Contaba el neurólogo Oliver Sacks (1933-2015) en su libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero que una paciente llamada Christina le refirió que su cuerpo era ?ciego y sordo a sí mismo?.
Imagínese vivir sin ser consciente de las sensaciones de malestar físico, dejar de notar cuando pasa del enfado a la alegría o no ser capaz de percibir cambios en su respiración o su corazón. Justamente, estas habilidades constituyen lo que conocemos como interocepción, y se ha relacionado recientemente con diferentes problemas de salud mental.
Señales de nuestro mundo interno
La interocepción es la capacidad para percibir e interpretar correctamente señales del organismo como la temperatura, el dolor, el ritmo cardíaco, la actividad visceral o las sensaciones musculares. Está compuesta por tres dimensiones: la precisión interoceptiva (proceso de detectar objetivamente las sensaciones corporales), la sensibilidad interoceptiva (percepción subjetiva de esas señales internas) y la conciencia interoceptiva o congruencia entre las dos anteriores.
Mientras que los sentidos primarios como la visión o la audición están centrados en los estímulos externos, gracias a ese ?sexto sentido? percibimos nuestro ámbito interno. Pero ambos mundos no son independientes, sino que se reconocen e integran. Esto nos permite, entre otras cosas, reconocer nuestras emociones ?a través de los cambios en las sensaciones del cuerpo? y llevar a cabo conductas adecuadas de acuerdo con nuestro entorno.
Además, la interocepción desempeña un papel clave en otras funciones mentales como la memoria o la toma de decisiones. Parece influir, por ejemplo, en nuestra capacidad para tomar o no decisiones más o menos arriesgadas sin pensar en sus posibles consecuencias.
Recientemente, debido al vínculo que parece existir entre la interocepción y las dimensiones emocional y cognitiva, han surgido varios estudios que la relacionan con ciertos problemas de salud mental como los desórdenes de la conducta alimentaria, la depresión y los trastornos de ansiedad o por uso de sustancias, entre otros.
Fallos por exceso o por defecto
Nuestro sexto sentido puede fallar por defecto o por exceso. Así, hay personas que no son capaces de identificar y describir sus cambios corporales, mientras que otras presentan una excesiva atención hacia sus señales internas.
Dentro del primer caso nos encontramos con estudios que describen poca interocepción gástrica y una mayor tolerancia al dolor en personas con anorexia. Síntomas de depresión como la incapacidad para experimentar placer o anhedonia, así como la reducción de las relaciones sociales parecen ser también consecuencia de una disfunción interoceptiva que impide integrar correctamente los mundos interno y externo.
En el segundo caso, las personas con un trastorno de ansiedad o de consumo de sustancias parecen experimentar una mayor percepción de señales como la frecuencia cardiaca, el patrón respiratorio o el malestar corporal.
Así, esa percepción excesiva en trastornos como las fobias o los ataques de pánico se ha asociado a una anticipación a consecuencias o situaciones adversas que puedan ocurrir, mientras que el consumo de drogas como el alcohol parece emplearse como una vía para acallar las sensaciones corporales negativas.
Sin embargo, beber alcohol con esta finalidad no conduce al organismo a un estado de bienestar. De hecho, lo que hace es alejarlo aún más del equilibrio, con consecuencias negativas importantes en la salud física y psicológica.
Parece que tanto la falta como el exceso de atención sobre las señales que nos envía nuestro cuerpo pueden conducir una interpretación incorrecta de las mismas. Por tanto, resulta necesario identificar ?biomarcadores interoceptivos? ?o ?marcadores somáticos?, como los llamó el neurocientífico portugués Antonio Damasio? que ayuden a mejorar el diagnóstico, así como desarrollar estrategias de intervención que ayuden a mejorar esas funciones.
¿Cómo podemos mejorar nuestra interocepción?
La mejor forma de afinar nuestro sistema interoceptivo es la actividad física. Algunos estudios han mostrado que incluso 15 minutos de ejercicio a cierta intensidad son capaces de mejorar estas habilidades, junto con ciertos aspectos emocionales y cognitivos. Otros expertos optan por el yoga, una práctica más centrada en la atención a las sensaciones corporales y control de la respiración.
En cualquier caso, no debemos olvidar que el esfuerzo físico está bajo el control constante del sistema nervioso central, donde la interocepción supervisa el estado corporal y regula, basándose en ello, nuestro comportamiento. Según cómo me encuentro, voy regulando el esfuerzo físico que soy capaz de hacer.
Así, aprender a reconocer e interpretar las sensaciones corporales activadas por el ejercicio, que a veces causan malestar, podría ayudar a controlar las sensaciones negativas ligadas, por ejemplo, a la abstinencia.
Parece, por lo tanto, que nos encontramos ante un campo de investigación emergente que se encuentra en la base de varias psicopatologías y que requiere de especial atención.
Patricia Sampedro Piquero, Profesora e investigadora en Psicología, Universidad Autónoma de Madrid; Adrián Sánchez Elliott, Doctorando en Psicología, Universidad Autónoma de Madrid y Beatriz Regodón Virgos, Técnico de apoyo a la investigación en Departamento de Psicología Biológica y de la Salud, Universidad Autónoma de Madrid
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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