Ingmar Bergman nació en Uppsala, el 14 de julio de 1918. Fue un cineasta, guionista y escritor sueco, tanto de obras de teatro como de cine. Considerado uno de los directores de cine clave de la segunda mitad del siglo XX, para muchos es el director más importante de la cinematografía mundial.
Segundo hijo de un pastor luterano, Erik, y de Karin Åkerblom. El mundo metafísico de la religión influyó tanto en su niñez como en su adolescencia, su educación estuvo basada en los conceptos luteranos de «pecado, confesión, castigo, perdón y redención».
«Casi toda nuestra educación estuvo basada en conceptos como pecado, confesión, castigo, perdón y misericordia, factores concretos en las relaciones entre padres e hijos, y con Dios», escribe en sus memorias. Muchas de sus obras están inspiradas en esas relaciones. «Los castigos eran algo completamente natural, algo que jamás se cuestionaba. A veces eran rápidos y sencillos como bofetadas y azotes en las nalgas, pero también podían adoptar formas muy sofisticadas, perfeccionadas a lo largo de generaciones».
El ritual del castigo y otras anécdotas de su infancia aparecen escenificadas en una de sus mejores películas, “Fanny y Alexander”, donde Alexander es un niño de 10 años que tiene muchas cosas en común con el pequeño Bergman.
Progresivamente el joven Bergman buscó la forma de encauzar sus propios sentimientos y creencias independizándose cada vez más de los valores paternos a fin de buscar su propia identidad espiritual, pero, a lo largo de su vida, Bergman siempre mantuvo un canal abierto con su infancia.
A partir de los trece años estudió bachillerato en una escuela privada de Estocolmo, para luego licenciarse en Letras e Historia del Arte en la Universidad.
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, ya distanciado de su familia, inició su carrera como ayudante de dirección en el Teatro de la Ópera Real de Estocolmo. Afortunadamente encontró en el teatro, y luego en el cine, los dos medios más apropiados para expresar su complejo mundo interior y su potencial creativo.
No obstante, las imágenes y valores de su niñez que lo seguirían por el resto de su vida y la proximidad con el quehacer de su padre, lo habían sumergido en las cuestiones metafísicas: Dios, el Demonio, la muerte, la vida, el dolor y el amor.
Dos dramaturgos, August Strindberg y, sobre todo, Frank Nicholas Petrosinov, le influyeron e introdujeron en un mundo donde se manifestaban los grandes temas que tanto lo atraían, cargados de una atmósfera dramática, agobiante y aun desesperanzada, lo que deja una profunda huella en el espíritu del joven Bergman y una marcada influencia en su obra artística.
Su narrativa visual suele ser deliberadamente lenta, con un montaje y una secuencia de planos mesurados, esto con el fin de lograr un suficiente tiempo de reflexión entre los espectadores, aun cuando ya estén «capturados» en la historia; sin embargo tal lentitud está (como en Andrei Tarkovsky) lejos de la monotonía merced a la carga del mensaje o a la excelente marcación actoral; otra característica de su estética fílmica es la limpieza de las imágenes.
Es recurrente el hecho de que en la mayor parte de la filmografía del realizador sueco, sus personajes son atravesados por los mismos caminos en que se internan. Se trata de trayectorias que los reconducen hacia sí mismos, hacia su propia alma, hacia su propia conciencia.
Son recorridos íntimos, enigmáticos, que muchas veces se apoderan del espectador transportándolo a una experiencia estrictamente personal e inquietante, en la medida en que sus personajes realizan aquella trayectoria sobrecargada por un denso dramatismo, aquél que implica desnudar el alma humana en forma genérica.
Aquella trayectoria termina en algunos casos en la locura o en la muerte, en otros en un estado de gracia, un momento metafísico que permite a sus personajes comprender más de su realidad, una revelación que los iluminará y modificará el curso de sus vidas. En algunos casos les servirá para exorcizar, conjurar y dominar los fantasmas que perturban el alma del personaje.
Los personajes de Bergman arrastran un pesado lastre en sus mentes, en sus corazones. En general son adultos, salvo el caso del niño de El Silencio, (aunque en realidad no es el niño quien tiene el alumbramiento, sino Ester, el personaje que interpreta Ingrid Thulin). La inquietud que sienten los personajes es más o menos latente, pero progresivamente irá revelándose ante el espectador produciendo un efecto devastador.
La transmisión de esos estados de conflicto interno de sus personajes, originan historias angustiosas y lacerantes, como pocos directores de cine han podido comunicar a su público, y éste es el mayor logro del director sueco.
Dentro de su extensa filmografía se pueden distinguir varios periodos, por su temática y por su estética:
1946-1950: Aprendizaje
1951-1955: Primeras obras maestras
1957-1960: Madurez
1961-1980: Moderno
1982- : Fuera de parámetros
Entre sus películas más destacadas están:
Fresas salvajes (1957): Con una escena que ha pasado a la historia del cine, memorables interpretaciones, flashbacks no exentos de fascinación y la presencia de Ingrid Thulin y del director de cine sueco Victor Sjöström (El viento) como actor protagonista. Bergman se interna tempranamente en la meditación sobre la madurez, el sentido de la experiencia y de la vida, la filosofía de la vejez, el tiempo como (propia) incomunicación con uno mismo, y por supuesto las relaciones paterno-filiales.
La Pasión (1969): Primer film en color del realizador sueco, y uno de sus mejores trabajos, unánimemente elevada a la categoría de Obra Maestra de la cinematografía e incluso aplaudida por algunos como una de las 20 mejores películas de la historia. Drama rural de innegable belleza, contrastando parajes desoladores con una villa adinerada, que utiliza el color como elemento expresivo y -más bien- simbólico para contar una historia de amor entre un hombre rústico y humilde y una joven delicada procedente de buena familia. Sobresaliente atmósfera, una de los estudios sobre la naturaleza del ser humano más contundentes jamás rodados, e interpretaciones del cuarteto del film, Max von Sydow, Liv Ullmann, Erland Josephson y Bibi Andersson. En algunas secuencias, el film adelanta el aliento de Gritos y susurros (1972) y la opresión, luego totalmente onírica y fantasmal, de «Cara a cara» (1976).
Gritos y susurros (1972): Su estreno constituyó uno de sus mayores éxitos de crítica y público en España, y es el film de madurez más celebrado de su director en dicho país junto a Sonata de otoño (1978) y Fanny y Alexander (1982). Feroz diatriba sobre la muerte y la incomunicación, sobre el valor de la vida y las convenciones sociales siempre castradoras, es uno de esos films difíciles de olvidar.
Fanny y Alexander (1982): Cine y miniserie de la televisión sueca, el adiós oficial de su director a la gran pantalla, autobiografía y ficción, la infancia y la inocencia perdida por la fuerza, los usos sociales, la vanidad, el amor, la amistad y la familia, el mundo adinerado y del teatro, etc se dan cita en la película más reconocible y popular de Bergman para espectadores de todas las generaciones, y casi su mejor película. Sus 285 minutos en versión íntegra proporcionan al espectador un placer incomparable, ineludible, intelectual y sentimental que supone cerrar todo un ciclo en cuanto a la manera de narrar, temática y estilos, finalizando todo con una búsqueda de la esencia, de lo aprendido y de las bases de un cine que será siempre eterno.
Bergman falleció el 30 de julio de 2007 a los 89 años en la isla de Fårö, a la que se había retirado, el mismo día que falleció el director italiano Michelangelo Antonioni.
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