Por Daniel Colombo | Cuando alguien muestra un comportamiento cuestionable de manera constante, es común escuchar la frase «la gente no cambia». Esta afirmación suele estar respaldada por argumentos que sostienen esta premisa, desde la perspectiva de quien lo dice.
Sin embargo, ¿es verdad que las personas no cambian jamás? Es decir, ¿Estamos destinados a ser siempre los mismos? La psicología y las neurociencias echan luz sobre este tema, para posibilitar un mayor autoconocimiento y, de ser el caso, proponerse mejorar.
La posibilidad de cambio
La idea de que las personas no pueden cambiar se basa en la suposición de que nuestra personalidad está arraigada en lo más profundo y es inmutable. Surge de la creencia de que lo que llamamos personalidad está determinada inmutablemente por una serie de experiencias vividas a lo largo de la vida, lo cual dificulta la posibilidad de cambiar aspectos arraigados en nuestra forma de ser.
La realidad es que las personas hemos aprendido ciertas formas de comportarnos y relacionarnos con los demás. Nuestra personalidad está conformada por patrones de comportamiento, pensamientos y emociones que repetimos en el tiempo. Y, si bien estos patrones son estables, no significa que sean estáticos.
La base estructural de la personalidad se construye desde que nacemos hasta los 7 u 8 años aproximadamente. En esa etapa, todo lo que observamos y el entorno con el que interactuamos, conforman la base de lo que luego será la base de la forma de ser y actuar en el mundo.
Por lo tanto, la personalidad está influenciada por el entorno físico, social y cultural en el que nos desenvolvemos. Como estos entornos también van mutando, nos brindan la oportunidad de cambiar nuestros comportamientos y pensamientos habituales.
Qué demuestra la neurociencia
Basándonos en el entendimiento actual de las neurociencias, se ha comprobado que las personas sí pueden cambiar, otra evidencia científica que desafía la creencia popular de que la personalidad es estática. Este cambio es posible gracias a un fenómeno conocido como neuroplasticidad, el cual permite que nuestro cerebro se reorganice a sí mismo formando nuevas conexiones neuronales a lo largo de la vida. Esta capacidad es fundamental para el aprendizaje, la recuperación de lesiones cerebrales, y, también, el cambio en nuestra personalidad y comportamientos.
Por ejemplo, cuando alguien decide cambiar un comportamiento o actitud negativa, como dejar de procrastinar, se activan y refuerzan nuevas vías neuronales que favorecen la organización y la gestión del tiempo. A medida que la persona practica y se mantiene consistente en su nueva conducta, estas vías se fortalecen y, eventualmente, pueden volverse las predeterminadas, demostrando un cambio efectivo en su comportamiento y, en última instancia, en su personalidad.
La evidencia científica del cambio y modelado de la personalidad se apoya en estudios de largo alcance -se le llaman estudios longitudinales- que muestran cómo, a lo largo de la vida, las personas experimentan cambios significativos en características de personalidad como la apertura a nuevas experiencias, responsabilidad, extroversión y amabilidad, por ejemplo.
Estos estudios subrayan que, aunque ciertos rasgos pueden tener una base genética, el entorno, las experiencias y, sobre todo, el esfuerzo consciente por cambiar, juegan un papel crucial en la evolución de nuestra personalidad.
Hasta ahora hemos revisado el tema del comportamiento y la personalidad. ¿Y qué hay del temperamento de una persona?
Lo que se ha corroborado es que temperamento se hereda en gran medida. Es decir, parte de nuestra predisposición innata hacia ciertas formas de reaccionar ante el mundo y gestionar nuestras emociones está determinada genéticamente.
El temperamento se refiere a los aspectos biológicos de nuestra personalidad, los cuales son evidentes desde las primeras semanas de vida y tienden a mantener una relativa estabilidad a lo largo del tiempo. Estas características incluyen, entre otras, la sensibilidad, la reactividad emocional, y la capacidad de atención y autocontrol.
El cambio no se da solo
Es importante destacar que el cambio no ocurre de manera espontánea. Requiere de una motivación interna significativa y consciente para lograrlo. Una persona no cambiará simplemente porque lo desee, o porque declare “lo voy a intentar”, sino que debe ser consciente de la ineficacia de sus reacciones o comportamientos habituales en determinadas situaciones, y, si lo desea, modelar nuevas formas de actuar y ser.
Algunos factores que influyen en el cambio
La capacidad de cambio de una persona está influenciada por diversos factores. Como has leído antes, entre ellos se encuentran los aspectos genéticos, la crianza recibida en la infancia y las experiencias vividas a lo largo de la vida. Estos elementos moldean nuestra forma de ser y determinan quiénes somos en gran medida.
Sin embargo, aunque estos factores tengan un impacto en nuestra personalidad, no nos condenan a ser siempre los mismos. Nuestra capacidad de cambio radica en la disposición para afrontar los desafíos y situaciones difíciles que se nos presentan. Si estamos dispuestos a transitar nuestras emociones y a tomar acciones concretas, podemos lograr cambios significativos en nuestra vida.
La motivación, esencial para cambiar
Las motivaciones son fundamentales para impulsar el cambio en las personas. Las posibilidades de cambio son prácticamente infinitas si tenemos un motivo que nos mueva a actuar.
“Motivación” puede ser visto como “tener motivos”, es decir, motivos lo suficientemente potentes y auténticos para impulsar las transformaciones de conducta que cualquier persona se proponga. ¿Será fácil? Definitivamente, no. ¿Será posible? Definitivamente, sí. Y en esto puede ayudar en la construcción del nuevo modelo de persona una psicoterapia profesional, que es la especialidad precisa para abordarlo.
Cada persona puede tener motivaciones distintas para cambiar. Algunas pueden darse cuenta de que sus comportamientos habituales les generan malestar o no son funcionales para lidiar con las situaciones de la vida. Otras pueden desear cambiar para mejorar sus relaciones personales. Y algunas más, para lograr estabilidad emocional, amorosa y de abundancia, entre muchos motivos.
Estas motivaciones son individuales e igualmente válidas, y pueden llevarnos a emprender un proceso de transformación personal. La transformación es más que cambiar: es hacer un giro de ciento ochenta grados en la dinámica de la vida, y animarnos a reinventar nuestra forma de ser y hacer en el mundo.
Es importante tener en cuenta que el cambio no es un proceso lineal y puede presentar altibajos. Puede ser complejo y requerir tiempo y esfuerzo. En muchos casos, contar con el apoyo de un profesional especializado, como psicólogos, y una red de apoyo que te eleve, puede ser de gran ayuda para lograr ese cambio.
Porque sí: las personas cambian, si lo desean.
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