Era un modo de decidir sobre la culpabilidad o la inocencia, sobre todo en los siglos XIV y XV. En los juicios –principalmente de brujería y herejía, en los lugares donde no había una autoridad judicial central– el acusado era sometido a una prueba que normalmente conllevaba el uso del fuego y cierto nivel de dolor. Dependiendo de lo que tardasen en curar las heridas se consideraba si Dios estaba de parte del acusado y se dictaba sentencia. Una prueba bastante común era hacer sostener metal incandescente con las palmas de las manos y decidir en virtud al tiempo que tardaban en sanar las llagas.
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