Jakub, un joven de 20 años, lucha por adaptarse a la universidad, donde siente que nunca alcanza los estándares académicos ni sociales que se esperan de él. En su grupo de amigos, la masculinidad se mide en conquistas y resistencia al alcohol, lo que lo empuja a participar en fiestas constantes y consumir drogas y alcohol, más para encajar que por verdadero deseo.
Las resacas, cada vez más duras y depresivas, lo sumergen en un estado de fatiga constante y una sensación de vacío emocional. Además, teme expresar sus inseguridades por miedo a ser visto como débil, y cada vez se siente más perdido, atrapado entre expectativas ajenas y un estilo de vida que comienza a pasarle factura.
Jone, una joven universitaria de 24 años, se encuentra luchando para avanzar en su tesis mientras maneja un agotador trabajo a tiempo parcial que apenas cubre sus necesidades básicas. A medida que va avanzando en la tesis, experimenta la presión de completar su investigación, pero el estrés constante y la falta de tiempo la dejan emocionalmente agotada. Sus relaciones interpersonales son inestables y, en su vida romántica, siente que los chicos que conoce solo buscan relaciones superficiales, lo que la deja desilusionada y sola.
Además, su adicción a las redes sociales, donde se compara constantemente con vidas aparentemente perfectas, solo intensifica su inseguridad y la sensación de insuficiencia. Sin un fuerte apoyo familiar, Jone se siente insegura sobre su futuro profesional, lo que incrementa su ansiedad y la atrapa en un ciclo de agotamiento emocional y físico mientras lucha por completar su tesis.
Norte y sur de Europa, mismo panorama
Jakub y Jone son ejemplos reales, jóvenes cuyas historias hemos conocido trabajando en el proyecto europeo AWARE sobre la salud mental de los universitarios de Polonia, Chipre, Grecia, Irlanda y España. Tras analizar artículos, libros, documentos y realizar entrevistas con representantes de instituciones clave en salud mental juvenil, identificamos una conclusión alarmante: en todos los países estudiados, la salud mental de los jóvenes se ha deteriorado significativamente en los últimos años.
De Polonia a Irlanda y de Chipre a Grecia, Europa –y el mundo occidental en general– parece estar enfrentándose a una situación sin precedentes: una crisis de salud mental entre su población más joven.
Causas: pandemia, redes sociales y un largo etcétera
En España, los estudios reflejan un aumento significativo de la ansiedad y la depresión en los estudiantes universitarios.
¿Por qué? La pandemia de covid-19 es una de las causas más citadas para explicar este deterioro en la población general, y los estudios apuntan a la población más joven como la más afectada.
Pero ya antes de la pandemia el estado emocional de los jóvenes estaba empeorando en todo el mundo. Entre los factores: el aumento del uso de redes sociales, la presión académica, la inseguridad económica, la incertidumbre respecto a las oportunidades laborales y la falta de propósito en la vida.
La pandemia exacerbó aún más esos problemas al provocar el cierre de universidades y, al mismo tiempo, un aumento del uso de tecnologías, internet y juegos en línea y del consumo de sustancias.
Soluciones conjuntas
Tras estudiar el estado mental de los jóvenes universitarios en diversos países, nuestro equipo de expertos se ha volcado en la elaboración de un manual para promover la sensibilización sobre salud mental entre estudiantes, personal y profesorado.
Hemos creado también una plataforma virtual que ofrece formación en línea para apoyar al personal de las universidades. Entre sus contenidos se incluyen las actitudes, habilidades y herramientas necesarias para supervisar y acompañar exitosamente a los estudiantes en el desarrollo de una mayor conciencia sobre la salud mental en el ámbito educativo.
La plataforma ha sido probada en varios países participantes del proyecto y resulta eficaz en la sensibilización hacia los problemas de salud mental y el fomento de conversaciones abiertas entre estudiantes y profesionales.
Para reconocer y manejar la ansiedad en el aula se proponen distintas perspectivas, como la identificación temprana de los signos de ansiedad y la implementación de estrategias de apoyo eficaces.
Fomentar la participación y crear un ambiente de apoyo
Por ejemplo, los educadores pueden observar cambios en el comportamiento de los estudiantes, como dificultad para concentrarse, irritabilidad o evitación de actividades grupales, y reaccionar de manera proactiva, ofreciendo recursos y creando un ambiente de apoyo. Otra estrategia es fomentar la participación activa del estudiantado en actividades que promuevan su bienestar emocional, como talleres de gestión del estrés y técnicas de relajación.
Incluso, de verlo necesario, los docentes pueden incorporar la práctica de técnicas de afrontamiento como la respiración profunda, la reestructuración cognitiva o el uso de diarios de ansiedad, lo que permite a los estudiantes identificar sus patrones de respuesta al estrés y evaluar la efectividad de sus propias estrategias. Además, los programas de bienestar y los servicios de salud mental del campus pueden ser una herramienta clave para proporcionar apoyo continuo a los estudiantes y reducir el estigma asociado a la ansiedad.
Con una creciente cantidad de jóvenes europeos reportando malestar emocional significativo y una formación limitada en salud mental para los educadores, plataformas como esta representan una solución necesaria y urgente para fortalecer la resiliencia de las comunidades educativas y garantizar que nadie quede sin apoyo.
Son pequeños cambios en actitudes y atención que, para jóvenes como Jakub o Jone, pueden suponer disipar significativamente su sentimiento de soledad y mejorar sus percepción del futuro.
Nahia Idoiaga Mondragon, Profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Educación de Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Naiara Ozamiz Etxebarria, Profesora agregada en el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Educación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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