Atender es básico para sobrevivir. Es la “vía de entrada” para otras funciones más complejas como aprender, organizarse o desenvolvernos en el entorno. Como he comentado en otras ocasiones, podemos prestar atención porque algo nos “llama” la atención, o bien atender con un propósito, para alcanzar nuestras propias metas.
Lo primero es fundamental para sobrevivir (por ejemplo, ante un potencial peligro, mis emociones se disparan obligándome a prestar atención). Por otro lado, lo segundo es indispensable para alcanzar nuestras propias metas, y es ahí cuando entra en juego otro proceso que llamamos “funciones ejecutivas”. Éstas son una serie de procesos mentales que regulan no sólo nuestra atención voluntaria, sino nuestra conducta, y que son influenciados por nuestros conocimientos, valores y experiencias previas.
Poniendo un símil con el mundo empresarial (por aquello de “ejecutivas”), quien tiene éxito es quien sabe a qué atender, cómo organizarse, qué decisiones tomar…
Las funciones ejecutivas en la escuela
Si nos centramos en el ámbito escolar, las investigaciones muestran que las funciones ejecutivas predicen mejor el éxito académico que el propio cociente intelectual.
Además, estas funciones facilitan no sólo el éxito académico o laboral, sino social. Pensemos, por ejemplo, cómo el saber autorregularse facilita un mejor manejo de las discusiones, un aspecto básico de la convivencia.
Problemas de atención y de funciones ejecutivas
Muchas personas sufren problemas de atención y de funciones ejecutivas, no sólo en el caso del TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad), sino otras condiciones como las dificultades de aprendizaje, el autismo, la demencia… Sólo en España, según nuestros cálculos, cerca de 10 millones de personas podrían tener dificultades en estos procesos.
Ante estos datos, parece relevante estudiar su desarrollo a lo largo de la vida, esclareciendo cuál es su evolución, en qué momento nos encontramos en el “top”, y en qué momento sufrimos un deterioro significativo fruto de la edad. Algo que nos ayuda de alguna manera a saber cómo acompañar a nuestros niños y jóvenes de la mejor forma posible a nivel académico y social. Pero también cómo potenciar el menor detrimento en las personas mayores.
En esta línea de investigación, hemos comprobado gracias a una prueba de atención y funciones ejecutivas específica que hemos creado, cuáles son esos momentos críticos.
Las funciones ejecutivas a lo largo de la vida
Aunque el desarrollo comienza en los primeros años, la preadolescencia y la adolescencia son momentos vitales para un mejor desempeño, incluso alcanzando niveles adultos en algunos componentes. Los resultados van en consonancia con otras investigaciones.
Sin embargo, los adolescentes tienen margen de mejora, pues en esta etapa las emociones se “disparan”, lo que se traduce en deseos de experimentar, de ser socialmente aceptados, y, en general de una mayor necesidad de gratificación. Ello influye en la toma de decisiones dificultando un uso más efectivo de las funciones ejecutivas.
Este efecto se “contrarresta” en la juventud gracias a un mayor desarrollo de áreas prefrontales del cerebro (hasta aproximadamente los 30 años) que ayuda a regular mejor entre otros, el sistema límbico (esencial en las emociones). Esta es la edad en la que podemos considerar que las personas se encuentran en el “top”, en lo más alto de sus capacidades de atención y de sus funciones ejecutivas.
A esta etapa le sigue rápidamente el inicio del declive entre los 30-40 años. Este declive se agudizará en las personas mayores de 60-65 años las cuáles van poco a poco “volviendo a la infancia” con resultados similares en algunos aspectos (la velocidad a la que procesamos la información, la atención, la capacidad de resistir interferencias, o la memoria de trabajo), a niños de primeras etapas de la Educación Primaria.
Todo ello es debido al deterioro que sufre el cerebro con la edad (disminución de la corteza cerebral, aumento del líquido cefalorraquídeo, muerte de neuronas, disminución del riesgo sanguíneo). Lo cuál varía en cierta medida según el estilo de vida que haya llevado cada persona.
Ayuda específica en cada etapa
Esta información debe ayudarnos a acompañar de la mejor forma posible a nuestros niños, adolescentes y mayores, ajustando siempre las exigencias a sus posibilidades y ofreciendo ayuda específica a los que presentan dificultades.
Gracias a la investigación se desarrollan herramientas destinadas a mejorar estos procesos.. Muchas de estas herramientas se basan en repetir tareas específicas que requieren atención o funciones ejecutivas. Por ejemplo, buscar diferencias, memorizar cifras y dictarlas en orden inverso…
Sin embargo, los efectos pueden ser mayores si además enseñamos estrategias para tener un mejor desempeño (preguntarse qué tenemos que hacer antes de comenzar una tarea, pensar qué podríamos haber hecho mejor para tener un mejor resultado…), como es el caso de la herramienta de intervención que hemos desarrollado. Es lo que se conoce como entrenamiento basado en estrategias, un enfoque muy novedoso con gran potencial.
Si somos conscientes de cómo evolucionan la atención y las funciones ejecutivas, no pretenderemos que un niño de 2 años no tenga pataletas, pues sabemos que aún no tiene la capacidad de autorregularse por sí mismo. Tampoco pretenderemos que los adolescentes tomen siempre las decisiones más racionales, ni que las personas mayores no se sientan “aturulladas” cuando les decimos varias instrucciones de una vez. Esto es, seremos más capaces de acompañar y facilitar según lo que “toca” a nivel evolutivo.
¿Hay un sentido evolutivo?
Por último, conocer esta evolución nos plantea además la siguiente reflexión filosófica: si a los 30 años nos “comemos el mundo” y a partir de los 60-65 años “volvemos a la infancia”, ¿responde el “top” de estas funciones a una necesidad vital o incluso evolutiva como especie? Por ejemplo, ¿tenemos suficiente atención en momentos concretos de nuestra vida en los que necesitamos enfocarnos en el avance profesional o potenciar la crianza? ¿Responde el “declive” a una necesidad de “frenar”, de alcanzar un mayor sosiego de cara a la muerte?
Por otro lado, si con la vejez volvemos a ser como niños en algunos aspectos, en otros aspectos acumulamos sabiduría y experiencia de vida, ¿podemos así entendernos mejor con los pequeños, optimizando el “testigo” que pasamos a las nuevas generaciones?
Quizá el desarrollo de la atención y las funciones ejecutivas se acomoda a nuestras funciones vitales más de lo que pensamos.
Teresa Rossignoli Palomeque, Cofounder y CEO de STap2Go.Personal docente investigador., Universidad Nebrija
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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