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Apropiación cultural, ironía y nacionalismo: tres claves para entender el Día de Muertos en México

Apropiación cultural, ironía y nacionalismo: tres claves para entender el Día de Muertos en México

Más allá de la manida referencia al sincretismo, el Día de Muertos es la forma en que el mexicano recicla su pasado cultural, se ríe de la muerte, agita su bandera y coloniza las pantallas.

El mexicano tiene una muy particular relación con la muerte. Una de sus santas apócrifas más venerada es la llamada “niña blanca”, “la huesuda”, “la Santa Muerte”, patrona de los sicarios, amparo de menesterosos, meretrices y comerciantes informales.

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Esta devoción por la muerte le viene a los mexicanos por partida doble, desde su raíz prehispánica y española.

Imaginarios apócrifos: Apocalypto, de Mel Gibson

La película Apocalypto (Mel Gibson, 2006) recrea una escena que muestra al tlamatinime o sacerdote en lo alto de la pirámide, de cara al templo que corona el teocalli. Con el cuchillo de pedernal en mano, este abre el pecho y saca el corazón del inmolado.

Sangre en sacrificio para el dios solar Huitzilopochtli. La cabeza cercenada del inerte cuerpo queda engarzada en el ábaco de cráneos o tzompantli. Un error de partida consiste en creer que este monumento tétrico y mortuorio era una prefiguración histórica y cultural del altar de muertos contemporáneo.

Pasión por la muerte

Predispuesto por su herencia indígena religiosa, el mexicano de cultura mestiza abrazó e hizo suyo el escatológico culto a la muerte de su ancestro español. El Siglo de Oro de España, con el auge del Barroco sustentado en el pensamiento católico, entendió a la muerte como un destino anhelado.

Hija de esa época, la mística española Santa Teresa de Jesús o de Ávila exclama: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero”. Esa alta vida esperada tiene dos caminos, la gloria o la salvación.

Presentes estaban en la cultura española renacentista las festividades del primero de noviembre, Día de Todos los Santos, y el dos, Día de los Fieles Difuntos. Estas conmemoraciones eran más de recogimiento y oración. Invitaban a las suplicas devotas a Dios por la salvación de las almas de los difuntos. O de ser cierta la presunción de faltas veniales, por su excarcelación del purgatorio. No tenían el espíritu festivo que se les daría en México.

Apropiación y reinvención

Más que un sincretismo como empalme de tradiciones, el mexicano retomó estas celebraciones y las reinventó empleando elementos culturales vernáculos. Tómese en cuenta que los altares de muertos ya se montaban en la Europa medieval. Fue el ingenio mexicano quien los revistió con elementos simbólicos y rituales de las culturas mesoamericanas y de la fe católica.

Además en esta alquimia de revestimientos culturales, a la festividad del Día de Muertos, el mexicano le dio también un irónico sentido de mofa y sorna. ¿Es correcto decir que el mexicano se ríe de la muerte? ¿Por qué lo hace? La respuesta la da el poeta y ensayista Octavio Paz en su libro El laberinto de la soledad.

Paz explica las versiones trascendentes de la muerte, antes y después de la conquista. Para el indígena, morir por su dios era un gesto de reciprocidad. Su divinidad ya se había sacrificado por él como un Quetzalcóatl inmolándose en el Mictlan para revivir a la humanidad. En tiempos de la colonia, el fiel católico entendió la muerte como el acto misericordioso del redentor, del Cristo crucificado, que daba su vida por la salvación de las almas. Morir tenía sentido y era esperanzador, se le entendía como el trance necesario para alcanzar la vida eterna.

Revolución: la muerte se vuelve irreverente

Devino la revolución y su descreimiento. Uniéndose a la “bola” (concepto nacido en el siglo XIX de la pluma del escritor Emilio Rabasa para caracterizar los levantamientos populares desorganizados), el campesino marginado buscaba resarcirse de las injusticias y de la explotación que padeció por cuenta del hacendado, del terrateniente. Matar y morir, dice Paz, sin ningún sentido o propósito trascendente.

La muerte, por insoportable y absurda, obligó al mexicano a ironizarla para sobrellevarla. En esta terapéutica hilaridad, aparece la huesuda de los grabados de José Guadalupe Posada, padre de la catrina.

El imaginario de Posada lo retoman Diego Rivera y José Clemente Orozco, en su consigna para crear toda una nueva identidad mexicana, que se enfrenta y rompe con el pasado colonial y con el eurocentrismo porfirista.

Es en esta forja de la nueva identidad cultual mexicana, interviene el general Lázaro Cárdenas del Río. Durante su sexenio (1934-1940), este presidente mexicano dio impulso y auge a la festividad del Día de Muertos y a los altares alusivos a ella. Estas tradiciones, de corte local, alcanzaron una dimensión nacional, difundidas, con encomienda presidencial, por la Secretaría de Educación Pública.

Secularización

Entendido de primera intención como un instrumento nigromántico para atraer el ánima del difunto y brindarle hospitalidad, el altar de muertos se secularizó. Montado en las escuelas y edificios públicos, sirvió a partir de mediados del siglo XX a un propósito más cívico: honrar la memoria de algún ilustre prócer, notable o persona famosa.

Frente al gusto culposo de Halloween, orgullo mexicano

El mexicano sufre la ambigüedad de esa querencia resuelta como gusto culposo por la cultura estadounidense, a la vez que su conciencia nacionalista le exige reprobarla. No quiere dejarse colonizar por segunda vez y, mucho menos, voluntariamente en esta ocasión. Por eso reprueba el Halloween y lo contrapone con su Día de Muertos. Rechaza encarnar a brujas, vampiros y momias. Vanidosa, la joven se disfraza de catrina y el muchacho galante de catrín, presumiendo su orgullo mexicanista.

Resulta interesante que el colonizado terminó colonizando. La fuerza y la universalidad de la parafernalia del Día de Muertos se volvieron bastante comerciales, según la lógica mercantilista de las grandes transnacionales del entretenimiento.

Colonizados y colonizadores

En el año 2014 se estrena la película El libro de la vida, producida por Guillermo del Toro y dirigida por Jorge R. Gutierrez. Tres años después, Disney, a través de Pixar presentó en las carteleras del mundo su exitosa película Coco, la cual recrea la tradición del Día de Muertos. El mensaje, no olvidar a nuestros deudos para que sigan existiendo en la otra vida, cautivó a las audiencias globales.

Hoy en día cualquier persona en el mundo reconoce la adscripción mexicana de un luchador con una máscara plateada (El Santo) o de una catrina ataviada con un vestido de novia negro. El Día de Muertos, con sus altares, transpira nacionalismo mexicano.

Pero, ironías del destino, al igual que ha sucedido con la efigie del Che Guevara estampada en playeras, la cultura pop se ha sabido apropiar de estas imágenes y de sus tradiciones. Siguen siendo muy mexicanas y nacionalistas, pero es también un hecho que se han incorporado al imaginario cultural y religioso mundial, por obra de los reyes del entretenimiento.

Fabian Acosta Rico, Doctor en Antropología Social , Universidad de Guadalajara

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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