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¿Por qué dibujamos así el corazón?

¿Por qué dibujamos así el corazón?

Es una figura universal: dos semicírculos que se unen en una punta de flecha hacia abajo. Sin embargo, ese símbolo poco tiene que ver con el órgano que bombea nuestra sangre. Aquí repasamos cómo ha variado la representación del corazón a lo largo de la historia.

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Dibujar un órgano del cuerpo suele responder a una necesidad didáctica. Hoy en día, la ilustración médica del corazón es muy realista, apoyada en la tecnología actual, desde la imagen digital a la ecografía. Sin embargo, a lo largo de la historia del arte, la forma de representar el corazón ha sufrido variaciones, entre momentos más naturalistas y otros más conceptuales. ¿Por qué? Un breve recorrido histórico nos dará algunas claves.

El realismo del corazón egipcio en la momificación

En el antiguo Egipto (desde hace más de 5 000 años), los cuerpos se momificaban para conservarlos. Este proceso obligaba a extraer órganos y fluidos, pero también permitía ver el cuerpo por dentro, otorgando un conocimiento anatómico muy acertado. El corazón era de los pocos órganos que se dejaban dentro del cuerpo momificado, ya que se identificaba con la conciencia, la voluntad y el pensamiento.

La representación más popular del corazón en Egipto la encontramos en el Juicio de Osiris, tema que recoge cómo este dios era ayudado por Anubis, el chacal, quien pesaba en una balanza el corazón del difunto, junto a una pluma de Maat, diosa de la verdad y la justicia. Si el órgano quedaba equilibrado con la pluma, se consideraba puro y el difunto se salvaba, pero si pesaba más era devorado por Ammyt, un híbrido de animales muy temidos en el Nilo: el hipopótamo, el león y el cocodrilo.

El juicio de Osiris. Wikimedia Commons.

Los corazones que aparecen en esas balanzas son sorprendentemente realistas comparados con lo que vino después, y esto se debe al conocimiento médico alcanzado en Egipto gracias a la momificación.

La numismática griega crea un icono universal

En la Antigüedad grecorromana, la momificación como práctica funeraria se fue perdiendo, aunque con alguna excepción notable en el Egipto ptolemaico y romano. Por otra parte, los físicos, a partir de Galeno (médico romano de origen griego del siglo II), prefirieron la disección animal frente a la disección humana. La Edad Media hereda estas ideas galénicas y las mantiene al menos hasta el siglo XIII, lo que tiene fundamentos científicos, filosóficos y religiosos, además de la complejidad que entrañaba y entraña conseguir un cuerpo humano para diseccionarlo.

Tanto en Grecia como en Roma hay pocas representaciones del corazón. Sin embargo, entre los siglos VI y III a. e. c., contamos con monedas griegas procedentes de Cirene (hoy Libia) que representan las semillas de una planta, el silfio –extinta hacia el siglo I e. c.– y que curiosamente tienen forma del icono del corazón al que estamos acostumbrados hoy en día.

Moneda cirenaica. Wikimedia Commons / Hunab 21

El silfio, que tenía múltiples usos (culinarios, médicos y veterinarios) estaba asociado, por un lado, a la fertilidad y, por otro y, aunque suene contradictorio, a la práctica anticonceptiva. Por eso, en alguna ocasión se asoció a la diosa Afrodita y este hecho tal vez pudiera ser el origen de la forma de corazón que reconocemos y usamos hoy en día y que se aleja de la realidad médica.

Corazones árabes y latinos: el tránsito hacia el realismo

En la Edad Media cabe destacar, al menos, dos formas de entender la medicina. Por un lado, la que deriva de la ciencia escrita en árabe, asociada frecuentemente a la religión islámica, que hereda conocimientos griegos, indios y persas. Y por otro lado, la que se liga al latín y que se desarrolla ampliamente en el Occidente europeo, pero cuyo apogeo es posterior a la árabe.

La medicina árabe despega a partir del siglo IX, siendo Avicena (siglo X) uno de sus máximos exponentes. Dos siglos más tarde, médicos como Ibn Jumay al-Israeli (m. 1193) o Ibn al-Nafis (ca. 1210-1288) consideran que la disección humana haría progresar el conocimiento anatómico. Es también Ibn al-Nafis el primero en hablar de la interrelación entre sistema respiratorio y sistema circulatorio, indicando que la sangre se purifica en los pulmones. Con ello se adelantó tres siglos a los hallazgos de Miguel Servet.

Zakhīrah escrito por Jurjāni en el siglo XII. Biblioteca Nacional de Irán

Los trabajos científicos de autores árabes incluyeron en ocasiones ilustraciones. Dentro de los esquemas anatómicos incorporados a los manuscritos científicos, pueden verse venas, arterias y corazones que, aunque más cercanos a los hechos por los egipcios, se sitúan muy altos y centrados, prácticamente debajo del cuello; posición que no corresponde a la realidad médica ni a los conocimientos de la época.

Todas estas percepciones del mundo árabe pasan al mundo latino y se incorporan a las universidades a partir del siglo XIII, desde donde empieza a reclamarse implantar la disección como base para los estudios de anatomía.

Una de las primeras universidades que autoriza la disección con sentido docente es la de Bolonia. Ahí encontramos un cambio de paradigma, pues se sustituye el conocimiento libresco basado en las figuras de autoridad por el estudio empírico del cuerpo diseccionado como primer paso hacia un buen conocimiento anatómico.

Sin embargo, las imágenes del corazón seguirán siendo esquemáticas unos siglos más, por diversos factores, entre los que podrían estar el hecho de que los artistas no solían estar presentes en las disecciones; la práctica de copia de los manuscritos que incluía texto e imagen; o el gusto por representaciones mentales, donde la realidad se ordena y se aísla para que sea más fácilmente comprensible para el lector.

Del auge de la disección en la Edad Moderna a la imagen tridimensional

En el siglo XVI, ya en Edad Moderna, ha quedado claro que la disección tiene que mantenerse en la universidad y ser un instrumento docente.

Para representar figuras humanas con veracidad anatómica, Leonardo da Vinci asistía a disecciones porque, aunque no pintase el cuerpo humano por dentro, necesitaba saber qué había debajo de la piel. Por eso, acude a los hospitales en los que se realizaba esa práctica en Florencia, Milán y Roma, y dibuja del natural lo que ve. En paralelo a Da Vinci, Andrea Vesalio, profesor de medicina en las universidades italianas de Padua, Bolonia y Pisa, insiste en la importancia del método empírico y del aprendizaje a partir de las disecciones.

Las disecciones se ponen de moda y desde finales siglo XVI y a lo largo del XVII se construyen grandes teatros anatómicos, como los de Leiden y Bolonia, entre otros, que cuentan con amplísimos escenarios donde se llevan a cabo ante un público numeroso, entre el que se halla con bastante frecuencia la élite culta del momento.

Ilustración de Max Brödel.

En los siglos XVIII y XIX, las ceras anatómicas aterrizan en las colecciones científicas buscando un realismo tridimensional que no podía proporcionar la pintura. En el siglo XX lo hace la fotografía. Ante las nuevas tecnologías, la ilustración científica se reinventa, con Max Brödel a la cabeza, para aportar aquello que la fotografía no hacía: imágenes mentales, dinámicas, didácticas, a la vez que fieles a la realidad.

Como se puede ver, la evolución de la representación del corazón no ha sido lineal; los cambios se han producido conforme cambiaba el conocimiento médico. Pero no solo es el avance científico el que explica el modo de representación, hay otros muchos factores que intervienen. Sin embargo, si quiere decirle a su madre, su pareja o su amigo que los quiere, va a seguir mandándole el famoso icono de las monedas de Cirene: ❤️


Este artículo fue publicado previamente por la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación (OTRI) de la Universidad Complutense de Madrid (UCM).


Irene González Hernando, Profesora del Departamento de Historia del Arte, Universidad Complutense de Madrid y María Milán García, Investigadora del proyecto «Comunicación Científica y Divulgación en la Transferencia del Conocimiento en la Universidad», Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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