La costumbre del pastel de aniversario fue observada durante breve tiempo en la antigua Grecia. Resurgió entre los campesinos alemanes en la Edad Media, a través de un nuevo tipo de celebración, una Kinderfeste, ofrecida específicamente a un niño o niña (Kind).
En cierto modo, esto señaló el comienzo de las fiestas infantiles de cumpleaños, y en muchos aspectos un niño alemán del siglo XIII recibía más atenciones y honores que sus coetáneos de los tiempos modernos. Una Kinderfeste comenzaba al amanecer. El niño agasajado era despertado por la llegada de un pastel coronado con velas encendidas. Estas velas se cambiaban y se mantenían encendidas durante todo el día, hasta que, después del ágape familiar, se despachaba el pastel. El número de velas era igual al de los años que cumplía el niño, más una, que representaba la «luz de la vida».
La creencia en que una vela simboliza la vida se encuentra a través de toda la historia. Macbeth habla de la vida como una «breve candela», y el proverbio advierte contra «quemar la vela por ambos cabos».
El niño o niña recibía también regalos y seleccionaba el menú para el banquete familiar, pidiendo sus platos predilectos. Nuestra costumbre de pensar un deseo y soplar las velas procede también de la Kinderfeste alemana. Las velas de cumpleaños debían apagarse con un solo soplido, y el deseo, en caso de convertirse en realidad, debía mantenerse en secreto.
El folklore del cumpleaños alemán tenía otra costumbre que ya no se observa hoy. El Hombre del Cumpleaños, era un gnomo barbudo que hacía unos obsequios adicionales a los niños que se habían comportado bien. Aunque este personaje nunca alcanzó la categoría de un Santa Claus o Reyes Magos, a principios del siglo XX aún se vendían en Alemania muñecos que lo representaban.
Fuente: usuaris.tinet.cat
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