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Aprender a fracasar será imprescindible después de la crisis

Aprender a fracasar será imprescindible después de la crisis

Ricardo Cortines Barcena, Universidad Camilo José Cela

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“La vida es lo que te pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”, le cantaba John Lennon a su hijo Sean en la canción Beautiful boy. Y así es. Estábamos nosotros planea que te planea cuando de pronto llegó un virus que nos dio con la puerta de la vida en las narices. El mundo entero se ha detenido y pasará tiempo hasta que regresemos a la normalidad. Pero, ¿volverán a ser nuestras vidas como antes? O, lo que es lo mismo, ¿y luego, qué?

Si nos centramos en el futuro económico que nos espera, inmersos como estamos en un sistema al que un virus ha puesto patas arriba, debemos concienciarnos de que para salir adelante vamos a tener que apoyarnos en una actitud proactiva, emprendedora, valiente. Muchas cosas van a cambiar y nosotros debemos cambiar con ellas. Estamos en uno de esos momentos que delimitan un antes y un después y tenemos que perder uno de los temores que más nos atenazan y condicionan nuestra vida: el miedo a fracasar.

Un cambio de mentalidad

“En Europa tenemos que construir una cultura de toma de riesgos, tener claro que el fracaso no es permanente”. Son palabras de Simone Brummelhuis, consejera del proyecto FACE (Failure Aversion Change in Europe), que se desarrolló en 2016 con el apoyo de la Comisión Europea con la intención de cambiar la mentalidad de los jóvenes europeos en torno al emprendimiento.

No es lo mismo emprender en EE UU que hacerlo en Europa. Y la razón es cultural. En EE UU existe el derecho a fracasar y el fracaso no se penaliza. Fail fast –fracasa rápido– se dice por allí en cuanto están convencidos de que para alcanzar el éxito hay que fracasar ineludiblemente.

Obligados a no fracasar

En EE UU un emprendedor que ha fracasado es alguien que tuvo el coraje de intentarlo y que luego se llevó el aprendizaje del fracaso sufrido –los fracasos se incluyen en los currículos incluso–. Pero esto no sucede en la vieja Europa, donde no solo no existe el derecho a fracasar, sino que existe, por contra, la obligación de no hacerlo, y donde el fracaso provoca miedo más que cualquier otra cosa debido a las negativas repercusiones que acarrea.

Fracaso, para empezar, es una palabra generalmente mal utilizada y si lo que queremos es cambiar el discurso oficial en torno al mismo, restarle siquiera una parte de su connotación disuasoria, tenemos que entender que fracasamos cada vez que algo no sale como esperábamos, es decir, cada vez que no conseguimos lo que pretendemos. Hablando de negocios y de emprendimiento, tan fracaso es perder 300 euros como 300 000. Que el chihuahua no deja de ser un perro porque sea chiquitito.

Más cerca del éxito

Dicho eso, tenemos que darnos cuenta, por otra parte, de que cuando se fracasa empresarialmente, si se ha tomado nota y se ha identificado el error cometido, se está más cerca de tener éxito al siguiente intento. Así lo demostró un estudio de la Universidad de Stanford realizado en 2014.

Los expertos apuntan que un emprendedor norteamericano experimenta 3,75 fracasos antes de lograr un éxito. En cambio, en España, la tasa de emprendedores es del 5 % y, de ellos, el 64 % de los que fracasan no vuelven a intentarlo.

A esto se refería seguramente Bernardo Hernández, uno de los emprendedores/inversores españoles más afamados, exdirectivo de Google y presidente de Tuenti hasta su venta a Telefónica, cuando dijo en cierta ocasión que su objetivo es crear en España un entorno profesional similar al de EEUU.

Yo pregunto: cuando un abogado en Europa pierde su primer caso, ¿deja su profesión? Me temo que no. Entonces, ¿cual es la clave? Que el emprendimiento en Europa se considera tan solo como un medio de vida alternativo y no como “el camino” a seguir.

Pero es que lo normal será fracasar la primera vez. No podemos esperar que las cosas, sin tener la experiencia suficiente para hacerlas bien, salgan bien.

Un 75 % de las startups cierran

Fernando Barciela se hacía eco en un artículo de un estudio de Harvard del año 2012 en el que se decía que el 75 % de las startups acababan cerrando –una cifra que algunas fuentes incluso aumentan–. En este sentido, Daniel Soriano, Director del Centro de Gestión de Emprendedores del IE, señala que los inversores están preparados para aceptar altas tasas de mortalidad en los proyectos en los que entran y de ahí que no duden en invertir en emprendedores que ya hayan fracasado, siendo su estrategia la de repartir las inversiones entre varios proyectos.

En San Francisco se creó incluso una conferencia dedicada al fracaso y como aprender de él para llegar al éxito, la Failcon –un evento que se ha extendido con éxito a muchos países europeos, entre ellos España–.

Un día dedicado

En Finlandia, por ejemplo, se celebra desde 2010, cada 13 de octubre, el Day for failure –Día del Fracaso– en el que empresarios, cineastas, deportistas, etc. explican las razones por las que su proyecto fracasó.

Emprender y fracasar son, ambos, consustanciales al hombre y difícilmente puede uno huir de lo que es. No quiero decir con esto que todos debamos ser emprendedores, pero si algo podemos aprender de esta pandemia que tiene arrodillado al mundo es que las adversidades suceden, lo queramos o no, y que no se trata de temerlas por el hecho de no desearlas, sino de estar preparados para cuando se presenten.

Así es como se gestiona el fracaso y como se le vence: no teniendo miedo a que suceda.

Ricardo Cortines Barcena, Profesor de Filosofía del Derecho, Universidad Camilo José Cela

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. / Imagen: Shutterstock

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