El falo o consolador, no es un invento moderno, de hecho es muy antiguo y surge con Pariapo, el dios menor del falo mayor; según la mitología griega tras partir Dioniso a la India, su esposa Afrodita le fue infiel con Adonis. A la vuelta del primero ésta se arrepintió de su infidelidad y marchó hasta Lámpsaco para dar a luz a su hijo.
Hera, esposa y hermana mayor de Zeus, disconforme con este hecho, condenó a su hijo a padecer la culpa de su madre en forma de deformidades, de las cuales, la más célebre fue sin duda su hipertrofia fálica, es decir, su desmesurado miembro. Fue así como nació Príapo, dios menor protector de los rebaños de cabras y ovejas, de las abejas, del vino, de la huerta y de la pesca.
Los romanos veneraron a este dios y le dedicaron estatuas en las entradas de sus casas. Solía ser representado como un enano deforme con esa rotunda y gigantesca erección que le caracteriza.
En sus manos tenía una hoz y un cuerno de la abundancia o cornucopia. Supuestamente debía garantizar las buenas cosechas pero también era utilizado a modo de espantapájaros y talismán contra el mal de ojo y los ladrones.
Pero ese no era el único “uso” que los romanos le daban al dios Príapo, ya que en la antigua Roma, los recién casados en la noche de bodas, no sólo dedicaban la noche a dormir para descansar después del convite, sino a consumar el matrimonio. Pero no siempre era así, en muchas ocasiones la esposa veía como su marido era incapaz de «desflorar su rosa».
En esos casos, ella no cerraba la noche sin coito, negándose a dormir sin consumarlo. Para ello utilizaba una imagen de madera del dios Príapo.
¿Y porque este Dios y no otro? A Príapo – dios de la fecundidad – se le representaba sentando, o no, dejando mostrar su enorme falo. Erecto por supuesto.
La utilización de este «consolador» divino era bastante usual, lo que significa que, pese a lo que el marido pudiese sentir, estaba bien visto y permitido.
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