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Horrores Humanos: Crisis de los rehenes en Irán, 444 días que cambiaron el mundo

Horrores Humanos: Crisis de los rehenes en Irán, 444 días que cambiaron el mundo

Un grupo de estudiantes islamistas irrumpió en la embajada estadounidense en Teherán el 4 de noviembre de 1979, reteniendo a 52 rehenes durante 444 días. Esta crisis marcó el inicio de una enemistad que aún perdura entre Estados Unidos e Irán, desencadenó la caída de un presidente y reveló al mundo las tensiones que emergen cuando la revolución y la política internacional chocan violentamente.

El día que todo cambió

Era una mañana como cualquier otra en Teherán. O al menos eso creían los diplomáticos estadounidenses que trabajaban en la embajada de Estados Unidos en la capital iraní. Pero el 4 de noviembre de 1979 se convertiría en una fecha que ninguno de ellos olvidaría jamás.

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Sin previo aviso, cientos de estudiantes islamistas, alrededor de 500, rodearon el complejo diplomático. Las consignas eran claras: «Jomeini lucha, Carter tiembla» y «Muerte a Estados Unidos». La tensión en las calles de Irán había estado creciendo durante meses, alimentada por el fuego de una revolución que apenas nueve meses atrás había derrocado al último sha del país.

El asalto fue brutal. Los manifestantes superaron a los guardias de seguridad, apenas 13 marines custodiaban el recinto, y se adentraron en el edificio consular. En cuestión de minutos, 66 estadounidenses fueron tomados como rehenes. Algunos lograron escapar por la puerta trasera; seis de ellos encontrarían refugio en la embajada de Canadá, protagonizando otra historia que años después Hollywood llevaría al cine con la película Argo. Pero para los que quedaron atrapados, comenzaba un calvario que se extendería por 444 días interminables.

Los captores se autodenominaban «Estudiantes musulmanes seguidores de la línea del Imam», en referencia al líder supremo de la revolución, el ayatolá Ruhollah Jomeini. Su exigencia era clara y no admitía negociación: querían que Estados Unidos extraditara al depuesto sha Mohammad Reza Pahleví, quien se encontraba en territorio estadounidense recibiendo tratamiento médico contra el cáncer que lo consumía.

Estudiantes iraníes asaltando la Embajada de Estados Unidos en Teherán el 4 de noviembre de 1979

Un nido de espías en el corazón de Teherán

Para entender esta crisis hay que retroceder un poco en el tiempo. Irán había sido durante décadas un aliado incondicional de Estados Unidos en Medio Oriente. Mohammad Reza Pahleví, el sha que gobernó desde 1941, había implementado un programa de modernización acelerada con apoyo occidental. Pero su gobierno autoritario, las violaciones a los derechos humanos y la creciente represión por parte de su aparato de seguridad, la temida SAVAK, habían generado un profundo resentimiento entre la población.

En 1979, una revolución liderada por el ayatolá Jomeini desde su exilio en París logró lo impensable: derrocar a la monarquía e instaurar una república islámica. El sha huyó del país el 16 de enero de ese año, buscando refugio primero en Egipto, luego en Marruecos, y finalmente en Estados Unidos. Su llegada a Nueva York el 22 de octubre para recibir tratamiento médico fue la gota que derramó el vaso.

Los estudiantes que tomaron la embajada no la veían como una simple sede diplomática. La llamaban «el nido de espías», convencidos de que desde allí Estados Unidos conspiraba contra la recién nacida revolución islámica. Y el hecho es que tenían algunos motivos para sospechar: apenas 26 años antes, en 1953, la CIA había orquestado un golpe de Estado que derrocó al primer ministro Mohammad Mosadegh, quien había nacionalizado la industria petrolera iraní.

El propio ayatolá Jomeini respaldó públicamente la toma de la embajada. El 5 de noviembre, apenas un día después del asalto, calificó a Estados Unidos como «el Gran Satán» y a la embajada como un «centro de conspiración y espionaje». Su apoyo a los estudiantes fue categórico: consideró la ocupación como «una revolución aún mayor que la primera».

Dos rehenes estadounidenses durante el asedio a la Embajada de Estados Unidos.

El cautiverio: 444 días de terror psicológico

Los rehenes fueron exhibidos con los ojos vendados ante las cámaras de televisión y la población local. Las imágenes recorrieron el mundo, generando indignación en Estados Unidos y celebración en las calles de Teherán. «A veces traían una bandera estadounidense y la quemaban, la ponían en llamas y luego la arrojaban entre la multitud», recordaría años después el fotógrafo iraní Kaveh Kazemi, testigo directo de aquellos días.

Además, el trato hacia los cautivos variaba según las circunstancias. Algunos fueron liberados en las primeras semanas: el 20 de noviembre de 1979, trece rehenes, mujeres y afroamericanos, fueron puestos en libertad por considerarlos «minorías oprimidas». Pero los 52 restantes permanecieron en cautiverio, dispersados por todo el territorio iraní para frustrar cualquier intento de rescate masivo.

El miedo era constante. «Tenía el miedo dentro de mí, me aterraba la idea de morir y sentía un profundo miedo a lo desconocido», confesaría uno de los rehenes. Las condiciones de detención incluían interrogatorios, amenazas y aislamiento psicológico. En ocasiones, grupos armados y enmascarados despertaban a los cautivos en mitad de la noche y los hacían alinearse contra la pared, sin saber si ese sería su último momento.

La operación Garra de Águila: un fracaso en el desierto

El presidente Jimmy Carter se encontraba bajo una enorme presión. La crisis dominaba los titulares día tras día, y la opinión pública estadounidense exigía una respuesta contundente. Después de agotar las vías diplomáticas, que incluían sanciones económicas, congelamiento de activos iraníes y la expulsión de diplomáticos, Carter autorizó lo impensable: una operación militar de rescate.

El 24 de abril de 1980, la operación Garra de Águila (Eagle Claw) se puso en marcha. El plan era complejo: ocho helicópteros RH-53 Sea Stallion despegarían desde el portaaviones Nimitz en el golfo pérsico y volarían hasta un punto de encuentro en el desierto iraní, conocido como Desierto Uno, donde se reunirían con aviones de transporte C-130. Desde allí, las fuerzas especiales viajarían hasta Teherán para rescatar a los rehenes.

Pero todo salió terriblemente mal. Una tormenta de arena no anticipada golpeó a los helicópteros en pleno vuelo, dejando solo cinco de ocho operativos, por debajo del mínimo de seis considerado necesario. La confusión reinaba en Desierto Uno: no estaba claro quién mandaba, los oficiales no llevaban distintivos y la tormenta de arena impedía la visibilidad.

Entonces ocurrió lo peor. Durante la retirada, uno de los helicópteros colisionó con un avión de transporte C-130 Hercules. La explosión fue devastadora: ocho soldados estadounidenses murieron en el desierto de Tabas. Los iraníes recuperaron los cuerpos y los exhibieron ante las cámaras, mostrándolos en televisión nacional como trofeo de su victoria sobre el «Gran Satán».

El fracaso de la operación fue una humillación para Estados Unidos y selló prácticamente el destino político de Carter. El ayatolá Jomeini advirtió que no lo intentara otra vez, asegurando que no podría controlar a los militantes si había un segundo rescate.

El final del calvario

La muerte del sha en El Cairo el 27 de julio de 1980 eliminó la principal demanda de los captores. Además, en septiembre de ese mismo año, Irak invadió Irán, iniciando una guerra que duraría ocho años. De pronto, el gobierno revolucionario necesitaba recursos y tenía otros enemigos más inmediatos que enfrentar.

Las negociaciones se reanudaron con renovada intensidad. Argelia actuó como mediador entre ambas naciones. Finalmente, el 19 de enero de 1981, Estados Unidos e Irán firmaron los Acuerdos de Argel. El trato incluía: Estados Unidos se comprometía a no intervenir en los asuntos internos de Irán, levantaría las sanciones económicas, descongelaría los activos iraníes en bancos estadounidenses y permitiría que se cumplieran las sentencias sobre la transferencia de propiedades del difunto sha.

El desenlace tuvo un simbolismo casi poético. El 20 de enero de 1981, minutos después de que Ronald Reagan jurara como el 40° presidente de Estados Unidos, derrotando a Carter en las elecciones de noviembre de 1980, los 52 rehenes fueron liberados, ninguno murió durante su cautiverio. Mientras Carter volaba de regreso a Georgia como ciudadano común, los antiguos cautivos abordaban un avión desde Teherán hacia Alemania, y de ahí a Washington, donde fueron recibidos como héroes nacionales.

La crisis había durado exactamente 444 días.

Los rehenes desembarcan del Freedom One , un avión Boeing C-137 Stratoliner de la Fuerza Aérea, a su regreso.

El legado de la toma

Las consecuencias de aquellos 444 días se extienden hasta nuestros días. Estados Unidos e Irán rompieron relaciones diplomáticas el 7 de abril de 1980, y esas relaciones nunca se han restablecido. La antigua embajada estadounidense en Teherán fue reconvertida en un museo llamado «Museo 13 de Aban», la fecha iraní de la toma, también conocido como el «Nido de Espías». En sus paredes, murales muestran calaveras en lugar de estrellas en la bandera estadounidense y consignas de «Abajo Estados Unidos».

Cada 4 de noviembre, Irán conmemora el aniversario de la toma con manifestaciones masivas donde se escuchan los cánticos de «Muerte a Estados Unidos» y «Muerte a Israel». Es el Día Nacional de la Lucha contra la Arrogancia Global.

Para Estados Unidos, la crisis marcó un antes y un después en su percepción de Medio Oriente. El fracaso de Carter contribuyó significativamente a su derrota electoral, aunque muchos analistas coinciden en que el verdadero problema fue la combinación de la crisis de los rehenes con una economía en crisis, con inflación cercana al 17% y largas colas en las estaciones de gasolina.

Los protagonistas de aquella historia siguieron caminos diversos. Algunos de los estudiantes que tomaron la embajada alcanzaron posiciones importantes en la República Islámica: Abbas Abdi se convirtió en un influyente editor y defensor del movimiento reformista en los años 90, mientras que Masumeh Ebtekar, la portavoz del grupo durante el secuestro, llegó a ser la primera mujer vicepresidenta de Irán en 1997.

Más allá de los titulares

Lo que comenzó como una protesta estudiantil se transformó en una crisis internacional que redefinió las relaciones entre Oriente y Occidente. La toma de la embajada no fue solo el secuestro de 52 personas; fue el choque violento entre dos visiones del mundo, entre el pasado imperial de Irán y su futuro teocrático, entre la hegemonía estadounidense y el nacionalismo revolucionario.

Hoy, más de cuatro décadas después, las heridas siguen abiertas. El líder supremo de Irán, Ali Jamenei, ha reiterado que la diferencia entre la República Islámica y Estados Unidos es «una diferencia esencial, un conflicto inherente de intereses entre dos corrientes opuestas». Y cada año, cuando llega el 4 de noviembre, las calles de Teherán se llenan nuevamente de manifestantes que recuerdan aquel día en que un grupo de estudiantes desafió al país más poderoso del mundo.

Los 444 días de de horror que vivieron los rehenes cambiaron muchas cosas: derribaron a un presidente, consolidaron una revolución y construyeron un muro de desconfianza que parece imposible de derribar. Pero sobre todo, recordaron al mundo una lección que la historia ha enseñado una y otra vez: que cuando las pasiones políticas y religiosas se desatan, las consecuencias pueden extenderse durante generaciones.

Con información de Wikipedia / History / ABC / Britannica / CNN / PBS

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