce los números hasta 100. Posee una suma de conocimientos generales muy mala, obtenidos por educación refleja. El procesado es un alienado mental o insano o demente, en las acepciones legales. Es un degenerado hereditario, imbécil que sufre la locura moral, por definición, muy peligrosa. Es irresponsable. Es un tipo absolutamente inadaptable a la escuela común; solo la educación individual hubiera podido alcanzar algún éxito. Se ha desenvuelto en un medio desfavorable a la formación de una conducta correcta. Priman en él los instintos primarios de la vida animal con una actividad poco común, mientras que los sociales están poco menos que atrofiados.

“Es un tipo agresivo, sin sentimientos e inhibición, lo que explica su inadaptabilidad a la disciplina didáctica. Ofrece, desde el punto de vista físico, numerosos estigmas degenerativos, los más característicos del tipo criminal. Sus sentidos y la capacidad para conocer no ofrecen anomalías, se presentan normales; asimismo normales son sus capacidades psíquicas, si bien es inestable la atención por falta de dirección afectiva. En cambio, ofrece como estigma fundamental de su vida moral la idiotez afectiva; los sentimientos sociales, directrices de la acción, son poco menos que nulos; de suerte que sus estados de conciencia contienen, normalmente, todos los elementos menos uno fundamental que la desequilibra: el afectivo, que es algo así como el timón de la conducta.

“Godino es un caso de degeneración agravada por el abandono social de que ha sido víctima; por lo tanto no puede hacérsele responsable de sus crímenes, aún cuando su libertad sería peligrosa. Se halla atacado de alienación mental. Su alienación mental reviste la forma de imbecilidad. Esta imbecilidad es incurable. Es totalmente irresponsable de sus actos. Presenta numerosas anomalías físicas y psíquicas. Carece de condiciones para el trabajo disciplinado. No tiene noción de la responsabilidad de sus actos, lo cual se observa en muchos alienados. Es un impulsivo consciente y extremadamente peligroso para los que lo rodean. Debe permanecer, indefinidamente, aislado en el manicomio en que se encuentra”.

El 28 de marzo de 1923, Cayetano fue trasladado al penal de Ushuaia, donde permaneció encerrado y vigilado durante diez años.

A comienzos de 1933, torturó y asesinó a dos gatos que eran las mascotas del penal. A causa de este hecho, los presos lo emboscaron y le dieron una golpiza que lo dejó muy grave; permaneció en el hospital del penal varias semanas.

A partir de 1935 estuvo constantemente enfermo y sin recibir visitas, hasta que murió en Ushuaia el 15 de noviembre de 1944, en condiciones poco claras.

Hasta la fecha, “El Petiso Orejudo” ha sido materia de diferentes estudios, biografías y ensayos, sobre todo en Argentina, aunque su celebridad criminal ha trascendido las fronteras de su patria.

Espera pronto una nueva entrega con otro de los @HorroresHumanos, que nunca deben ser olvidados, para así jamás ser repetidos.

 

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