Phylindia Gant, University of Florida y Amy J. Williams, University of Florida
Supongamos que es usted un astronauta que acaba de aterrizar en el planeta Marte. ¿Qué necesitaría para sobrevivir?
Para empezar, he aquí una breve lista: agua, comida, refugio… y oxígeno.
El oxígeno está en el aire que respiramos aquí en la Tierra. Las plantas y algunos tipos de bacterias nos lo proporcionan.
Pero el oxígeno no es el único gas de la atmósfera terrestre. Ni siquiera es el más abundante. De hecho, sólo el 21 % de nuestro aire está compuesto de oxígeno. Casi todo el resto es nitrógeno, alrededor del 78 %.
Ahora se estará preguntando: si hay más nitrógeno en el aire, ¿por qué respiramos oxígeno?
Así es como funciona: técnicamente, cuando respiramos, tomamos todo lo que hay en la atmósfera. Pero nuestro cuerpo sólo utiliza el oxígeno; el resto lo eliminamos al exhalar.
El aire de Marte
La atmósfera marciana es delgada: su volumen es sólo el 1 % de la atmósfera terrestre. Dicho de otro modo, hay un 99 % menos de aire en Marte que en la Tierra.
Esto se debe en parte a que Marte tiene la mitad del tamaño de la Tierra. Su gravedad no es lo suficientemente fuerte como para evitar que los gases atmosféricos escapen al espacio.
Y el gas más abundante en el aire marciano es el dióxido de carbono. Para los habitantes de la Tierra, es un gas venenoso en altas concentraciones. Afortunadamente, constituye mucho menos del 1 % de nuestra atmósfera. Pero en Marte, ¡el dióxido de carbono supone el 96 % del aire!
Mientras tanto, Marte casi no tiene oxígeno; es sólo una décima parte del aire, no lo suficiente para que los humanos sobrevivan.
Si tratamos de respirar en la superficie de Marte sin un traje espacial que nos suministre oxígeno –mala idea– moriríamos en un instante. Nos asfixiaríamos, y debido a la baja presión atmosférica, nos herviría la sangre, ambas cosas casi al mismo tiempo.
Vida sin oxígeno
Hasta ahora, los investigadores no han encontrado ninguna evidencia de vida en Marte. Pero la búsqueda no ha hecho más que empezar; nuestras sondas robóticas apenas han arañado la superficie.
Sin duda, Marte es un entorno extremo. Y no es solo por el aire. Hay muy poca agua líquida en la superficie marciana. Las temperaturas son increíblemente frías: por la noche, son inferiores a -73℃.
Pero muchos organismos de la Tierra sobreviven en entornos extremos. Se ha encontrado vida en el hielo de la Antártida, en el fondo del océano y a kilómetros bajo la superficie de la Tierra. Muchos de esos lugares tienen temperaturas extremadamente calientes o frías, casi sin agua y poco o ningún oxígeno.
E incluso si la vida ya no existe en Marte, tal vez lo hizo hace miles de millones de años, cuando tenía una atmósfera más densa, más oxígeno, temperaturas más cálidas y cantidades significativas de agua líquida en la superficie.
Ese es uno de los objetivos de la misión Mars Perseverance de la NASA: buscar señales de vida marciana antigua. Por eso Perseverance está buscando dentro de las rocas marcianas fósiles de organismos que alguna vez vivieron: muy probablemente, formas de vida primitiva, como los microbios marcianos.
Oxígeno do-it-yourself
Entre los siete instrumentos a bordo del róver Perseverance se encuentra MOXIE, un increíble dispositivo que extrae el dióxido de carbono de la atmósfera marciana y lo convierte en oxígeno.
Si MOXIE funciona como los científicos esperan, los futuros astronautas no sólo fabricarán su propio oxígeno, sino que podrán utilizarlo como componente del combustible para cohetes que necesitarán para volar de vuelta a la Tierra. Cuanto más oxígeno puedan fabricar en Marte, menos tendrán que traer de la Tierra, y más fácil será para los visitantes ir allí. Pero incluso con el oxígeno de cosecha propia, los astronautas seguirán necesitando un traje espacial.
Ahora mismo, la NASA está trabajando en las nuevas tecnologías necesarias para enviar seres humanos a Marte. Eso podría ocurrir en la próxima década, quizás en algún momento de finales de la década de 2030.
Phylindia Gant, Ph.D. Student in Geological Sciences, University of Florida y Amy J. Williams, Assistant Professor of Geology, University of Florida
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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