El inicio de una leyenda: de la adversidad al estrellato
Nacida el 25 de abril de 1917 en Newport News, Virginia, Ella Fitzgerald no tuvo un comienzo fácil. Su infancia estuvo marcada por la pobreza y la inestabilidad familiar: sus padres se separaron poco después de su nacimiento, y tras la muerte de su madre, Ella enfrentó años de soledad y dificultades en Nueva York.
A pesar de todo, el destino tenía otros planes para ella. En 1934, con solo 17 años, subió al escenario del legendario Apollo Theater de Harlem, donde, por nervios, cambió su rutina de baile por una interpretación vocal. Su versión de “Judy” y “The Object of My Affection” dejó al público boquiabierto y le valió el primer lugar en el concurso amateur, marcando el inicio de una carrera que cambiaría la historia del jazz.
El ascenso imparable en el jazz
En 1935, Fitzgerald se unió a la orquesta de Chick Webb, quien rápidamente se convirtió en su mentor y figura paterna. Su primer gran éxito llegó en 1938 con “A-Tisket, A-Tasket”, una canción que coescribió y que se mantuvo diecisiete semanas en las listas de popularidad, catapultándola a la fama nacional.
Tras la muerte de Webb en 1939, Ella asumió el liderazgo de la banda, una hazaña poco común para una mujer afroamericana en esa época. Bajo el nombre de “Ella Fitzgerald and Her Famous Orchestra”, continuó cosechando éxitos y consolidando su reputación como una de las voces más versátiles y potentes del jazz.
Una voz que trasciende géneros y fronteras
Lo que hacía única a Ella Fitzgerald era la flexibilidad y pureza de su voz, su impecable dicción y su habilidad para improvisar con scat singing, imitando instrumentos y jugando con el ritmo como nadie más. Su rango vocal y su capacidad para transmitir emociones la llevaron a colaborar con gigantes como Duke Ellington, Louis Armstrong, Count Basie, Frank Sinatra y Benny Goodman.
En los años cincuenta, bajo la dirección de Norman Granz y el sello Verve Records, Ella grabó los legendarios “Songbooks”, colecciones dedicadas a los grandes compositores estadounidenses. Estas grabaciones no solo son tesoros del jazz, sino también piezas fundamentales del patrimonio musical de Estados Unidos.
Premios, reconocimientos y una lucha silenciosa
La carrera de Fitzgerald estuvo llena de logros históricos. En 1958, se convirtió en la primera mujer afroamericana en ganar un Grammy, y no solo uno, sino dos en la misma noche: Mejor Interpretación de Jazz y Mejor Interpretación Vocal Femenina Pop. En total, ganó catorce Grammys y vendió más de cuarenta millones de discos a lo largo de su vida.
Pero su impacto fue más allá de la música. Ella Fitzgerald fue una pionera en la lucha por la igualdad racial, abriendo puertas para artistas afroamericanos en escenarios y medios donde antes eran rechazados. Su ejemplo y perseverancia inspiraron a generaciones de músicos y rompieron barreras en la industria.
El ocaso y el legado eterno
A pesar de los problemas de salud en sus últimos años—incluyendo diabetes, cirugías cardíacas y la amputación de sus piernas—Ella Fitzgerald nunca dejó de cantar hasta poco antes de su muerte en 1996. Su última actuación fue en el Carnegie Hall en 1991, cerrando una carrera de más de seis décadas con más de dos mil canciones grabadas y doscientos álbumes publicados.
Fue galardonada con la Medalla Nacional de las Artes, la Medalla Presidencial de la Libertad y doctorados honorarios de universidades como Yale y Dartmouth. Su legado se mantiene vivo en homenajes, tributos y en la memoria colectiva de la música mundial.
El eco de una voz inmortal
Hoy, el nombre de Ella Fitzgerald sigue brillando como símbolo de excelencia, resiliencia y pasión. Su música sigue inspirando a nuevos talentos y su historia demuestra que, con talento y perseverancia, es posible romper cualquier barrera.
Escuchar a Ella Fitzgerald es viajar en el tiempo y sentir la magia de una voz que, aún después de su partida, sigue cantando en el corazón del jazz.
Con información de: Ella Fitzgerald / Biography / Womens History / Britannica / Wikipedia
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