Latinoamérica es una tierra fascinante llena de historias que cautivan, historias de luchas, conquistas e independencia. También destacan las historias fantásticas populares, que han viajado de boca en boca y de generación en generación por sus habitantes, formando parte esencial de la idiosincracia de cada pueblo. A continuación te traemos la segunda entrega con algunos de los mitos y leyendas más asombrosos y aterradores de Latinoamérica.
Bolivia: La Leyenda de la coca
En el tiempo en que habían llegado a estas tierras los conquistadores blancos, las jornadas siguientes a la hecatombe de Cajamarca fueron crueles y sangrientas. Las ciudades fueron destruidas, los cultivos abandonados, los templos profanados e incendiados, los tesoros sagrados y reales arrebatados. Y, por todas partes, en los llanos y en las montañas, los desdichados indios fugitivos, sin hogar, llorando la muerte de sus padres, de sus hijos o de sus hermanos. La raza, señora y dueña de tan feraces tierras yacía en la miseria, en el dolor. El inhumano conquistador, cubierto de hierro y lanzando rayos mortales de sus armas de fuego y cabalgando sobre briosos corceles, perseguía por las sendas y apachetas a sus espantadas víctimas.
Los indios indefensos, sin amparo alguno, en vano invocaban a sus dioses. Nadie, ni en el cielo ni en la tierra, tenía compasión de ellos.
Un viejo adivino llamado kjana-chuyma que estaba, por orden del inca, al servicio del templo de la isla del Sol, había logrado huir antes de la llegada de los blancos a las inmediaciones del lago, llevándose los tesoros sagrados del gran templo. Resuelto a impedir a todo trance que tales riquezas llegaran al poder de los ambiciosos conquistadores, había conseguido después de vencer muchas dificultades y peligros, en varios viajes, poner a salvo por lo menos momentáneamente; el tesoro en un lugar oculto de la orilla oriental del lago Titicaca.
Desde aquel sitio no cesaba de escudriñar diariamente todos los caminos y la superficie del lago para ver si se aproximaban las gentes de Pizarro.
Un día los vio llegar. Traían precisamente la dirección hacia donde él estaba. Rápidamente resolvió lo que debía hacer. Sin perder un instante, arrojo todas las riquezas en el sitio mas profundo de las aguas. Pero cuando llegaron junto a él los españoles, que ya tenían conocimiento de que kjana-chuyma se había traído consigo los tesoros del templo de la isla, con intención de sustraerlo al alcance de ellos, lo capturaron para arrancarle, si fuera preciso por la fuerza, el ansiado secreto.
Kjana-chuyma se negó desde el principio a decir una palabra de lo que los blancos le preguntaban. Sufrió con entereza heroica los terribles tormentos a que lo sometieron. Azotes, heridas, quemaduras, todo, todo soporto el viejo adivino sin revelar nada de cuanto había hecho con el tesoro.
Al fin los verdugos, cansados de atormentarle inútilmente, le abandonaron en estado agónico para ir por su cuenta a escudriñar por todas partes.
Esa noche, el desdichado kjana-Chuyma, entre la fiebre de su dolorosa agonía, soñó que el Sol, Dios resplandeciente, aparecía por detrás de la montaña próxima y le decía:
-Hijo mió, tu abnegación en el sagrado deber que te has impuesto voluntariamente, de resguardar mis objetos sagrados, merece una recompensa. Pide lo que desees, que estoy dispuesto a concedértelo.
-¡Oh!, Dios amado – respondió el viejo- ¿Qué otra cosa puedo yo pedirte en esta hora de duelo y de derrota, sino la redención de mi raza y el aniquilamiento de nuestros infames invasores?
-Hijo desdichado-le contesto el Sol- Lo que me pides, es ya imposible. Mi poder ya nada puede contra esos intrusos; su dios es más poderoso que yo. Me ha quitado mi dominio y por eso, también yo como vosotros debo huir a refugiarme. Pues bien, antes de irme para siempre, quiero concederte algo que esté aún dentro de mis facultades.
-Dios mió,- repuso el viejo con pena- si tan poco poder ya tienes, debo pensar con sumo cuidado en lo que voy a pedirte.
Un grupo de habitantes del imperio del Sol, escapando de los intrusos, embarcándose en pequeñas balsas de totora, atravesó el lago y fue a refugiarse en la orilla donde kjana-chuyma estaba luchando con la muerte.
Los indios acudieron a cuidarlo. Kjana-chuyma era uno de los yatiris mas queridos en todo el imperio, por eso los indios, rodearon su lecho de agonía, llenos de tristeza, lamentando su próxima muerte. El anciano, al ver en torno de si ese grupo de compatriotas desdichados, sentía mas honda pesadumbre e imaginaba los tiempos de dolor y amargura que el futuro guardaba a esos desventurados. Fue entonces que se acordó de la promesa del gran astro. Resolvió pedirle una gracia, un bien durable, para dejarlo de herencia a los suyos; algo que no fuera ni oro ni riqueza; para que el blanco ambicioso no pudiera arrebatarles; en fin un consuelo secreto y eficaz para los incontables días de miseria y padecimientos.
Al llegar la noche, lleno de ansiedad en medio de la fiebre que le consumía, imploro al sol para que acudiera a oírle su ultima petición. A los pocos momentos un impulso misterioso lo levantó de su lecho y lo hizo salir de la choza.
Kjana-chuyma, dejándose llevar por la secreta fuerza que lo dirigía, subió por la pendiente arriba hasta la cumbre del cerro. En la cima notó que le rodeaba una gran claridad que hacia contraste con la noche fría y silenciosa. De pronto una voz le dijo:
-Hijo mío. He oído tu plegaria. ¿Quieres dejar a tus tristes hermanos un lenitivo para sus dolores y un reconfortantes para las terribles fatigas que les guarda en su desamparo?
-Si, si. Quiero que tengan algo con que resistir la esclavitud angustiosa que les aguarda. ¿Me la concederás?
-Bien,- respondió la voz- mira en torno tuyo ¿ves esas pequeñas plantas de hojas verdes y ovaladas? La he hecho brotar por ti y para tus hermanos. Ellas realizaran el milagro de adormecer penas y sostener fatigas. Serán el talismán inapreciable par los días amargos. Di a tus hermanos que, sin herir los tallos, arranquen las hojas y después de secarlas, las mastiquen. El jugo de esas plantas será el mejor narcótico para la inmensa pena de sus almas.
Kjana- chuyma, sintiendo que le quedaban pocos instantes de vida, reunió a sus compatriotas y les dijo:
-Hijos míos. Voy a morir, pero antes quiero anunciaros lo que el INTI, nuestro Dios, ha querido en su bondad concederos por intermedio mío: Subid al cerro próximo. Encontrareis unas plantitas de hojas ovaladas. Cuidadlas, cultivadlas con esmero. Con ellas tendréis alimento y consuelo. En las duras fatigas que os impongan el despotismo de vuestros amos, mascad esas hojas y tendréis nuevas fuerzas para el trabajo.
En esos desamparados e interminables viajes que les obligue el blanco, mascad esas hojas y el camino os hará breve y pasajero.
En los momentos en que vuestro espíritu melancólico quiera fingir un poco de alegría, esas hojas adormecerán vuestra pena y os dará la ilusión de creerlos felices.
Cuando queráis escudriñar algo de vuestro destino, un puñado de esas hojas lanzado al viento os dirá el secreto que anheláis conocer.
Y cuando el blanco quiera hacer lo mismo y se atreva a utilizar como vosotros esas hojas, le sucederá todo lo contrario. Su jugo, que para vosotros será la fuerza de la vida, para vuestros amos será vicio repugnante y degenerado: mientras que para vosotros los indios será un alimento casi espiritual, a ellos les causará la idiotez y la locura.
Cuidad que no se extinga y conservarla y propagadla entre los vuestros con veneración y amor. El viejo kjana-chuyma doblo su cabeza sobre el pecho y quedo sin vida.
Los desdichados indios gimieron por la muerte del venerable yatiri. Eligieron la cima del próximo cerro para darle sepultura. Fue enterrado dentro de un cerco de las plantas verdes y misteriosas. Recién en ese momento se acordaron de cuanto les había dicho al morir kjana-chuyma y recogiendo cada cual un puñado de las hojitas ovaladas se pusieron a masticarlas.
Entonces se realizo la maravilla. A medida que tragaban el amargo jugo, notaron que su pena inmensa se adormecía lentamente…
Ecuador: El Tin Tin
Personaje mítico propio de la zona montubia. El Tintín al parecer procede del dios Puná de la fecundidad llamado Tin, se lo describe en la actualidad como un enano, con una gran cabeza, los pies vueltos hacía atrás y el miembro viril sumamente desarrollado, al extremo de llevárselo arrastrando por el suelo. Usa sombrero que llega un poco más abajo de las orejas y produce un silbido ululante y lúgubre.
El Tintín persigue y asecha a las mujeres para poseerlas carnalmente durante un trance hipnótico.
Cuando se enamora de una mujer sale por las noches, llevando una piedra imán en un mate, la cual coloca debajo de las escaleras para que todos los habitantes de la casa duerman.
Luego aborda a las mujeres dormidas; se las lleva al monte y ahí las posee sexualmente, con la cabeza para abajo y las nalgas para arriba.
Las mujeres que han sido víctimas del Tin-tín no recuerdan nada, solamente amanecen con moretones y cardenillos en el cuerpo.
El esposo que en alguna ocasión descubre al Tintín de forma in franganti con su esposa raptada y lo insulta, muere en el acto.
Sólo las mujeres casadas pueden quedar embarazadas del Tin-tín, y cuando así sucede dan a luz por lo general niños de apariencia normal, pero sin esqueleto, por lo que pronto fallece.
A estos niños no se los entierra en los cementerios, se los abandona en los cardos y luego se los quema, o se los amarra a los palos más altos de las balandras para atraer la buena suerte en las labores de la pesca.
Los hijos del Tintín que sobreviven, con el correr de los años se vuelven seductores natos de mujeres, a las que consiguen y embaucan con mil artimañas.
Colombia: La Candileja
Se aparece en el Huila en las noches oscuras en forma de tres estrellas de fuego que se desplazan a gran velocidad y que producen un ruido macabro. Generalmente persigue a los padres alcahuetes, a los maridos infieles y a los borrachos.
Dice la Leyenda que había una señora que tenía dos nietos a los cuales mimaba demasiado, les daba gusto en todo y les celebraba todas sus picardías. Un día los nietos ensillaron a su abuela como a una mula y montaron sobre ella por toda la casa. La abuela falleció y fue condenada a pagar su irresponsabilidad en la crianza de sus nietos, viajando por el mundo en forma de tres llamaradas que simbolizan el alma de la abuela y la de sus dos nietos.
A menudo su luz se confunde con la de las guacas, haciendo correr a quienes la observan con el fin de marcar el tesoro para después desenterrarlo; Sin embargo, dicen los baquianos que la luz de la Candileja es roja, mientras la de las guacas es amarilla. Para ahuyentar la candileja, las personas deben enfrentarla con machetes, gritándole groserías e insultándola por alcahueta. Generalmente se aparece en las casas solitarias o abandonadas, cerca a las guacas y en los ríos crecidos.
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Escalofriantes Mitos y Leyendas de Latinoamérica (Parte I)
Escalofriantes Mitos y Leyendas de Latinoamérica (Parte II)
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