Por Daniel Colombo | La naturaleza humana es compleja y está en constante evolución. Desde la psicología y las neurociencias, sabemos que la capacidad para cambiar nuestras opiniones y percepciones no es solo una característica humana, sino también una necesidad evolutiva.
Por lo general, cuando una persona se contradice respecto a sus dichos o actos anteriores, se la castiga o denosta, con la excusa de que debería ser coherente. Lo que sucede es que la vida es dinámica, por lo que pensar que una persona es estanca e inamovible, sería inviable.
Si bien, consciente o inconscientemente, tenemos valores y posiciones que pueden ser rectoras de nuestros comportamientos, eso no significa que no se puedan modificar con el correr de los años.
Las personas cambiamos permanentemente por una razón evolutiva de la especie; esto implica no sólo los aspectos físicos, sino psicológicos, como la mentalidad y los pensamientos. Y hay varias las razones detrás de por qué, a pesar de esta necesidad de adaptabilidad, las contradicciones en nuestras creencias y opiniones a menudo son vistas con escepticismo o incluso castigadas por la sociedad.
A través de la lente de la neuroplasticidad cerebral, la función plástica del cerebro es como se adapta y evoluciona, y es lo que nos permite reconsiderar y modificar nuestras perspectivas ante nuevos conocimientos, experiencias o puntos de vista diferentes del pasado.
3 motivos por los que se castigan las contradicciones
Hay al menos tres motivos por los que, socialmente, se castigan las contradicciones en las personas:
- Búsqueda de coherencia: La psicología cognitiva sugiere que las personas tienen un fuerte deseo de coherencia en sus creencias y actitudes. Cuando alguien cambia de opinión, puede percibirse como una amenaza a esa coherencia, provocando una respuesta negativa en los demás.
- Resistencia al cambio: Las neurociencias han demostrado que los humanos están naturalmente inclinados a resistirse al cambio. Este fenómeno, conocido como sesgo de confirmación, nos lleva a favorecer la información que confirma nuestras creencias preexistentes, rechazando aquella que las contradice.
- Miedo a lo desconocido: Cambiar de opinión implica adentrarse en territorio desconocido. Desde una perspectiva evolutiva, lo desconocido a menudo se asocia con el peligro, lo que puede explicar por qué las sociedades y comunidades castigan la contradicción, como mecanismo de protección contra la incertidumbre.
5 ideas para aceptar las contradicciones
- Reflexión continua: Mantener un diálogo interno con profundidad, te ayudará a conocerte mejor, a razonar y hasta a argumentar con mayor consistencia si decides cambiar de opiniones o posturas.
- Empatía y escucha activa: Practicar la empatía y la escucha activa para comprender las perspectivas de los demás enriquece nuestro punto de vista, y también ayuda a comunicar nuestros cambios de opinión de manera más efectiva.
- Flexibilidad cognitiva: Es fundamental aprender a desarrollar la capacidad de adaptarnos a nuevas situaciones e ideas sin perder nuestra esencia; porque contradecirse no significa dejar de ser quién eres, sino seguir siéndolo, y pensar distinto en ciertos aspectos. Esto se logra a través del fortalecimiento de la neuroplasticidad cerebral, permitiéndonos ser coherentes con lo que pensamos, decimos, sentimos y hacemos, incluso en medio del cambio.
- Desafía tus creencias: De vez en cuando piensa en esas ideas inamovibles que rigen tu vida. ¿Hay algo que ya no te hace sentido? ¿Te sientes obligado a permanecer allí? Puedes cambiar.
- Descubre dónde ‘desafinas’ en tu coherencia. Posiblemente haya situaciones y personas que “hacen que salten tus fichas internas”, desordenando el rompecabezas de la coherencia y fomentando las contradicciones. Si es tu caso, verifica qué te sucede emocionalmente, y de qué forma actúas frente a estos estímulos. Lo importante es enfocarte en tu emoción, y no en las demás personas o sus acciones. Recuerda que los cambios siempre empiezan por ti, de adentro hacia fuera.
La contradicción no debe verse como un fallo, sino como una manifestación de nuestro crecimiento y evolución personal. Al igual que nuestra piel se regenera una vez al mes y nuestros órganos se renuevan cada tres meses aproximadamente, nuestras ideas y creencias también están destinadas a evolucionar. Este proceso de transformación continua es, en esencia, lo que nos hace profundamente humanos.
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