De Esparta, una sociedad de soldados, no perduran monumentos ni espectaculares ruinas para deleite de los arqueólogos. Sólo se recuerda su prestigio debido a la grandeza histórica de sus hombres, sus leyes rígidas, su austeridad, el coraje de sus ciudadanos y el poderío de una ciudad que no necesitaba de murallas para sentirse segura.
En la ciudad, como en el campamento militar, debía observarse un modo de vida establecido, en el cual la entrega a los asuntos públicos, el cuidado y educación de los niños y el aprendizaje que los adultos aprovechaban de los ancianos.
La unidad y el orden social estaban garantizados en extremo, mientras que la economía no pasaba del nivel más rudimentario que pueda imaginarse, al punto que Platón encontró admirable ese modelo.
Era la condición política por excelencia la igualdad y no se aceptaban diferencias económicas de ningún tipo, todo lo cual permitía la exigencia de una fidelidad total y absoluta a la comunidad.
Por otro lado, la mujer espartana gozaba de mayor libertad que la ateniense en todo sentido, puesto que no tenían que soportar tal grado de reclusión y podían participar en ejercicios gimnásticos y en torneos.
En esa sociedad tan austera y ordenada, y por más que resulte extraño, las mujeres estaban autorizadas a ser adúlteras. La mujer tenía permitido tales acciones, en un caso, que el hombre al que se entregara fuera más alto y robusto que su anterior marido, se entendía y no había reproche ni jurídico ni social si una mujer caía en los brazos de alguien físicamente mejor que su marido.
Fuente: erroreshistoricos.com
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