El 21 de octubre de 1929 nace en Pinewood, un pueblo ubicado en Carolina del Sur (Estados Unidos), George Junius Stinney Jr.; quien 14 años más tarde –en 1944- se convertiría en el condenado a muerte más joven de toda la historia de Estados Unidos.
A principios de la primavera de 1944 fueron hallados, a unos metros detrás de la Iglesia Bautista de Clarendon en Carolina del Sur, los cuerpos sin vida de Betty June Binnicker y Mary Emma Thames, de 8 y 11 años respectivamente. El asesino había destrozado los cráneos de ambas niñas con una pesada viga de metal y madera que fue encontrada repleta de sangre a unos metros de la escena del crimen.
Según la policía, la última persona que había tenido contacto con las pequeñas fue George Stinney, de 14 años, quien -después de haber sido sometido a un despiadado interrogatorio en el que “confesó” el crimen- fue arrestado y presentado como culpable de homicidio doble en primer grado.
El juicio se llevó a cabo en menos de un mes después del arresto de Stinney y solo duró dos horas en las que la defensa del acusado no hizo nada debido a que el abogado que le fue asignado a Stinney nunca llamó a declarar a ningún testigo. El jurado estuvo integrado por una docena de personas y la deliberación duró tan solo 10 minutos.
George Stinney, víctima de una injusticia racial
George Stinney Jr. fue hallado culpable y sentenciado a pena de muerte. Según los documentos del tribunal, se estableció que “debía morir electrocutado hasta que su cuerpo esté muerto de acuerdo con la ley. Y que Dios se apiade de su alma”. Condena que cumplió la mañana del 16 de junio de 1944… Aunque ya era demasiado tarde, siete décadas después el caso fue reabierto y el condenado a muerte más joven de Estados Unidos fue absuelto del crimen por el que fue acusado.
En los años 40 EE. UU. se encontraba en un período bastante tenso: estaba en plena Segunda Guerra Mundial y en el país se vivía un ambiente de segregación racial e intolerancia extremas. En Carolina del Sur, blancos y negros vivían separados por las vías del ferrocarril y las dos niñas asesinadas solo habían ido en bicicleta a recolectar flores “del lado equivocado de los rieles”.
Cuando las niñas desaparecieron todo el pueblo se ofreció a salir en su búsqueda, incluso George Stinney. Su único error fue comentarle a un vecino que ese mismo día él había visto a las niñas. Esa afirmación fue la única causa para que la policía detuviera al menor por el doble asesinato.
La policía mantuvo a Stinney arrestado durante horas y lo sometieron a un intenso interrogatorio, sin la presencia de ninguno de sus padres ni de ningún abogado. A pesar de que la policía indicó que Stinney había confesado “intentar violar a una de las niñas y que cuando ella se negó había decidido matarlas a las dos”, no hay registro escrito de su confesión en los archivos.
Tampoco se encontró ninguna prueba física que vinculara a Stinney con el crimen; de hecho, la viga que usó el asesino para acabar con la vida de Betty June Binnicker y Mary Emma Thames pesaba más de 20 kilogramos, por lo que era imposible que un niño de 14 años que pesaba tan solo 40 kilos pudiera haberla levantado para golpearlas con tal fuerza como para aplastarles el cráneo.
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La familia de George Stinney siempre clamó la inocencia del menor, asegurando que en el momento del asesinato Stinney estaba con su hermana Amie Ruffner. Amie declaró que ella y George sí vieron a las niñas el día en que murieron, mientras estaban cuidando a la vaca de su familia cerca de las vías del ferrocarril. Ellas se acercaron a preguntar si sabían dónde podían encontrar un tipo de flores que estaban buscando… ellos respondieron que no y cada quien siguió su camino… Las niñas fueron encontradas al día siguiente en una cuneta.
Steve McKenzie, el abogado que solicitó reabrir el caso de Stinney declaró en un documental de CNN lo siguiente:
“Stinney era un blanco fácil y la policía lo usó como ‘chivo expiatorio’ para encontrar una forma rápida de imputar a alguien. Eso ocurrió en Carolina del Sur en 1944, con un niño negro acusado, dos jóvenes víctimas blancas, y un jurado integrado por hombres blancos: Stinney nunca tuvo una oportunidad… Sus verdugos tuvieron que colocar una Biblia en el asiento de la silla para que su cabeza llegara a los electrodos. Cuando encendieron el interruptor, el cuerpo de Stinney convulsionó, por lo que la máscara que le quedaba demasiado grande se soltó y así, su rostro quedó expuesto a más o menos 40 testigos, entre ellos el padre de las niñas asesinadas».
Aunque las palabras no alcanzan para describir lo trágico de este suceso, Stinney encontró justicia después de su muerte: la juez Carmen Mullen retiró la condena contra George Stinney el 17 de diciembre de 2014 y declaró que el caso fue manejado tan mal que merecía otra mirada: «el estado, como entidad, tiene las manos muy sucias».
Con información de Playbuzz / El Mundo / ABC
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