En sus propias palabras: «Tenía la voz ronca y fuerte, y todo el cuerpo cubierto de vello, por lo que al verme las comadronas creyeron que era un niño», escribió así en su autobiografía Cristina I de Suecia (1626-1689).
Ciertamente no era una mujer agraciada, sino más bien gruesa y algo hombruna, sin embargo esto no la traumatizó porque no le atraían las joyas, vestidos ni demás aficiones «femeninas». En cambio le gustaba la caza, la esgrima y llevar ropa cómoda, incluidas las capas masculinas de la época.
Cristina fue una reina intelectual amante de la lectura. También se hizo mecenas de la cultura y coleccionista de arte en los años que pasó en Roma. Nunca se casó y renunció al trono en favor de su primo.
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