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Échale pichón: Campeonas

Échale pichón: Campeonas

CULTURIZANDO EN WHASTAPP

Por Échale Pichón | En este episodio de Échale Pichón, y a propósito del reciente triunfo de España en el fútbol femenino, no puedo perder la oportunidad de homenajear a mi país de origen. Les echaré un cuento rapidito…
 
La selección española de fútbol femenino es oficial desde el año 1983, aunque existía desde 1971 (pero hasta el 83 no se le permitió a las mujeres competir de forma oficial), en este año en el cual jugó su primer partido contra Portugal (perdiendo 0-1) .
 
En un breve resumen sus números son: El mejor resultado ha sido contra Eslovenia en 1994 a quien le metió 17 goles, el peor fue contra Suecia a quien le encajó 8 goles en 1996, ha participado en solo 3 mundiales, el primero en 2015 y ha soplado la flauta a la tercera este año.  
 
El día 20 de agosto del 2023 acaba como un hito;  con un montón de gente amando el fútbol femenino. Más de 21 millones de personas siguieron este mundial y solo en España lo vieron mas de cinco millones y medio de personas.
 
Pero esta selección no lo ha tenido fácil, han sido 50 años de camino largo y pedregoso hasta llegar a este día donde han vencido a la selección de Inglaterra. Este mundial ha roto todos los estereotipos y los prejuicios. Las niñas tienen cada día mas referentes. La que sueña con jugar al fútbol puede experimentar que el fútbol sí puede ser su lugar.
 
Y es que las mujeres hemos tenido que hacernos un espacio en todas las categorías de la vida fuera del hogar, donde se supone que estaba nuestra posición hasta hace pocas décadas .
 
Sin ir más lejos, diecinueve siglos nos tomó a las mujeres lograr ingresar a las universidades. 
 
El sistema establecía la superioridad del hombre como ser pensante, racional y objetivo, condiciones que lo convertían en el único ser capaz de asumir estudios de cualquier naturaleza, se sostuvo la premisa de que los únicos conocimientos necesarios y suficientes a los cuales podíamos tener acceso, eran aquellos asociados a nuestra “naturaleza”, tales como modales, cocina, costura, y otros similares, destinados a lograr que nos convirtiéramos en apoyo para “nuestros hombres”. 
 
Estos conocimientos eran impartidos en conventos, donde las señoritas de sociedad se formaban para convertirse en el “mejor” partido. Dichos aprendizajes discriminaban a las mujeres y niñas de estratos inferiores. 
 
Rousseau, considerado uno de los grandes pensadores del siglo XVIII, representante del liberalismo, señalaba: “Toda la educación de las mujeres debe referirse a los hombres. 
 
Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, educarlos de jóvenes, cuidarlos de adultos, aconsejarlos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce: he ahí los deberes de las mujeres en todo tiempo, y lo que debe enseñárseles desde la infancia”.
 
Otros , fueron menos recalcitrantes. 
 
Por ejemplo, Erasmo de Rotterdam consideraba que las mujeres debían al menos aprender a leer y escribir, dado que eran las encargadas de la crianza de los hijos de la familia, y por lo tanto consideraba importante que pudieran hacer “lecturas piadosas” a fin de guiar espiritualmente a sus vástagos.
 
En este contexto, la lucha por el reconocimiento del derecho político más elemental, el sufragio, se convirtió en el objeto que movilizó a millones de mujeres en el mundo en el siglo XIX. Sin embargo el historiador alemán Peter Gay considera que «(…) en términos generales, fue el acceso a las universidades a finales del siglo XIX, lo que demostró ser la clave para la causa de la mujer, más que el acceso al voto».
 
A mediados del siglo XIX, mujeres con poder económico comenzaron a cambiar el panorama de las universidades en Estados Unidos, ya que usaban sus bienes para fundar o subvencionar academias femeninas o que permitieran el acceso a las mujeres. 
 
En Europa la inclusión tomó su tiempo: en Suiza ingresan mujeres a la universidad en la década de 1860, en Francia en 1880, Alemania 1900, y en Gran Bretaña en 1870.
 
En Venezuela, el proceso se inició a finales del siglo XIX.
 
Por otro lado, El 71% de las estudiantes femeninas en Francia para 1891, eran de origen extranjero. Una de ellas, Sarmiza Bllcescu, de Rumania, fue la primera mujer extranjera que obtuvo el Doctorado de Derecho. Diez años antes, en 1881, otra rumana, Cristina Cutzarida, se convirtió en la primera mujer de su país en obtener el Doctorado en Medicina,  en Paris.
 
La primera ingeniera fue Eliza Leonida Zamfirescu, nacida en Bucarest, en 1887.
 
Fíjense en que no es nuevo el fenómeno de la inmigración  y no es nuevo el fenómeno de las mujeres destacando en condiciones adversas. Y no es nuevo el fenómeno de mujeres inmigrantes triunfando. 
 
Hoy en día, el número de mujeres que estudian en las universidades es superior al de los hombres. 
 
La media en Latinoamérica, de acuerdo a datos de Mercosur, es de 67% por encima de los hombres. Sin embargo, otros retos se plantean. Ese elevado porcentaje disminuye a menos de la mitad cuando se trata de carreras técnicas o ciencias políticas. 
 
En Venezuela , los primeros nombres de estudiantes universitarias se asoman a partir de la tercera década del siglo XX. Entre 1911 y 1939, de tres mil ochocientos veinticuatro egresados de la Universidad Central de Venezuela, apenas el 0.67 por ciento representaba la población femenina conformada por veintiséis mujeres, la mayoría en Filosofía, siete en Farmacia, una en Odontología, y cinco en Ciencias Médicas. 
 
Aunque hay una excepción.
 
El 30 de agosto de 1885, se gradúa en Maracaibo María Oquendo, convirtiéndose en la primera mujer que obtiene el título universitario de maestra.
 
Pero ciertamente fue en la década de los treinta, cuando tenemos constancia de la primer mujer inscrita en la Universidad Central de Venezuela (UCV) , Luisa Amelia Pérez Perozo fue la primera en graduarse como Abogada y Doctora en Derecho, además se erigió como activista por los derechos de las mujeres en el gremio y desde 1945  asistió a las Convenciones de la Federación Internacional de Abogadas (FIDA). 
 
Y saben que, la segunda mujer en acabar una carrera en la ucv fue en medicina!
 
Por eso , hoy en echale Pichón,  un podcast de historia Vezolana de lo que les quiero hablar es de esa segunda mujer en entrar a la Universidad Central y que se convirtió en la primera mujer médico de nuestro país. 
 
Lya Imber que fue la primera mujer médico y la primera mujer pediatra de Venezuela.
 
Nació en Odessa, Ucrania, el 12 de marzo de 1914. Emigró con 16 años ; con sus padres a Venezuela en 1930, 
donde inició sus estudios de Medicina en la Universidad Central de Venezuela. Obtuvo su título de doctor en Ciencias Médicas en 1936,
 
Se comprende que cuando Lya ingresó a la Facultad de Medicina en 1930 provocara una gran sorpresa. Se comenta que cuando llegó, la gente se agolpaba para verla pues era larguirucha, de ojos verdes y rubia, además no hablaba castellano.
 
Su ingreso constituyó un gran desafío a la UCV para la época, y este hecho se convirtió en un gran acontecimiento en la Caracas aldeana, fresca y estudiantil”.
 
Fue tal el alboroto el día de su inscripción que el rector abandonó su despacho y la condujo en un automóvil hasta su casa.
Pero me permitire, antes de seguir hablándoles de Lya Imber, hacerles una breve introducción sobre los estudios médicos de las mujeres en Venezuela :
 
La primera venezolana que intentó ser médica fue Virginia Pereira Álvarez, quien ingresó en la Facultad de Medicina en 1911.
 
Cuando fue cerrada la universidad por razones políticas (la huelga de los estudiantes que solicitaban la renuncia del ministro Felipe Guevara Rojas en 1912), se trasladó a Filadelfia y egresó en 1920 del Women’s College of Pennsylvania. 
 
Regresó a Venezuela en 1938 y fue fundadora de la Sociedad Venezolana de Bacteriología, Parasitología y Medicina Tropical, pero no se sintió bien recibida y regresó a Estados Unidos donde murió en 1947. 
 
Sara Bendahan constituye un antecedente de tinte trágico. 
 
Comenzó sus estudios en los años veinte, con buenas calificaciones, pero los innumerables problemas que la acechaban, como la pobreza, la salud física deficiente y una continua lucha que agotó sus condiciones psicológicas, hicieron que no pudiera graduarse hasta 1939. 
 
Seis años después falleció. 
 
Sabíamos de Ida Malekova, madre de Teodoro Petkoff, como una de las primeras en revalidar su título (1929), y que ejerció la medicina en el Centro Azucarero de El Batey (estado Zulia); 
 
Volviendo a Lya… Ella recordaba  siempre ese difícil primer año de estudios, y las noches de llanto que le costaba el aislamiento en que vivía. 
 
En carta a una amiga que había dejado en Europa escribía: “He vuelto a quedar sola. Mis únicas posibles amigas venezolanas se han deslizado por estos claustros como las sombras del Dante”.
En suma, Lya Imber fue la única estudiante junto a ochenta y dos varones, y la primera venezolana en iniciar y culminar en el tiempo reglamentario el Doctorado de Medicina de la Universidad Central de Venezuela. 
 
La Universidad Central de Venezuela otorgó el título de Doctor en Ciencias Médicas hasta 1946. Posteriormente el título comenzó a ser, hasta la actualidad, el de Médico Cirujano. 
 
Los requisitos eran entonces finalizar los estudios de Medicina, aprobar el examen integral, y presentar una Tesis de Grado ante un jurado de tres profesores.
 
El expediente de la alumna Lya Imberg, distinguido con el número cuarenta del año 1936, nos revela algunos datos interesantes. 
 
En primer lugar, originalmente la grafía del apellido incluía una “g” final, que posteriormente desapareció (probablemente porque en “venezolano” la consonante final se aspiraba y, para evitar confusiones, los interesados la eliminaron; no es algo infrecuente este tipo de modificación en los apellidos con pronunciación extranjera). 
 El examen integral fue presentado ante 4 profesores y la comisión encargada de estudiar la tesis estuvo integrada por los profesores J.L. Baldó, Leopoldo Aguerrevere y Gustavo Henrique Machado, quien sería para Lya un mentor. 
 
Se le exigía un certificado de buena conducta como requisito para la solicitud de grado.
 
La calificación final de su trabajo de grado fue de veinte puntos. (Un apunte para los no venezolanos, en Venezuela se evalua en escala del 1 al 20 y no del 1 al 10 como la mayoría de países occidentales.)
 
 
La tesis se titulaba “Ensayo de estadística de mortalidad infantil por tuberculosis en los niños de Caracas”, y fue dedicada a las siguientes personas: “A mis padres y hermana (que por cierto la hermana de Lya Imber fue nuestra querida Sofia Imber, gran promotora del arte y fundadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas)
 
A mi compañero F.R. Coronil. A los doctores Alberto J. Fernández, Gustavo Machado y Jesús R. Rísquez. A mis amigos y maestros del Viejo Mundo”.
Pudiéramos decir que recogía en aquellos nombres sus más importantes afectos y agradecimientos: su familia directa, su futuro marido y, entre los profesores, a dos de quienes fueron más significativos en los comienzos de su carrera médica: Gustavo Henrique Machado y Alberto J. Fernández, quien fue una de las primeras personas que conoció recién llegada al país.
 
Pero no puede eludirse el recordatorio de esos “amigos y maestros del Viejo Mundo”, quienes difícilmente sabrían de ella, y menos de la tesis, pertenecientes a la primera parte de su existencia, sus años de formación juvenil y sus recuerdos y nostalgias europeas, ciertamente muy traumáticas, pero que, al mismo tiempo, y quizá por eso mismo, constituían un fondo de emociones al que no podía renunciar. Lo mismito que nosotros que tenemos una pila de años fuera del país, y nuestros momentos importantes siempre nos llevana  nuestra gente y a nuestro país,
 En cuanto a los otros graduandos de esa promoción de 1936 algunos nombres saltan a la vista como figuras señeras de la medicina venezolana con los que mantendría una constante amistad. 
 
Para que vean el carácter guerrero de nuestra protagonista, hay una anécdota del profesor de Anatomía que  cuenta que éste le dijo que cuando llegara el examen final no podría presentarlo porque no hablaba bien el castellano, a lo que Lya respondió que para entonces lo hablaría. 
 
Y así fue; pronto dominó el idioma a la perfección, conservando un ligero acento que denotaba que no era su primera lengua.
 Con la presentación de esa tesis en julio de 1936 culminaba el periplo de seis años, desde que en septiembre de 1930 había introducido su solicitud de inscripción ante el rector de la Universidad Central de Venezuela.
“Yo, Lya Imber, rumana, ruego a usted se sirva hacerme inscribir entre los aspirantes a cursar el primer año del curso de Doctor en Filosofía y Letras. Acompaño los documentos de Ley”.
No podemos determinar la razón de esta inscripción en Filosofía y Letras; pudo ser un paso administrativo previo a su posterior traslado a la Facultad de Medicina, pero también una duda inicial en cuanto a su porvenir. 
 
La verdad es que quise estudiar Humanidades, pero esa facultad no la había en la universidad; entonces opté por Medicina, a la que me entregué con pasión”. 
 Contra los pronósticos de su profesor de Anatomía, que no era otro que el famoso y temido Pepe Izquierdo, lo había logrado. Después de los primeros exámenes, el maestro tuvo que reconocer que la bachiller Imber era la más destacada, y en premio, y probablemente a modo de desagravio, le regaló los textos de Testut, escritos en francés y considerados entonces la biblia del conocimiento anatómico.
 
Quizá Lya tuvo que morderse los labios para dar las gracias, pero los recibió de buen grado; eran tan necesarios como costosos. Curiosamente Sofía recuerda con mucha simpatía al doctor Izquierdo, que era muy amable con ella cuando la veía llegar a la Universidad a reunirse con su hermana.
Otra anécdota de estos tiempos de estudiante habla de las “bromas”, por llamarlas de alguna manera, de sus compañeros que se divertían metiendo en su cartera órganos masculinos de cadáveres o llevando latas para orinar, en prueba de que sólo había varones en aquella facultad. 
 
Son las mismas que relata Francisco Montbrún a propósito de Sara Bendahan: “Le hacían cosas tremendas. Le ponían piezas de cadáver en la cartera. Una mañana la vi en el comedor del hospital; una de las sillas estaba un poco hundida, la llenaron con agua y la hicieron sentarse sin que ella se diera cuenta”. José Rojas Contreras, de la misma promoción de Sara, agrega: “No se veía con simpatía por la comunidad que una mujer estudiara Medicina”
 
Les toco vivir en primera persona el “machismo criollo”, pero probablemente esa misma fortaleza adquirida muy joven la llevó a seguir estudiando sin detenerse demasiado en las tonterías ajenas. 
 
De todas maneras, cuando se casó con Fernando Rubén Coronil, su condiscípulo, quien con el tiempo fue un prestigioso cirujano y profesor, miembro de la Academia Nacional de Medicina, las bromitas terminaron. Pero no fue solamente el matrimonio. Lya sabía ganarse el respeto. En una oportunidad un compañero le ensució deliberadamente el vestido, y su encendida protesta llegó a oídos del rector
 
Éste, de nuevo en funciones de salvador de aquella peculiar alumna, la hace llamar para que declare el nombre del culpable. La alumna responde: “Dígale al rector que yo he venido a la universidad a estudiar y no para ser espía de mis compañeros” (
No solamente como estudiante, sino luego como profesional en una sociedad en la que todavía era muy raro, y casi improcedente, que una mujer casada y con hijos trabajara fuera del hogar, Lya se impuso gracias a su liderazgo nato. Así opinan sus cercanos colaboradores: la doctora Zaira de Andrade y el doctor José Francisco, quienes la recuerdan en el Hospital de Niños quitando con sus manos un cartelito que decía: “Prohibida la entrada de mujeres con pantalones”. 
 
Da la impresión de que Lya Imber estaba dispuesta a impedir que en una vida que había comenzado con tan grandes contratiempos se interpusieran después obstáculos tan menores.
 
 
Cuando acabó la universidad tuvo una vida profesional brillante. En el Hospital Municipal de Niños fue profesora adjunta del eminente pediatra Gustavo H. Machado. 
 
Fue fundadora y presidenta de la Liga Venezolana de Higiene Mental en 1941. 
 
Fue la primera mujer en ser miembro de la Directiva del Colegio de Médicos del Distrito Federal en 1941. 
 
También fue directora del Hospital de Niños J. M de los Ríos, en Caracas, y presidenta del Consejo Directivo de la Unión Internacional para la Protección a la Infancia, con sede en Ginebra, Suiza.
 
En fin señores, que  puedo dedicar una serie entera de capítulos a hablar del talante y cualidades de esta talentosa profesional, talentosa si; pero más que nada trabajadora, enfocada, esforzada….
 
Esto me hace recordar una frase de de Mary Jackson, primera ingeniera afroamericana de la NASA,  en la película Talentos Ocultos. Cuando tuvo que ir a juicio para conseguir permiso para asistir a una escuela de solo gente blanca. 
 
“Y yo, Señor, planeo ser una ingeniera en la NASA. Pero no puedo hacer eso sin tomar las clases en esa Secundaria completamente blanca. Y no puedo cambiar el color de mi piel. Así que, no tengo elección… salvo ser la primera.
 
 Lo que no puedo hacer sin usted, señor. 
 
Su Señoría, de todos los casos que escuchó hoy, ¿cuál importará en cien años a partir de ahora?”,
 
De hecho se celebra un Día Internacional de las Niñas y Mujeres en las Ciencias (11 de febrero), cuyo objetivo principal es “lograr el acceso y la participación plena y equitativa en la ciencia para las mujeres y las niñas, y además para lograr la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres y las niñas”.
 
Seguimos necesitando pioneras, mujeres dispuestas a ser las primeras en dar el paso que se necesita para continuar rompiendo paradigmas. Y cierro preguntando: 
 
¿Cuál de las cosas que estás haciendo ahora será importante de aquí a cien años?



Y hasta aquí Échale Pichón. Un podcast de historia Venezolana, donde yo, Verónica Aguilera, os cuento porque, PASEN LOS AÑOS QUE PASEN, VENEZUELA SIEMPRE SERA EL  AMOR DE MI VIDA.

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