Cleopatra, la mítica reina egipcia, le debe buena parte de su fama al hecho de haber rendido a sus pies a dos de los hombres más poderosos de Roma: Julio César y Marco Antonio. Con este último la monarca tuvo un fervoroso romance, que acabaría fatídicamente en el año 31 a. C. Conoce acá la historia completa de los amantes de Cleopatra.
Cleopatra y las luchas por el poder
La historia nos ha enseñado que Cleopatra tenía una claro gusto por los hombres de poder, pero en realidad esa predilección resultaba muy conveniente en un mundo en el que reyes y generales se la pasaban matándose entre sí, para ver quién se convertía en el regente definitivo.
Desde muy joven, Cleopatra se vio llevada a lidiar con las conspiraciones que abundan entre los poderosos.
La popular reina nació en el año 69 a. C., hija de una madre desconocida y del faraón Ptolomeo XII. A la edad de 11 acompaña a su padre al exilio, para escapar al augurio mortal que el estallido de una rebelión política había traído consigo.
Dicha rebelión le permitió a Berenice IV, hermana mayor de Cleopatra, ocupar el trono. En verdad, parece que en este caso la lucha por el poder no estaba solo alimentada por la ambición de algunos miembros de la familia real.
Por aquellos días, los lacayos del faraón miraban con recelo cómo este no le ponía obstáculos al intervencionismo de Roma; imperio del que Egipto era un Estado cliente. Sin contar con que las medidas económicas que Ptolomeo XII adoptaba solo servían para aumentar la miseria del pueblo egipcio.
En su escape, Ptolomeo XII y su séquito pasan por Atenas. En esta ciudad Cleopatra empieza a estudiar filosofía griega (anteriormente, en Alejandría, ya había aprendido griego –que consideraba su lengua materna-, latín, egipcio, y varios otros idiomas). Esta instrucción hará de Cleopatra un oponente de cuidado.
Luego el faraón se instala en Roma un año. Durante ese tiempo un importante general romano, a sabiendas de que con Ptolomeo la sumisión de Egipto estaba asegurada, propicia una campaña militar para restituir al faraón en el trono.
Entre quienes se suman a la incursión está un joven capitán llamado Marco Antonio.
Amor a primera vista
Durante la incursión a Egipto, Marco Antonio conoce, aunque solo de vista, a Cleopatra. La belleza de la joven, de apenas 14 años, lo sorprende mucho, pero por el momento nada pasa. La guerra, la afición predilecta de Marco Antonio, ocupará todavía el centro de su existencia por algunos años más.
Mientras Antonio lleva la guerra a distintas partes del mundo –ganando siempre-, este establece una estrecha amistad con un brillante general romano, que está convencido de que Roma merece ser salvada de la corrupta clase política que la dirige. Se trata de Julio César; personaje que jugará un papel central en la vida de Antonio y Cleopatra.
Un hombre audaz
Para lograr su reforma, Julio César alteró las reglas del juego político de Roma.
Aisló en el Senado romano a los aristócratas conservadores, uniendo detrás de su estela a la burguesía de Roma y a las clases populares. Con estos dos bandos apoyándolo, César alcanzó el cargo de cónsul (puesto político de mayor relevancia durante la república) en el 59 a. C.
Por el año que le tocaba gobernar, el audaz cónsul desbarató las prebendas tradicionales de la aristocracia. Las leyes que el Senado le rechazó, logró aprobarlas a través de las asambleas populares (demostrando así que era posible legislar sin el Senado).
Para prevenir futuras represalias, antes de finiquitar su mandato César se nombró a sí mismo regente de la Galia Cisalpina (actual Francia). Se trataba de un territorio lleno de tribus celtas, consideradas como bárbaras, del que Roma tenía control solo sobre una pequeña porción, ubicada al norte de Italia.
Debido a la desproporción numérica entre legionarios romanos y guerreros galos, a Julio César le tomó siete años conquistar toda la Galia. Pero una vez que lo logró, reforzó a sus filas con galos y marchó hacia Roma.
En la capital un ejército liderado por los conservadores amenazaba con hacerle frente; era el 51 a. C.
Rescatada por Julio César
Ese mismo año, el padre de Cleopatra muere. Como última voluntad, el faraón dispone que su hijo, Ptolomeo XIII y su hermana se casen y gobiernen como corregentes. Pero Eponio, el consejero principal de la corte, le sugirió al príncipe otra cosa: encerrar a Cleopatra y gobernar solo. Así ocurrió.
En el 48 a. C. la guerra había llevado a Julio César y a Pompeyo, líder de los conservadores, a África. Previamente, en Grecia, ambos bandos habían chocado en la batalla de Farsalia; allí César obtuvo una victoria aplastante. Pompeyo, en un desesperado intento por reforzar su diezmado ejército, se replegó hacia Egipto.
No obstante, César no pudo volver a enfrentarse con su oponente, ya que este fue asesinado en los dominios de Ptolomeo XIII, por órdenes de este. El asesinato (planeado presumiblemente por Potino) debía ser una ofrenda para Julio César, que ya se empezaba a perfilarse como el conquistador definitivo de Roma.
Pero al hábil general aquella muerte a traición debió parecerle una ofensa, antes que un favor.
Aparte, el nuevo Ptolomeo –que al igual que su padre había demostrado ser un faraón disoluto– había llevado al reino al borde del caos. Todo esto motivó a César a conocer a la otra heredera legítima al trono, la reina cautiva Cleopatra.
Cabe suponer que los encantos de Cleopatra, su belleza exótica y su habilidad para mantener conversaciones cultas, debieron causar una profunda impresión en Julio César, ya que este no solo le devolvió el trono, sino que además eliminó a Potino, y se quedó nueve meses en Egipto, como amante de la reina.
Fruto de este tiempo les nació un hijo, que Cleopatra, quizá para dejar en claro la paternidad, decidió llamar Cesarión.
Asesinato de Julio César
Transcurrido un año de la estadía africana, los soldados de César se sublevaron, porque ya corría en la tropa el rumor de que Cleopatra había convencido a su amante de quedarse en Egipto, como un autoproclamado rey del mediterráneo.
La reacción de sus soldados despertó en Julio César de nuevo el interés por salvar a Roma, y hacia ella se dirigió, llevando consigo a Cleopatra y al hijo recién nacido. Tres años permanecería la reina egipcia en Roma, hasta el momento en que César, durante las Idus de marzo, fuera asesinado. Corría el año 44 a. C.
Aunque la unión de César con una monarca africana no eran muy bien vista por los romanos, pues servía para alimentar el rumor peligroso de que el astuto general pensaba trasladar la capital del imperio a Alejandría, lo cierto es que mientras César vivió, nadie se atrevió a hacer nada contra Cleopatra.
Fuera César del juego político, Cleopatra entendió que tanto ella como su hijo corrían peligro, así que sin pensarlo dos veces volvió a Egipto. Mientras, los conspiradores y Antonio (que había fallado en evitar la muerte de su amigo) negociaban cuál iba a ser el destino de Roma.
Antonio pensaba dirigir Roma, porque se suponía ya el heredero político de su amigo. Pero se equivocaba. Lo entendió durante la lectura del testamento de César.
Este, que no había dejado hijos legítimos, adoptaba a Octavio, un sobrino suyo de 17 años, convirtiéndolo así en el nuevo representante de su legado.
Octavio era joven pero había acompañado a su tío en un par de campañas militares y había aprendido con él mucho de estrategia y de dominio político.
El heredero era además frío, parco y calculador, cualidades que lo convertían en un antagonista obvio para los intereses Marco Antonio.
El juicio a Cleopatra por Antonio
Ya que los organizadores de la conjura contra César se habían apertrechado como gobernadores en diversas provincias del imperio, y contaban con sus ejércitos, Octavio y Antonio entendieron que era necesario deshacerse primero de ellos, antes de luchar entre sí por el control de Roma.
En el tránsito de esta lucha el imperio fue dividido, por el momento, en tres partes. Octavio se quedó por los territorios europeos, Antonio con Grecia, Egipto y Oriente Medio, y Lépido, uno de los más intrépidos lugartenientes de César, obtuvo África.
Como gobernante, la primera medida que Antonio tomó fue llamar a Cleopatra, para hacerla comparecer en un juicio donde ella sería la acusada. ¿Bajo qué cargo? El de haber financiado el complot contra César. A Tarso (actual Turquía) llegó Cleopatra el día convenido, pero con una idea muy diferente del papel que jugaría.
La Cleopatra que Antonio pensaba enjuiciar en el 41 a. C., era ya una mujer de 29 años, que había recorrido medio mundo, y que había observado bien de cerca, gracias a Julio César, el entramado de pasiones que palpita dentro del corazón de los hombres poderosos.
Antes de acudir a su juicio, la reina invitó a Antonio a cenar. Para el postre, un Antonio demasiado enamorado, ya le había regalado a la supuesta cautiva los territorios de Chipre, Fenicia y pedazos importantes de Arabia y Palestina. El conquistador había sido conquistado.
Los amores de Antonio y Cleopatra
Después del juicio fallido, Antonio permanece un año estacionado en Alejandría. Cleopatra y Oriente resultan ser una trampa de arena para el (en otra época) feroz guerrero, ya que a medida que el tiempo avanza, este se va hundiendo cada vez más en los encantos de su compañera y en el sopor de una tierra que quema y aturde.
La muerte de Fulvia en el 40 a.C., la esposa legítima de Antonio, y el matrimonio arreglado de este con Octavia, la hermana de Octavio, representan la última oportunidad de Antonio para lograr una tregua con el heredero de César. Pero aquel pronto se harta de su papel de buen marido y parte a hacer la guerra en Oriente.
En el año 37 a. C., Antonio se reencuentra con Cleopatra, y de ahí en adelante los dos compartirán ya un solo y mismo destino. Cierto que la reina egipcia tiene sus reparos en torno a la campaña en Oriente próximo con la que su general romano sueña, pero aun así lo acompaña.
Las Guerras Párticas, fueron, en efecto, un desastre para Antonio. Este, en el 33 a. C. vuelve otra vez a Alejandría. Del entre el cúmulo de derrotas que carga a cuestas, rescata una victoria minúscula: la lograda en Armenia.
Con tal excusa, Antonio ordenó que se emprendiesen celebraciones y borracheras a su salud.
El final de los amantes
Frío en sus cavilaciones y con sed de gobernar el imperio en solitario, Octavio ha estado todo este tiempo esperando a que los festejos continuos socaven el carácter de Antonio. En el 32 a. C., este le demanda el divorcio a Octavia, para casarse con Cleopatra. Es la señal que Octavio necesitaba para atacar.
Un año después el choque definitivo tuvo lugar en Grecia; fue la batalla de Accio. Se trató de un enfrentamiento marítimo, en el que la flota de Octavio puso en fuga a lo que quedó de la de Antonio y Cleopatra.
Más tarde, ya encerrado en Alejandría, solo y sin aliados, Antonio quiso oponer una postrera resistencia a Octavio. Pero la noticia (falsa) de que Cleopatra había muerto durante el asedio a la ciudad le hizo optar por el suicidio, eso sí, a la manera romana: inmolándose con el filo de su espada.
Luego, al enterarse de que su querida estaba bien, el moribundo se hizo trasladar hasta donde Cleopatra. Allí Antonio murió en brazos de quien más amaba. Sabiéndose perdida, y despreciada por Octavio, poco después Cleopatra hizo que una serpiente venenosa la mordiera en el pecho.
Shakespare, buen conocedor de la historia de la antigüedad clásica, le dedicó en 1607 una tragedia teatral a los dos legendarios personajes, titulada precisamente Antonio y Cleopatra.
En la obra, el dramaturgo reconstruye la fuerza del sentimiento que albergaron estos amantes, en un genial diálogo en el que Antonio, luego de haber sido interrogado varias veces por Cleopatra, por el tamaño de su afecto por ella, termina diciendo que para medir su amor haría falta hallar “nuevo cielo y nueva tierra”.
Con información de: National Geographic / Shakespeare Obra / Wikipedia
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