Jeremy Rossman, University of Kent
Mientras el número de muertos por coronavirus continúa creciendo, algunos especulan con que el aumento de la temperatura producto de la llegada de la primavera en el hemisferio norte podría demorar o incluso acabar con la propagación de la enfermedad. El presidente norteamericano Donald Trump hizo referencia a esto: “El calor, en términos generales, mata este tipo de virus”. ¿Está en lo cierto?
La idea de que la primavera puede detener la expansión de la enfermedad proviene en gran parte de la comparación con el resfriado común. En muchos aspectos el COVID-19 es como un resfriado: ambos se transmiten de formas similares (secreciones respiratorias y superficies contaminadas) y ambos causan enfermedades respiratorias típicamente leves que pueden convertirse en una neumonía potencialmente mortal.
Pero la transmisibilidad y severidad del COVID-19 son mucho mayores que la del resfriado. Y no está claro si las transmisiones del COVID-19 se verán afectas por la variación de las temperaturas estacionales.
Para la gripe, el comienzo de la primavera causa una caída significativa en los números de casos que persiste hasta el regreso de las temperaturas más bajas en otoño. Se cree que esta estacionalidad de la gripe es causada por la sensibilidad del virus a diferentes climas y por los cambios estacionales en el sistema inmune humano y en nuestros patrones de comportamiento.
Primero, el virus de la gripe parece sobrevivir mejor en climas fríos y secos, con escasez de luz ultravioleta.
Segundo, para muchos de nosotros, los días más cortos de invierno conducen a bajos niveles de Vitamina D y melatonina, lo que puede afectar el desempeño de nuestro sistema inmune.
Tercero, en invierno pasamos más tiempo con otras personas, dentro de casa y más cerca unos de otros, aumentando las oportunidades de transmisión del virus.
Comparación con otros coronavirus
Entonces, ¿cómo podrían estos factores afectar a la transmisión del coronavirus? No está claro qué efecto tienen la temperatura y la humedad en el coronavirus en sí, ni en su transmisión. Otros coronavirus son estacionales, causando resfriados comunes en los meses de invierno.
La epidemia de SARS de 2002-2003 también comenzó en el invierno del hemisferio norte y acabó en julio de 2003, con un pequeño resurgimiento en el invierno siguiente. Los casos de SARS alcanzaron los puntos máximos en el cálido mes de mayo y el final de la epidemia en julio, lo que puede reflejar simplemente el tiempo requerido para la contención del virus en lugar de un efecto del clima en la transmisión de éste. Además, el coronavirus relacionado, el Mers , se transmite principalmente en países cálidos.
Volviendo a la comparación con la gripe, la pandemia del virus de la influenza humana (H1N1) de 2009-2010 comenzó en la primavera del hemisferio norte, aumentó con fuerza durante esa estación y el verano y alcanzó los puntos máximos en el invierno siguiente. Esto sugiere que en una pandemia, debido al alto número de casos en muchos países del mundo, se puede producir la continua transmisión del virus durante el verano, superando cualquier variación estacional que se constataría en epidemias más pequeñas.
Por lo tanto, la proximidad de climas más cálidos puede reducir la transmisión viral en el hemisferio norte (mientras que aumenta potencialmente la transmisión en el próximo invierno del hemisferio sur), pero es altamente improbable que el clima en sí pueda acabar con esta epidemia en expansión.
Traducción de Emilia Guzmán para CIPER Chile.
Jeremy Rossman, Honorary Senior Lecturer in Virology and President of Research-Aid Networks, University of Kent
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. / Imagen: Shutterstock
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