Hoy en día se están reevaluando las prioridades en el trabajo y en la vida, sobre todo después de la pandemia y en tiempos de movimientos sociales tan importantes como “la gran renuncia” –the great resignation–, lying flat o el último movimiento de la generación Z, #lazygirljobs, con el que las personas, sobre todo las más jóvenes, buscan un equilibrio sano entre la vida laboral y la vida personal.
La conciliación está siendo uno de los ejes más complicados y conflictivos de gestionar y trabajar en las empresas de todo el mundo. Las organizaciones de economía social parten, a priori, de un marco más ventajoso al basarse en principios de equidad y bienestar. Estas ofrecen un modelo más flexible que se adapta a las necesidades y particularidades de las personas.
Pero ¿de qué estamos hablando cuando decimos que existe conflicto trabajo-familia o trabajo-vida privada? Pues de la imposibilidad de tener o conseguir un equilibrio adecuado entre las demandas del trabajo y las de la familia.
La relación vida-trabajo no tiene por qué ser negativa, aunque fundamentalmente se habla y se estudia el lado negativo. Además, es bidireccional: las cargas familiares pueden impedir que una persona tenga un buen desempeño en el trabajo o, al revés, el trabajo puede dificultar que la persona tenga buen desempeño en sus responsabilidades familiares. En ambas direcciones se generan retos y dinámicas diferentes que son interesantes.
El equilibrio vida-trabajo es importante para las personas y para las organizaciones en las que trabajan. Debe ser una relación sana para la persona, que tratan de equilibrar diferentes roles de su vida. Y para las organizaciones, porque previene el absentismo y la rotación de los empleados.
¿Es lo mismo para los hombres que para las mujeres?
En la sociedad actual, el conflicto vida-trabajo es un problema frecuente tanto para las mujeres como para los hombres. No obstante, investigaciones previas han demostrado que las mujeres tienden a experimentar mayores niveles de conflicto vida-trabajo que los hombres. Esto es debido a que a menudo tienen que equilibrar sus responsabilidades profesionales con los roles y expectativas tradicionales de género como el cuidado y las tareas domésticas. Por lo tanto, todavía sigue siendo un tema importante a investigar.
Aparte del género, una cuestión clave que se está estudiando es si el hecho de tener hijos intensifica ese conflicto. Y no solo eso. Algunos estudios sugieren que la relación entre el conflicto trabajo-familia y el género varía según la edad del hijo menor. El conflicto aumenta cuando los niños son pequeños o tienen necesidades especiales, y puede disminuir cuando ganan autonomía, pero también volver a subir en la adolescencia.
Cuándo se produce el mayor conflicto
No hay consenso sobre cuándo se produce el mayor conflicto. Algunos estudios indican que para los padres el conflicto es mayor antes de los 3 años y disminuye hasta la adolescencia, mientras que para las madres ocurre entre los 3 y 5 años.
En las organizaciones de la economía social, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres subyace en la propia idiosincrasia a través de los valores de igualdad, equidad, democracia y justicia social. Además, se ha demostrado que estas organizaciones tienen una mayor participación femenina, más estabilidad y un techo de cristal más bajo que las organizaciones con ánimo de lucro. Por tanto, el conflicto trabajo-vida o vida-trabajo debería ser menor y ajustar las demandas a las necesidades tanto de las organizaciones como de las personas.
En un estudio que hemos llevado a cabo analizamos cómo el género de las personas progenitoras y la edad de sus hijos e hijas afecta al conflicto vida-trabajo (en ambas direcciones) en organizaciones de la economía social. Los resultados muestran tres conclusiones a destacar.
La primera es que los hombres reportan más conflicto de la familia hacia al trabajo que las mujeres. Es decir, los hombres perciben en mayor medida que las cargas familiares (como el hecho de tener hijos/as)les impiden responder adecuadamente a las demandas laborales.
La segunda tiene que ver con cómo afecta la edad de los hijos e hijas al conflicto vida-trabajo. Hay dos edades clave: los 4-5 años y los 18. Aunque el conflicto vida-trabajo de los progenitores está muy presente hasta que los hijos e hijas cumplen la mayoría de edad, es a partir de los 4-5 años cuando hay una reducción importante de las demandas de los hijos y, por lo tanto, el conflicto vida-trabajo se suaviza.
Y la tercera es que las mujeres, a pesar de que tienen altos niveles de conflicto cuando empiezan a ser madres, los ven descender a medida que llega la adolescencia de los hijos e hijas. Hasta ese momento priorizan los cuidados a su propia carrera profesional, pero luego esa prioridad se estabiliza. En los hombres el conflicto se mantiene estable hasta que los hijos e hijas llegan a la adolescencia, y es entonces cuando la percepción del mismo se reduce.
Estos relevantes resultados pueden ayudar a las organizaciones a implantar medidas de conciliación con un mayor nivel de personalización en función del momento vital de las personas. Y, de esta manera, conseguir un mayor éxito en el equilibrio vida-trabajo de sus trabajadores y trabajadoras.
Esther Villajos Girona, Profesora, Universitat de València; Amalia Raquel Pérez Nebra, Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo, Universidad de Zaragoza; Eunate Elio Cemborain, Investigadora sobre género y cooperativismo, Mondragon Unibertsitatea y Maite Legarra Eizagirre, Investigadora, área de gestión de talento, Mondragon Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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