En la Edad Media, los alquimistas se popularizaron como hombres que buscaban obtener conocimiento mágico y científico. Con el tiempo, la figura de Nicolás Flamel se convertiría en el arquetipo del alquimista entregado a la búsqueda de poderes que van más allá de lo humano. Conoce aquí quién fue Nicolás Flamel, y cuál es su relación con la piedra filosofal.
Un escribano peculiar
Nicolás Flamel nació en el año 1330, en Pontoise, Francia. Desde joven pasó a ser aprendiz de escribano, oficio que le permitió acceder a una amplia variedad de textos; privilegio por entonces reservado principalmente para los más económicamente pudientes (miembros de la nobleza casi siempre) y la clerecía.
Desde la temprana Edad Media, hasta los albores del siglo XIII los monjes eran los encargados de preservar el conocimiento escrito. Aislados en los monasterios, los escribanos religiosos se encargaban de transcribir las obras que la Iglesia consideraba indispensables.
Pero en el siglo XIV, el auge de universidad en Europa provocó que el oficio de la escribanía se trasladara de los claustros monacales a las principales ciudades del continente. Así en París, considerado el centro universitario más grande del momento, la profesión del escribano laico floreció.
En el ejercicio de este oficio Nicolás Flamel descubrió su inclinación por las ciencias y la cultura. Testimonio de estos intereses es el juramento que el copista prestó frente a las autoridades universitarias de París, hacia el año 1368, para convertirse en miembro del gremio de los libreros oficiales de la ciudad.
Interés por la alquimia
Trabajando como escriba y librero, Nicolás Flamel empezó a interesarse también por la alquimia, una práctica antigua y disciplina filosófica que abarca preceptos rudimentarios de metalurgia, astrología, medicina, física, arte y misticismo. La alquimia es considerada como un estadio temprano de la química.
Los alquimistas creían que todas las cosas estaban hechas con diferentes porciones de los mismos cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego. Por lo tanto, a los ojos de un alquimista, si se alteraban las proporciones constitutivas de un material, era posible obtener otro. El reto más duro era convertir el plomo en oro.
Se piensa que la alquimia permitía purificar materiales, para revelarlos en su forma más excelsa. Pero las enseñanzas de autores como Hermes Trismegisto dejan entrever que las operaciones alquímicas podrían suponer procesos espirituales para purificar el alma, que transformaciones físicas literales.
La leyenda del grimorio
Según una leyenda, hacia 1355 Nicolás Flamel se hizo con un grimorio (libro con conocimientos sobre magia alquímica), cifrado en un extraño lenguaje. Diferentes versiones sugieren que el copista pudo obtener este libro de un desconocido, que lo adquirió casualmente en una librería o que se lo dictó un ángel en sueños.
El lenguaje del libro parecía provenir de una cultura arcaica. Amparado en esta suposición, Flamel viajó a España, en donde para aquel entonces, debido a la influencia musulmana, era posible encontrar a los mejores traductores de lenguas del mundo antiguo.
Finalmente, ayudado por un rabino judío de avanzada edad, Flamel descubrió que la obra era el Aesch Mezareph, o sobre los fuegos purificadores, y que se trataba de un tratado químico cabalístico, que tenía como autor al Abraham bíblico. El rabino le enseñó a Flamel el idioma del libro, por lo que invirtió 21 años en estudiar el texto.
Se ha dicho que durante este período Nicolás Flamel logró desarrollar la piedra filosofal, una pequeña roca que, según se especula, constituye el ingrediente fundamental para crear el elixir de la vida eterna, y que además funciona para transformar los metales comunes en oro.
Regreso a París y legado escrito
Flamel regresó a París en 1382, siendo ya poseedor de una modesta fortuna. Como el origen del patrimonio económico de Flamel era desconocido, se empezó a correr el rumor de que había encontrado la forma de convertir el plomo en oro.
La especulación en torno a los poderes del supuesto alquimista aumentó aún más luego de que Flamel publicara, en 1399, el libro La exposición de figuras hieroglíficas donde explica los procesos transmutativos que estudió en España, y describe la piedra filosofal como una “roca traslúcida de color rojo”.
Tumba vacía
Nicolás Flamel murió en el año 1410 y fue enterrado en el cementerio de St. Jacques de la Bucherie. Tiempo después se intentó exhumar el cadáver, pero al momento de abrir la tumba estaba vacía. Este suceso le dio más peso a la idea de que el alquimista había en efecto encontrado el secreto de la inmortalidad.
Lo único que queda de Nicolás Flamel son sus escritos y su antigua casa en París, que resulta ser una de las más antiguas de Francia en la actualidad. Para quien desee visitar la casa se encuentra en las coordenadas parisinas de 51 rue de Montmorency, 75003.
Con información de: History / Wikipedia / Imagen de portada:
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