Por Erika De Paz |
Soy un puñado de miedos. Muchos de mis temores me han impedido realizar cosas que, inclusive, me gustaría hacer. Mis miedos me frenan, me paralizan y me limitan. No me dejan ser quien quiero ser. Aparecen sin pedir permiso, y se instalan en mi vida como esos amores difíciles de olvidar. Sé que todos sentimos miedos, pero a mí a veces me cuesta manejarlos como se debe. Ojalá algún día logre controlarlos, ojalá algún día dejen de sabotear mis sueños.
Pero ¿qué es el miedo?, ¿por qué nadie se salva de este sentimiento? A lo largo del tiempo, el miedo le ha permitido al hombre sobrevivir. Es una emoción desagradable pero necesaria: nos hace conscientes de aquello que nos amenaza. Aun cuando sabemos que es fuerte y nos incomoda, también debemos recordar que es algo natural y sumamente viejo. Desde tiempos remotos, nos ha alertado del peligro y le ha permitido al ser humano evolucionar.
En este sentido, podemos estar claros que es una especie de “mal necesario”; y aunque nos desagraden sus síntomas (sudoraciones, palpitaciones…), estos son importantes porque nos preparan para huir. El problema aparece cuando no lo podemos controlar, cuando deja de ser natural y se vuelve patológico.
Son muchas las discusiones en torno a este tema, un tema que nos atañe a todos sin excepción. Algunos expertos afirman que existen miedos tanto innatos como adquiridos. Los primeros son aquellos que traemos en los genes y que son heredados; los segundos provienen de nuestro medio ambiente.
Sin embargo, otros investigadores contradicen esta teoría; según ellos no nacemos con miedo, sino que lo vamos aprendiendo desde temprana edad. Esto lo demuestra un estudio realizado por Vanessa LoBue, investigadora de la Universidad de Rutgers. Este trabajo se centró en analizar el comportamiento de bebés de siete meses de edad a los que se les mostraron dos videos: uno con serpientes y otro con elefantes, mientras de fondo se escuchaban voces amenazantes y voces felices.
Los bebés permanecían más tiempo viendo los videos en los que aparecían las serpientes con las voces de miedo, pero no daban señales de sentir temor. Con este simple experimento, se llegó a la conclusión de que estamos predispuestos a detectar de manera más rápida aquello que nos atemoriza, y que lo asociamos con cosas malas como una voz que asusta.
Desde pequeños vivimos experiencias que, indiscutiblemente, nos marcan la vida. Además, recibimos constantemente mensajes (positivos y negativos) que crean en nuestra mente diferentes asociaciones. Evidentemente, este es un tema que seguirá siendo estudiado, sobre todo porque nos afecta a todos. Y aunque todavía se manejan ambas teorías, resulta interesante y hasta esperanzador pensar que realmente los miedos se aprenden. Y es que si está en nuestras manos evitar adquirir nuevos temores, seguro podremos ser personas más felices. ¿Tú qué crees?
Por: Erika De Paz | IG @ERIKADPS | Foto: Niño con miedo/ Shutterstock
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