Las ballenas son los animales más majestuosos que habitan los océanos. Además, son muy inteligentes y sociales. Esto nos ha llevado a considerarlas especies icónicas en la lucha por la protección del medio marino.
En 1986 se prohibió su caza, una práctica que pone en riesgo la existencia de estas especies para las generaciones futuras.
Como alternativa nace el turismo de avistamiento de cetáceos en su medio natural, una actividad que genera más de 2 000 millones de dolares anuales y se desarrolla en más de 100 países. Alrededor de 15 millones de personas la disfrutan al año.
Experiencia invasiva
Sin embargo, la forma en que se gestiona este entretenimiento puede ser muy peligrosa. Por ejemplo, cuando no se cumple con las regulaciones sobre la distancia mínima, las ballenas se estresan y reducen su tiempo de descanso o alimentación.
Asimismo, el ruido de los barcos hace que se desorienten. Esto sucede especialmente en los destinos más populares, donde la actividad se realiza de forma masiva.
Por eso, los impactos negativos de avistar cetáceos exigen urgentemente un replanteamiento de su sostenibilidad como actividad ecoturística.
En un estudio reciente, hemos analizado el perfil de los turistas que son más exigentes y cuáles de sus demandas ponen en riesgo la protección y conservación de las especies. El trabajo involucró a visitantes que avistaron cetáceos en las Islas Canarias (España), Madeira y Azores (Portugal).
Los resultados apuntan a que sus exigencias variaban según la isla que visitaron, la motivación principal del viaje, el grupo con el que viajaron y lo que gastaron, su nivel de renta y si pertenecían o no a una asociación ambiental.
Más del 50 % de los turistas declararon que era la primera vez que lo hacían y que la experiencia no estaba en sus planes originales de viaje. Más bien su motivación provenía de haber recibido información en un folleto turístico.
Cuidado con los folletos turísticos
El estudio enfatiza que ser un observador ?fortuito?, unido a la falta de conocimiento previo sobre la actividad, son aspectos que caracterizan a los viajeros más exigentes.
Sus peticiones se concentran en ver ballenas muy de cerca o realizando comportamientos espectaculares. Estos deseos pueden verse reforzados por lo que se anuncia en los folletos ?una gran ballena saltando?, lo que genera expectativas poco realistas y pone en riesgo el verdadero valor educativo de la actividad.
Por su parte, los usuarios que ya habían tenido experiencias similares previas mostraron un comportamiento menos exigente, concentrando sus expectativas en los aspectos educativos, la seguridad del barco o la calidad de la interpretación.
Es fundamental que los operadores sean ?conservadores? con la información que muestran en los folletos. Esto ayudará a moderar las expectativas de sus clientes y sus consiguientes demandas y deseos.
Los niños, grandes aliados
El uso de la tecnología también podría ayudar a ofrecer una experiencia turística más responsable, a la vez que reduce los impactos en el medio marino.
Por ejemplo, con los hidrófonos ?sistemas de localización? se podría tanto reducir el tiempo de navegación como escuchar el canto de las ballenas. Esta conexión sensorial podría hacer que la experiencia sea más emotiva y exitosa desde el punto de vista educativo.
Por último, el estudio resalta el papel de los niños como elemento decisivo en las exigencias de los padres con la experiencia turística, por ejemplo, con la comida, la duración de la actividad, el contenido educativo, etc.
Si los operadores prestan más atención a los intereses infantiles y logran influir en sus demandas informándoles de manera lúdica sobre los impactos de las malas prácticas, esto hará que los niños se conviertan en centinelas de la protección de las ballenas.
Además, si su experiencia con la actividad es altamente positiva, por ende, lo será también la de sus progenitores.
Normativa y sanciones
Existen diferentes leyes, decretos y normativas que regulan la actividad de observación de cetáceos en los diferentes destinos, así como guías de buenas prácticas para realizar correctamente las maniobras de aproximación.
Por ejemplo, en España, la distancia mínima de observación permitida es de 60 metros, aunque aumenta a 100 metros en el caso de cetáceos mayores de 5 metros, como las ballenas azules, jorobadas o cachalotes. Si los animales estuvieran alimentándose, cazando o fuera temporada de reproducción, esta distancia se incrementará hasta los 300 metros.
El régimen sancionador nacional español está enmarcado en la Ley 42/2007, de 13 de diciembre, del Patrimonio Natural, que establece multas de entre 1 501 y 30 000 euros por malas prácticas, incluso la posibilidad de suspender temporal o permanentemente la actividad.
La ausencia de licencias, distintivos, señales, medidas de seguridad y negarse a una inspección o comprobación técnica también se consideran infracciones sancionables.
En otros lugares, como Madeira y Azores (Portugal), la distancia mínima para observar cetáceos debe ser de 50 metros. En Azores, la regulación establece que las embarcaciones deberán permanecer a más de 500 metros de un animal o grupo si éstos están descansando o las hembras durante el momento del parto. Los barcos tampoco podrán acercarse a las ballenas a menos de 100 metros si están solas en superficie o si son crías.
Mientras, en México, la norma de observación de ballenas permite una distancia mínima de 60 metros para las embarcaciones autorizadas y de 240 metros para las que no tienen autorización.
También está el ejemplo de Australia, donde la normativa es aún más estricta. Así, en la zona de precaución ?área que rodea al cetáceo en la que los barcos deben navegar muy lentamente ? la distancia mínima de acercamiento a las ballenas será de 300 metros y a los delfines de 150 metros. En el área circundante, por su parte, los barcos no podrán estar a menos de 100 metros y cuando estén delante o detrás del animal, deberán guardar una distancia de seguridad de 300 metros. Con respecto a los delfines, estas distancias mínimas deberán ser de 50 y 150 metros, respectivamente.
Yen E. Lam González, Investigadora postdoctoral en Economía Aplicada, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria; Chaitanya Suárez Rojas, Investigadora posdoctoral en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y CERE – Centre for Environmental and Resource Economics (Suecia), Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y Juan Carlos Martín, Catedrático de Economía Aplicada. Instituto Universitario de Turismo y Desarrollo Económico Sostenible, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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