Por Crónicas de Ares | Los orígenes de la guerra son muy controvertidos. La capacidad para la violencia organizada tiene raíces muy profundas en la historia evolutiva del hombre, aunque hay quien sostiene que surge de la idea de propiedad que se desarrolla después de que los humanos dejaran de ser nómadas y se asentaran, dando origen a la agricultura. Un estudio publicado en la plataforma de descubrimientos e innovaciones llamada Nature, analiza un yacimiento en Kenia, en el que se han encontrado los restos de 27 personas que murieron golpeadas, maniatadas y atravesadas por flechas, en el que puede ser uno de los primeros actos de violencia organizada de la humanidad. ¿Es la masacre de Nataruk la primera guerra registrada en la historia? Aquí describimos ese episodio.
El descubrimiento de Nataruk
Hay quienes piensan que el primer texto épico de todos los tiempos es «El poema de Gilgamesh», sin embargo, se trata de una página en la mitología sumeria; es decir, no es precisamente el registro histórico del primer conflicto bélico, aunque existe una relación cercana entre ambos. En realidad, la primera historia documentada de la guerra comenzó hace 4500 años cuando las dos ciudades sumerias de Lagash y Umma se disputaron control de la verde llanura de Guedenna, misma que servía de frontera entre las dos comunidades, hacia el año 2450 a.C. La disputa se produjo por unas tierras de regadío. El rey de Lagash, Eannatum, comandó el ejército, que resultó victorioso, y convirtió a Umma en un estado vasallo. Es la primera guerra que la historia tenga documentación.
Sin embargo, esta historia parece cambiar con un descubrimiento hecho en 2016. En verano de 2012, un equipo de paleoantropólogos se encontró en Kenia un escenario muy particular. Estaban cerca del lago Turkana, una zona clave para entender el origen del género humano, pues allí se hallaron los restos del Homo Ergaster, nuestro ancestro. Lo que destapó el equipo científico era mucho más reciente, de hace unos 10.000 años. En esa época los Homo sapiens de la zona vivían en sociedades nómadas dedicadas a la caza y la recolección, un pasado anterior a la aparición de las primeras sociedades sedentarias. Algunos expertos han idealizado aquella época y a sus protagonistas, que serían buenos salvajes entre los que no existían jefes, jerarquías, violencia.
La zona ha producido miles de fósiles de animales: elefantes, hipopótamos, rinocerontes, jirafas, cebras, jabalíes, búfalos, antílopes, gacelas, primates, hyraxes, serpientes, tortugas, cocodrilos y peces, así como leones, hienas y perros salvajes. La gente del suroeste de Turkana en este momento eran cazadores, recolectores y pescadores. Se ha encontrado evidencia de caza y matanza de animales, junto con cientos de arpones de huesos de púas utilizados para la pesca. También se ha encontrado cerámica de este período de tiempo, y posiblemente se usó para almacenar agua, pescado, bayas o incluso grasa de hipopótamo.
El yacimiento fue descubierto en 2012. Tras una meticulosa excavación, los investigadores utilizaron el radiocarbono y otras técnicas de datación para establecer la antigüedad tanto de los esqueletos como del sedimento que rodea los restos. Así lograron situar a Nataruk en un tiempo concreto. Las estimaciones indican que el suceso tuvo lugar entre hace 9.500 y 10.500 años, al principio del Holoceno, el periodo geológico inmediatamente posterior a la última Edad de Hielo.
Aunque ahora se trata de una zona de matorrales, hace 10.000 años el área alrededor de Nataruk era un territorio fértil alrededor de un lago, que daba sustento a una numerosa población humana. El yacimiento se encontraba probablemente al borde de una laguna y muy cerca de la orilla del lago Turkana, mucho más grande, con amplias zonas pantanosas y bordeado por bosques y corredores boscosos.
Se trataba, en definitiva, de un lugar ideal para los humanos prehistóricos que lo habitaban, con fácil acceso a la pesca y el agua potable y sin duda codiciado por otros grupos rivales. La presencia de cerámica indica que los pobladores almacenaban alimentos.
Investigadores del Centro Leverhulme de Estudios Evolutivos Humanos, de la Universidad de Cambridge, encontró ahí, los fósiles de un grupo de cazadores y recolectores que fueron literalmente masacrados hace cerca de 10.000 años. Se trata de restos parciales de por lo menos 27 individuos, entre los que hay ocho mujeres y seis niños. Según los científicos, estamos ante una auténtica matanza prehistórica que retrasa en varios miles de años el origen de la guerra tal y como la entendemos en la actualidad. El estudio apareció en enero de 2016 en la plataforma de investigaciones y descubrimientos llamada Nature.
El árido yacimiento de Nataruk estaba entonces a la orilla del lago Turkana, llena de vegetación y grupos humanos. Allí, parcialmente enterrados por la grava, los investigadores se toparon con cráneos y otros huesos saliendo de la tierra.
De los 27 individuos registrados, 21 eran adultos: ocho varones, ocho mujeres y otros cinco de los que no se ha podido determinar el sexo. También se hallaron restos parciales de seis niños, mezclados o muy cerca de los de cuatro mujeres adultas y otros dos individuos de sexo desconocido. Ningún niño fue encontrado cerca de un varón. Y los seis pequeños, excepto un joven adolescente cuyos dientes revelan que debió tener entre 12 y 15 años, tenían menos de seis años de edad.
Doce de los esqueletos están prácticamente completos, y hasta diez de ellos muestran signos evidentes de una muerte violenta: traumatismos en cráneos y pómulos; manos, rodillas y costillas rotas; lesiones de flecha en el cuello y fragmentos de proyectiles de piedra en el cráneo y el tórax de dos de los hombres así lo atestiguan.
Varios de los esqueletos fueron encontrados boca abajo, la mayoría de ellos con graves fracturas craneales. Por lo menos otros cinco mostraban indicios de haber sufrido fuertes traumatismos, algunos provocados por flechas. La posición de otros cuatro sugiere que estuvieron con las manos atadas, lo que incluye a una mujer en avanzado estado de gestación (siete meses), como indica la presencia de huesos fetales. A algunos les partieron las rodillas o las manos.
Los cuerpos, además, no fueron enterrados. Ninguno recibió sepultura. Algunos cayeron a una laguna que se secó hace ya mucho tiempo, conservando los huesos en su sedimento.
Los hallazgos sugieren que este grupo de cazadores recolectores, quizá miembros de un clan mucho mayor, fueron atacados y muertos por un grupo rival de recolectores prehistóricos. Los investigadores creen que estamos ante la primera evidencia histórica científicamente documentada de un conflicto humano, un antiguo precursor de lo que hoy llamamos guerra.
La argentina Marta Mirazon Lahr, de la Universidad de Cambridge y autora principal del estudio, revela que el descubrimiento muestra que para entonces ya existían conflictos humanos con violencia. “Las muertes de Nataruk dan testimonio de la antigüedad que tienen la violencia entre grupos y la guerra. Estos restos humanos muestran la matanza intencionada de un pequeño grupo de recolectores que no fueron enterrados, y proporciona una evidencia única de que la guerra formaba parte del repertorio de las relaciones inter grupales entre los cazadores recolectores prehistóricos”.
“Hasta ahora habíamos visto solo señales de violencia sobre individuos, pero lo que estamos viendo ahora es que, al contrario de lo que se asumía, en estas sociedades también había violencia, de hecho, pensamos que lo que estamos viendo aquí es un auténtico campo de batalla tal y como quedó tras el enfrentamiento”, explica José Manuel Maíllo prehistoriador de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y coautor del estudio.
El estudio de los cadáveres ha requerido la participación de un equipo multidisciplinar y su trabajo parece un relato policíaco. Por ejemplo, el caso de los dos muertos sin marcas de violencia, que probablemente fallecieron atados. Uno de ellos es la mujer encinta, hallada en una postura que indica que fue agonizó con las muñecas y tobillos inmovilizados. “Solo podemos ver las marcas que quedan en los huesos así que no sabemos si les cortaron el cuello, estos son los únicos que no tienen traumatismos, pero ambos están con las manos juntas, lo que parece una gran casualidad”, explica Maíllo.
Maíllo ha trabajado en el estudio de las puntas de flecha y el resto de herramientas de piedras halladas en Nataruk. Algunos de los proyectiles incrustados en el hueso están hechos de obsidiana, un mineral que no abunda en Turkana, lo que podría indicar que el grupo atacante vino de lejos, explica. Pero tal y como están los restos, y sin la posibilidad de haber extraído ADN de los huesos, no se sabe si en este sitio se mataron entre sí los miembros de un mismo grupo o se trató de un ataque de forasteros.
Los investigadores proponen dos posibles interpretaciones. La primera es una agresión por recursos: “territorio, comida, mujeres o niños”, detalla el trabajo. En este caso la “guerra” de Nataruk no sería muy diferente de las incontables otras que vinieron después entre sociedades sedentarias cada vez más grandes y avanzadas. El pequeño grupo de recolectores de Nataruk tenía recursos valiosos por los que merecía la pena pelear: agua, animales de caza, pescado, frutos secos o mujeres y niños. el factor clave del que depende si se producirá un conflicto o no es la densidad de población. Cuando las condiciones son buenas y la comida abundante, las poblaciones crecen hasta el punto en que los recursos ya no son suficientes, lo que les lleva a expandirse a territorios de otros y a saquear. Lo sorprendente es que las condiciones para la guerra se establecen cuando los recursos son abundantes
La segunda posibilidad es que este fuera un comportamiento natural y habitual cuando dos grupos diferentes se encontraban, algo parecido a lo que pasa hoy con los cazadores y recolectores. “En cualquiera de los dos casos, las muertes de Nataruk son testimonio de la antigüedad de la violencia y la guerra entre grupos”, concluye el estudio.
Las evidencias de Nataruk ya no permiten asumir que nuestro comportamiento violento tiene sus raíces en disputas territoriales de poblaciones demasiado numerosas y con recursos limitados. Durante el Plioceno y el Pleistoceno las poblaciones de las diferentes especies del género Homo, incluida la nuestra, siempre fueron poco numerosas. Quizá podemos argumentar que ciertas regiones ricas en recursos concentraron un mayor número de individuos y, por tanto, se incrementó la posibilidad de enfrentamientos. Esto es lo que pudo suceder en Nataruk.
¿Cómo fue la primera batalla?
La escena, ocurrida a orillas del lago Turkana, debió ser dantesca. Junto al agua, un pequeño grupo de cazadores-recolectores en el que había hombres, mujeres y niños disfrutaba de un buen emplazamiento. Tenían acceso a los peces del lago y a los animales que iban a beber a la orilla. Comida en abundancia. De pronto les sorprendieron los atacantes.
“Fue un ataque planificado”, explica por correo electrónico desde Kenia Marta Mirazón Lahr, antropóloga argentina de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y primera autora de la investigación. “Llevaban armas que no hubieron llevado habitualmente para cazar o para pescar”.
Lanzaron un primer ataque desde la distancia con flechas. Apuntaron a la cabeza de los hombres. Las puntas de flecha que se han encontrado clavadas en dos de las víctimas están hechas de obsidiana, un mineral que no se encuentra en la zona del lago Turkana, lo que invita a pensar que los atacantes venían de otra región.
Después de disparar las flechas, se acercaron para matar al resto del grupo. Llevaban dos tipos de palos distintos, unos largos y otros más cortos, y un arma afilada capaz de causar cortes profundos en un combate cuerpo a cuerpo.
Quedaron dispersos en un área algo mayor que un campo de fútbol, algunos boca arriba, otros boca abajo, sin la cabeza orientada en ninguna dirección en particular. “La posición de los esqueletos indica que les encontramos allí donde murieron”. A dos les rompieron ambas rodillas, posiblemente antes de morir. Otro esqueleto presenta múltiples fracturas en la mano derecha. Otro, fracturas en las costillas.
Objeciones
Juan José Ibáñez, arqueólogo del CSIC, ha investigado en Siria casos rituales de violencia hace más de 10.000 años. El experto ofrece una opinión independiente del hallazgo. “Encuentro que es un estudio muy interesante y bien realizado, aunque no estoy de acuerdo con la interpretación”, explica.
Las pruebas de violencia en la Prehistoria son prácticamente nulas, recuerda. La clave aquí es si los cuerpos fueron enterrados, lo que diferenciaría este hallazgo de Jebel Sahaba, en Sudán, donde los muertos sí fueron sepultados. Esto es importante para saber si se trata de una matanza entre grupos rivales o de enfrentamientos más habituales y continuados.
En opinión de Ibáñez, no hay pruebas suficientes de que en Nataruk no haya tumbas y puede ser que simplemente los restos no se hayan conservado. “Sería muy difícil justificar por qué se conservaron los cadáveres en posición primaria y articulados si quedaron abandonados en superficie, a merced de las alimañas y de los elementos”, resalta. “Además, la posición de los cuerpos refleja que estos se depositaron buscando una regularidad, posiciones decúbito supino o prono, piernas flexionadas, extremidades en simetría al eje del cuerpo, que no son compatibles con el abandono de los cuerpos después de una matanza”, destaca. “Por tanto”, continúa, “, me parece un hallazgo de suma importancia que refleja que la violencia fue un elemento importante entre los grupos humanos en los inicios del Holoceno, pero utilizar el concepto guerra no queda claramente justificado”.
Imagen portada: Shutterstock
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